MIAMI— Putin no invadió Ucrania por razones históricas, culturales, económicas ni geopolíticas. La razón de fondo es la defensa de un modelo autoritario competitivo: un término acuñado por Steven Levitsky, profesor de ciencias políticas de la universidad de Harvard, y por Lucan A. Way, estudioso de la Unión Soviética, también profesor de la famosa universidad. Es lo que igualmente denominan régimen híbrido, un taimado mecanismo que utiliza las herramientas de la democracia para socavarla y legitimar un poder monopólico.
Los chinos tienen una propuesta parecida, mitad comunismo, mitad capitalismo. Un sistema al que la constitución china llama dictadura democrática. Esos son los modelos que nos venden hoy en día. Y que por sus características camaleónicas constituyen algunos de los mayores peligros que enfrenta el siglo XXI.
Los ucranianos llevan dos décadas rebelándose contra ese modelo de autoritarismo competitivo y dando pruebas contundentes de que quieren vivir en una democracia verdadera y no en un régimen híbrido. Lo demostraron durante la Revolución Naranja (2004-2005) y durante el Euromaidán (2013-2014). En ambos casos los manifestantes buscaban mayores libertades, transparencia electoral, división de poderes, y un acercamiento a la Unión Europea que implícitamente significaba un alejamiento del Moscú ‘putinista’.
Los manifestantes de La Plaza de la Independencia (Maidán Nezalezhnosti) portaron banderas de la Unión Europea, junto a la nacional, durante los más de 90 días que duró el asedio. Y gritaron a todo pulmón: ¡Somos europeos! ¡Queremos democracia real! Tras un centenar de muertos derrocaron al despótico presidente Yanukovich. La emoción de esa victoria y las impactantes imágenes de la revuelta viajaron como un rayo láser por las redes sociales y el internet, calando fuerte en el corazón de sus vecinos de Bielorrusia, Uzbequistán, o la propia Rusia.
Desde ese día, el miedo al contagio no ha dejado dormir en paz a Putin. Por eso lo primero que hizo, apenas un mes después, fue invadir Crimea. Y alimentar aceleradamente el conflicto étnico en el este del país. Pero la democracia ucraniana, a pesar de los tropiezos, se fue asentando. Algo que también ha inquietado a los déspotas vecinos, que han enfrentado desde entonces similares protestas y reclamos de libertad.
Putin ha tenido también que encarar una creciente oposición interna, y por eso envenena, encarcela, dispara e invade. Hasta ahora con relativa impunidad. Ha sido un dictador más, aunque la mayoría de la prensa le siguiera llamando líder, que es un término más complaciente.
Se ha convertido además en el guardián de las dictaduras vecinas, en su perro de presa. Poco antes de invadir Ucrania desembarcó tropas en Kazajistán para ayudar a sofocar las protestas populares, acusando a los manifestantes kazajos de haber utilizado “tecnologías del Maidán”, o de replicar las tácticas y estrategias del alzamiento ucraniano.
Otro tanto ocurre en Bielorrusia, donde Lukashenko gobierna con mano de hierro desde 1994. En los últimos dos años ha enfrentado una fuerte oposición y multitudinarias manifestaciones. Putin envió soldados para sostenerle en el poder. Lukashenko le agradece permitiendo ahora el paso por su territorio de las tropas invasoras hacia Ucrania.
En realidad Putin ha hecho un esfuerzo coordinado para tratar de frenar las Revoluciones de Colores, una etiqueta que hace referencia a las movilizaciones políticas en el antiguo espacio soviético.
El espíritu de estas intervenciones rusas no es muy distinto al de las invasiones soviéticas a Hungría en 1956 o a Checoslovaquia en 1968, hechas a petición de los gobiernos comunistas cuyo poder se veía amenazado por revueltas populares. Las circunstancias puede que sean otras, pero el accionar es el mismo. Putin ha dicho que el Euromaidán ucraniano fue un golpe de Estado. Víctor Yanukovich, el presidente derrocado en febrero de 2014 está exiliado desde entonces en Moscú, donde se sigue considerando el jefe de Estado legítimo de Ucrania.
¿Se ha vuelto loco Putin?
Todos los dictadores, tarde o temprano, se vuelven locos. Unos más que otros. El poder los ciega. La impunidad los alienta. Gente despótica, iluminados y mesiánicos hay en todas partes, pero no suelen prosperar en las sociedades donde los contrapesos funcionan. Los tiranos necesitan de un hábitat especial para desarrollarse a plenitud. Necesitan concentrar los poderes. Por lo tanto, la mejor manera de evitar las tiranías es impedir con uñas y dientes la concentración de poderes. Y defender los contrapesos aunque resulten fastidiosos.
Al margen de sus particularidades todos los tiranos se parecen, actúan, reaccionan y se justifican de la misma manera. No hay nada más parecido a un dictador que otro dictador. Llámese Hitler, Stalin, Fidel Castro, Lukashenko, o Putin.
No existen argumentos profundos que justifiquen la invasión a Ucrania. Todo es más pueril. Y se corre el peligro de que tratando de entender las razones de Putin, algunos terminen dándole la razón. Cuando no la tiene.
Juan Manuel Cao
Periodista y presentador