En América Latina nada es casual. Todo está atado a pactos oscuros, favores cruzados y maniobras calculadas. Nuestro deber como periodistas, columnistas de opinión y analistas políticos es desmantelar ese ajedrez de poder con precisión de bisturí, estilo CSI, para desnudar las jugadas ocultas, derrumbar sus planes y romper el control de la narrativa. Hay que exponer la verdad detrás de cada movimiento de la extrema izquierda y advertir, antes de que sea tarde, hacia dónde quieren arrastrar a nuestros pueblos.
La llamada Operación Imeri, ese plan que se conoció para evacuar a Narcomaduro hacia Brasil en caso de colapso de su régimen, es la prueba más clara de cómo en la región las conspiraciones se tejen con hilos finos y oscuros. No fue un rumor aislado, sino una trama diplomática y militar discutida en la cumbre amazónica en Bogotá. Según el portal DefensaNet, el canciller brasileño Mauro Vieira se reunió allí con su homólogo venezolano, Yván Gil, y hablaron abiertamente de un eventual escape del dictador.
El esquema presuntamente contemplaba dos rutas de evacuación, una aérea con un avión KC-390 que trasladaría a Narcomaduro y a su círculo cercano hasta Boa Vista y otra marítima respaldada por el portahelicópteros Atlântico, fragatas y fuerzas de élite de la Marina brasileña. Todo disfrazado de “ejercicio humanitario”, un eufemismo para lo que en realidad era un rescate político con uniforme militar.
El plan no prosperó porque sectores de las Fuerzas Armadas brasileñas se negaron a manchar su institución poniéndola al servicio de un narcodictador y porque Estados Unidos dejó claro que aplicaría sanciones a Brasil si se concretaba semejante operación. Esa doble presión frenó el operativo, pero dejó al descubierto una verdad más grande, Lula estaba dispuesto a sacrificar su prestigio internacional para convertirse en salvavidas de Narcomaduro.
Y en ese tablero también aparece Gustavo Petro. Su discurso ha sido de respaldo abierto al régimen chavista. Desestima al Cartel de los Soles, que Estados Unidos y organismos internacionales señalan como una red de narcotráfico incrustada en las Fuerzas Armadas venezolanas. Afirma que Colombia y Venezuela son “el mismo pueblo, la misma bandera, la misma historia”. Y, para completar, impulsa la llamada “zona binacional”.
Ese proyecto no es integración ni desarrollo. Es la construcción de una franja de Gaza en la frontera colombo-venezolana. Un corredor vial blindado para el narcotráfico, con el ELN convertido en guerrilla binacional y la línea de defensa al servicio de la narcodictadura. Más que un espacio de comercio, lo que se plantea es una autopista criminal que sirve a los intereses de Narcomaduro y que amarra a Colombia en la misma lógica de degradación.
La foto es clara. Narcomaduro aislado y sin salida, buscando oxígeno en la complicidad de Lula y Petro. Lula jugándose la credibilidad de Brasil en un operativo clandestino. Petro legitimando a la narcodictadura con sus discursos, sus proyectos binacionales y su silencio ante la represión y el éxodo venezolano.
Ahora queda perfectamente claro por qué Petro no libra una lucha frontal contra el narcotráfico ni contra los cultivos ilícitos de coca. Ha ido maniatando, desmantelando y desfinanciando a las Fuerzas Militares colombianas, mientras al mismo tiempo con el cuento de la “paz total” autoriza camionetas, escoltas y gasolina para los cabecillas de los narcoterroristas del ELN y las FARC. Es la otra cara de la misma estrategia, debilitar a las instituciones llamadas a defender la democracia y fortalecer a los grupos que sirven de escudo armado a la narcodictadura.
La complicidad no se mide solo en lo que se dice, sino en lo que se deja de hacer. Mientras millones de venezolanos huyen de la miseria, del hambre y la persecución, dos presidentes de la región se alinean con quien los oprime. Mientras Washington advierte y aumenta su presión militar en el Caribe, Lula y Petro se ofrecen como red de protección política y diplomática de una narcodictadura en fuga.
La pregunta ya no puede eludirse. ¿Qué lugar quieren ocupar Lula y Petro en la historia? ¿El de líderes que defendieron la democracia en América Latina o el de cómplices de Narcomaduro? El costo de esa decisión no lo pagarán ellos, lo están pagando ya los pueblos. Los venezolanos con el hambre, el exilio y la represión. Los colombianos con el riesgo de ser la segunda Venezuela de la región, inundados de coca, con una frontera convertida en autopista del crimen y santuario del narcotráfico al servicio de la narcodictadura.
El tiempo dará la respuesta, pero la advertencia debe hacerse hoy. Porque en América Latina, cuando la extrema izquierda mueve sus fichas en el tablero, no lo hace al azar. Cada paso busca perpetuar el poder y blindar a los suyos. Y si no se les desenmascara a tiempo, lo que está en juego no es un plan de fuga, sino el futuro mismo de la estabilidad y democracia en la región.