“¡Compadre, que llenó el Kaseya!”, Alberto se repite con el mismo argumento, como si no necesitara más nada para ganar la discusión. Estamos en la sobremesa del área deportiva del Big Five, el club de los cubanos en el sur de la Florida.
Vivencias que toman forma de relatos y conducen a la reflexión
“¡Compadre, que llenó el Kaseya!”, Alberto se repite con el mismo argumento, como si no necesitara más nada para ganar la discusión. Estamos en la sobremesa del área deportiva del Big Five, el club de los cubanos en el sur de la Florida.
Los que quedan en el lugar, después de sudar la gota gorda y forzar las rodillas en las canchas de piso de concreto, cambian las raquetas por las sillas de las afueras del bar en donde hay tertulia y discusión garantizada.
Esta semana el tema recurrente es el reciente concierto de Bebeshito, (así se hace llamar el cantante cubano de moda), en la arena más grande de Miami.
Hay dos bandos claros en derredor de la mesa de metal: los que consideran que es un fraude; incluso aupado por fuerzas secretas a favor del régimen cubano, y los que le ven como un fenómeno popular que se ha impuesto a golpe de sus pegajosos y a veces indecentes estribillos.
“Nos han invadido”, dice uno de los críticos, “el reparto ese ha llegado como la pandemia y nos sale hasta en la sopa”, reafirma entre sorbos de cerveza, “ahora resulta que decir indecencias es la moda, no insinuarlas, hay que escupirlas en vivo y en directo y mientras más fuerte la grosería… mejor”.
Uno de los del bando de la defensa acusa de “viejos” a los críticos, “les dicen a los muchachos lo mismo que sus padres les gritaban a ustedes en la adolescencia, que la música de antes era la buena, que lo que escuchábamos a todo volumen en nuestros radios era pura mierda”.
Me río recordando a mi padre reprochando mi gusto por la música “de los yumas”, realmente odiaba los temas que repetía hasta el cansancio en el pequeño reproductor que alegraba la adolescencia de los cuatro hermanos.
Pero tomo distancia, hoy me identifico con el bando de los críticos, sobre todo después de que el representante de Bebeshito se apareciera a asegurar que el muchacho es lo más grande en la historia de la música cubana, incluso por encima del Benny y de Celia Cruz.
“¿Qué se está tomando el italiano ese?, a lo mejor se mete lo mismo que Alberto a quien el Bebeshito lo tiene ciego”, se burla uno de los míos, dándole la pauta a Alberto para que regrese con su desordenada letanía “digan lo que quieran, los ciegos son ustedes, ¡compadre que llenó el Kaseya!, ni Chirino, ni Marc Anthony, solo el reparto y hasta la última fila de butacas, ¡sold out compadre!”
Hay pesimistas anunciando el final de la música cubana, aplastada por “totailas” y papayas de cuarenta libras, mientras que otros defienden una supuesta repartición de oportunidades, “hay espacio para todos los gustos, es cuestión de buscar lo que prefieres, es que no entiendo para que lo escuchan si no lo soportan”, todos ríen.
“Yo no los busco, me los imponen, imagínate que hasta en el pickleball hay quien juega con una bocina nueva de esas con reparto a todo lo que da”
El reparto como llaman a esta nueva modalidad musical es sin duda el fenómeno social del momento, tanto entre los cubanos de la isla como los de aquí enfrente, “la culpa la tiene los miles de cubanitos que Biden dejó entrar”, dice uno de los más críticos, “llegaron con sus pantalones blancos apretados, sin ganas de trabajar y con la música estridente esa”.
Los defensores no se quedan callados dicen que la génesis está en Puerto Rico, en el reguetón que la isla del encanto coló a nivel mundial y que el reparto viene siendo la versión cubiche de lo que alguna vez fue una pasión por la gasolina.
De cualquier forma, hay que coincidir con Alberto: que Bebeshito llenara la arena más grande de Miami es algo extraordinario, pero hay quienes ven una trastienda política en este hito “eso está mandado desde Cuba, ya lo dijo Otaola, el público lo traían en guaguas desde Tampa y Orlando, como cuando llenaban el malecón con las protestas por Elian”.
Le ripostan pidiendo pruebas, “compadre, había que pagar la entrada, ¿me vas a decir que Diaz Canel les dio el dinerito para el ticket a cada uno”
Aquello se puso personal, gritos van y vienen en medio de la sentencia de Alberto que insiste con lo del Kaseya lleno.
De repente uno de los defensores juega sucio y desde su celular a todo lo que da el volumen, reproduce un tema que presume de estar riquisísisimo. Unos paran de discutir para contorsionar ridículamente con un brazo en alto, otros mandan a apagar el dichoso teléfono y entre los más críticos hay quien reconoce que el ritmo es pegajoso.
Regreso a casa con Led Zeppelin a todo lo que da, como si aturdiéndome con mi banda favorita de rock evitara darme cuenta de que la tenemos perdida, que el reparto llegó para quedarse, a pesar de quienes peinamos canas o preferimos que a las mujeres se les admire “por el lenguaje misterioso de sus ojos” y no por cómo se menean durante el sexo.