La Asamblea General de la ONU es un momento ideal para retratar a los gobernantes de todo el mundo. Un escaparate en la que presidente democráticos, menos democráticos y nada democráticos muestran el perfil en el que creen salir más favorecidos. Pero también es el lugar donde más se ven las costuras de los trajes de superhéroes con los que la mayoría de ellos intentan ocultar su impostura.
El tema de la guerra de Ucrania y el impúdico apoyo a Putin de los sospechosos habituales como Lula da Silva, Gustavo Petro o Díaz-Canel ha sido uno de los temas estrella para comprobar con quiénes ningún líder mundial decente debería juntarse y la prueba de que sí -como aseguró una vez con su habitual incontinencia verbal Hugo Chávez- en la tribuna de la Asamblea huele a azufre. Y eso que en esta ocasión no tuvimos que sufrir discurso de Nicolás Maduro.
Las cuestiones más importantes que en esta ocasión estaban sobre la mesa eran además de la mencionada invasión de Ucrania y su derivada de los Derechos Humanos, la concienciación sobre el cambio climático, el impulso de la sosteniblidad y la lucha contra la pobreza. Desde luego que Nicolás Maduro se lleva un pleno de suspensos en estas asignaturas y quizás por ello no quiso dejarse ver por Nueva York y envió a su ministro de Exteriores.
Seguro que al dictador venezolano le pitaron los oídos por el ruido generado en Times Square por los compatriotas le reclamaron a la comunidad internacional reunida en la Asamblea General de la ONU que le exija cerrar los “centros de tortura” operativos en el país caribeño y liberar a unos 300 presos políticos.
Al frente de la protesta estaba Víctor Navarro, un periodista que dirige la organización Voces de la Memoria y que junto a un equipo de 30 personas que fueron presos políticos, como él, han diseñado esta experiencia que recrea las terribles condiciones de las celdas y permite escuchar testimonios en primera persona.
Al pecado del irrespeto a los Derechos Humanos de Maduro hay que añadirle su nulo compromiso con la sostenibilidad y el respeto al medio ambiente. Y aunque el chavismo se ha presentado desde sus inicios como un movimiento progresista y cuenta con el apoyo de muchos gobiernos en América Latina e incluso movimientos políticos europeos como el español SUMAR (en el que está incluido Podemos) se podría afirmar que el gobierno de Venezuela es enemigo del medio ambiente. Por un lado la minería ilegal. En el estado Amazonas al sur del país se han detectado 70 focos de minería ilegal y una deforestación que alcanza más de 900 hectáreas, según datos de la sociedad civil Wataniba. La población perjudicada por estos abusos es además de origen indígena sin que el gobierno se haya tomado en serio este deterioro.
Por otro lado la corrupción sistemática que padece la empresa PDVSA ha provocado la falta de mantenimiento de la infraestructura, en ausencia de personal cualificado, falta de tecnología apropiada e inexistencia de controles. Se puede afirmar que PDVSA contamina más de lo que produce y es imposible incluso cuantificarlo por la falta de transparencia en el sector. En vez de abrir la puerta a operadores internacionales de dudosa reputación procedentes de China, Rusia o Irán, la apuesta debería ser por compañías internacionales transparentes y con experiencia probada en el sector. Sería la mejor noticia para el pueblo -que incluso está desarrollando enfermedades en medio de este caos- y el medio ambiente venezolano.
El New York Times se ha hecho eco de esta situación afirmando que “la industria petrolera de Venezuela, que en su momento ayudó a transformar la suerte del país, ha sido diezmada por la mala gestión y varios años de sanciones estadounidenses impuestas al gobierno autoritario del país, dejando atrás una economía y un medio ambiente devastados”.
A Nicolás Maduro se le acumulan los suspensos y las asignaturas pendientes de aprobar y sin el mínimo exigible control por una oposición asfixiada y perseguida, una judicatura controlada y unos medios de comunicación silenciados, la comunidad internacional y oportunidades como la de la Asamblea General de Naciones Unidas son claves para mantener la presión.