La publicación esta semana de otro libro, escrito esta vez por el exdirector del Buró Federal de Investigaciones (FBI), James Comey, expone aspectos explosivos sobre la personalidad del Presidente y representa un nuevo ataque personal para la reputación y el liderazgo de Donald Trump.
El motivo de esta arremetida tiene explicación en el extraordinario enfrentamiento desatado entre el mandatario estadounidense y el FBI por una serie de investigaciones: las supuestas conexiones de la campaña electoral de Trump con Rusia, que podrían haber favorecido su elección, y las consecuencias que tuvo para Hillary Clinton las pesquisas sobre el uso ilegal de un servidor privado para emitir correos electrónicos, mientras sirvió como secretaria de Estado durante la administración de Barack Obama.
Las investigaciones de Comey adquirieron un carácter demasiado político y el Departamento de Justicia recomendó una controversial destitución que dividió aún más a republicanos y demócratas sobre el resultado de las elecciones.
Ahora, casi un año después de ese impasse, las memorias de Comey le brindan la oportunidad para devolver el golpe, cuando revela su versión de la historia.
Sin embargo, el momento que escogió para atacar al Presidente no podía ser peor, dado que Estados Unidos se encuentra ante una probable confrontación con Rusia, dada su posición respecto al conflicto en Siria.
Con los temores de un conflicto en escalada internacional, resulta inconveniente que la mordaz relación entre Comey y Trump acapare la atención pública de la política.
El propio secretario general de la ONU, António Guterres, expresó recientemente su preocupación por lo que considera una situación similar a la de la Guerra Fría, a raíz del reciente episodio que involucró la expulsión recíproca de diplomáticos entre Washington y Moscú.
Peking igualmente alertó sobre los peligros de un conflicto bélico, mientras que el presidente ruso Vladimir Putin hablaba de un "inevitablemente" un caos en las relaciones internacionales, entretanto la Casa Blanca se alista para nuevas sanciones contra Rusia.
En todo caso, las revelaciones del libro Una lealtad mayor: verdad, mentiras y liderazgo, de Comey, y las airadas respuestas de Trump hacia la publicación han tenido más relevancia, que la situación originada por los ataques químicos contra civiles en Douma, cerca de Damasco, y que Occidente considera responsabilidad indirecta del Kremlin al apoyar al gobernante sirio, Bashar al-Assad, presunto responsable de la masacre.
A Comey tampoco no se le puede atribuir mérito por escribir despectivamente sobre un Presidente en ejercicio sin aportar pruebas, aunque no hay duda que comercialmente su decisión fue un éxito de ventas en Amazon.
Es cierto que las relaciones diplomáticas entre Washington y Moscú no podrían ser peores, aunque todavía no estamos a los niveles de una crisis de seguridad como la que se produjo en 1961, a raíz del descubrimiento de misiles nucleares soviéticos en Cuba.
En la arena política nacional, con todas las controversias que acechan constantemente a la Casa Blanca, no es de extrañar que los republicanos estén cada vez más alarmados sobre las posibilidades de mantener el poder en el Congreso, en las próximas elecciones legislativas de noviembre.
La venganza de James Comey habrá servido entonces no sólo para tratar de humillar a Trump, sino también alentar que la pequeña ventaja de los republicanos en el Senado y la Cámara de Representantes pase a manos de los demócratas.