Algo para conmovernos y para rememorar han sido los funerales de José Fernández –Joseíto, como fraternalmente lo llamaba el exilio cubano y sus familiares-, actos que tuvieron lugar el pasado miércoles 28 de septiembre en Miami, la nueva “patria chica” adoptada por este joven atleta del equipo de baseball de los Marllins.
Tenía 24 años de edad y con unas condiciones de lanzador (pitcher) tan extraordinarias que en su primer año de jugar en las Grandes Ligas fue galardonado con la nominación oficial de El Novato del Año, y toda la crítica deportiva lo señalaba como que llegaría a ser uno de los mejores lanzadores de las Grandes Ligas.
Mucho se ha hablado también en estos días del modo de Joseíto, de su carismática y jovial personalidad, como un muchacho risueño y siempre cariñoso para todos los cubanos del exilio –y también para las demás emigrados hispanos de esta ciudad- así como del trato fraterno y jovial para sus compañeros del equipo de los Marlins. Así como del agrado de la prensa deportiva. Llegó a ser un orgullo para el exilio cubano; ahora se convierte en símbolo.
José Fernández llegó a tierra norteamericana, como otros miles de cubanos, arriesgándose a escapar de Cuba y su actual dictadura, en una de esas balsas o barquichuelos en los cuales tantos cubanos han perdido la vida, en ese cementerio marino que es el estrecho de la Florida. “Balsero” que dignifica la condición de tal, José ha abierto una página edificante en la historia del exilio cubano, y en la historia del baseball cubano sin fronteras, que yergue hombro con hombro junto a los héroes memorables cubanos de ese deporte en las Grandes Ligas, como Adolfo Luque, Orestes Miñoso o Luis Tiant, entre otros.
Los funerales de José Fernández han sido un acontecimiento popular para esta ciudad de la Florida y los residentes de todos los sectores de la misma, pero, en especial, para el exilio cubano, donde a lo largo de los años ha asistido a funerales de gran respaldo popular, como el caso del líder político Jorge Mas Canosa, o artísticos como el de Olga Guillot y Celia Cruz. Pero esta expresión popular de los funerales de José Fernández ha tenido aún más arraigo popular, por lo peculiar y significativa.
Se trata de un deportista, que ha trascendido el marco de los fanáticos de un deporte especifico, y se ha constituido en algo casi simbólico, y oportuno para el exilio cubano. En estos momentos históricos de las nuevas y polémicas relaciones diplomáticas, y de otros alcances, entre los gobiernos de Estados Unidos y
Cuba, en los que el exilio tradicional cubano en su gran proporción ha manifestado su desacuerdo con la forma en que se ha llevado a cabo ese acercamiento al gobierno dictatorial castrocomunista, los factores que favorecen dicho acercamiento manifiestan que ese exilio tradicional ya no tiene la vigencia ni el empuje que ha tenido por años, este triste acontecimiento de la muerte de José Fernández ha demostrado que ese exilio tiene aún reservas emocionales (¿y por qué no patrióticas?) que lo testimonian con una vida colectiva vigente, que reacciona ante determinados estímulos de unidad ocasional y que, por tanto, es aún significativo para complementar la historia y el alma total de la nación y el pueblo cubanos como lo fue la Emigración durante la Guerra de Independencia en el siglo XVIII
Cientos de personas, tras el carro fúnebre salieron del stadium de los Marlins, y con una especie de original guardia de honor iban sus compañeros del equipo de baseball, con la camisa de juego llevando a la espalda el número 16 que era el que tenía Joseíto. El corteje se dirigió a la Ermita de la Caridad, símbolo religioso de los cubanos, donde el Padre Rumín efectuó una misa al aire libre y frente al mar que trajo a Joseíto desde Cuba, y en él falleció.
El cortejo, cada vez más nutrido, en su camino hizo una parada frente el restaurant La Carreta, de la 40 Calle del SW, lugar muy frecuentado por los cubanos. Todos sus empleados estaban en la acera, vistiendo camisa blanca y con una taza de café en la mano, para dar al cortejo un original brindis a la cubana. Y siguió el cortejo por la citada calle donde cientos de personas se agolpaban en las aceras, rumbo a la iglesia Saint Brendan, donde se llevaría a efecto la misa final de este joven que trajo al exilio en su mano, no sólo la pelota de gran lanzador en el base ball, sino además la mano abierta a la fraternidad y el amor de su cubanía, y que el exilio y toda la ciudad, lo acompañaron en un cortejo de adiós, con este lema; MIAMI DESPIDE A SU ESTRELLA.