viernes 14  de  febrero 2025

Mis vidas pasadas

Fui un hombre de las cavernas. Deduzco esta afirmación a partir de mi repulsión por las tareas domésticas
Diario las Américas | IDAYSI CAPOTE
Por IDAYSI CAPOTE

Por lo menos contaré algunas.

Fui a unas sesiones de hipnosis regresiva y sinceramente no recordé nada en lo absoluto. Usaré el método de interpretación de rasgos, cualidades y defectos de mi actual existencia.

Me niego a respetar un orden cronológico para describirlas porque parecería un "resumé" para encontrar trabajo. Y el objetivo es otro: demostrar lo fácil que es saber quiénes fuimos antes.

La bruja del pueblo, y no por hechicera: Confieso que no me gusta peinarme, y estaría desdentada también, pues mi “sonrisa Colgate” es pura fachada. No tengo un diente ni una muela sin empaste. Me encanta vegetar en el sofá: por esa vagancia innata andaría apoyada en un cayado –rama de palo bien dura– que soportaría lo que decía mi madre: “Niña, eres mas vaga que la quijá de arriba” (refiriéndose al inmóvil maxilar superior).

Fui un hombre de las cavernas. Deduzco esta afirmación a partir de mi repulsión por las tareas domésticas: cocinar, lavar, planchar, limpiar, fregar la cocina y los baños, tender la cama, barrer; aunque amo la limpieza impoluta. Pero preferiría ir a cazar un mamut antes de realizar todos los quehaceres en la cueva.

Imagino limpiar y botar los huesos de la comida de la noche anterior, así como eliminar las cenizas de la fogata para calentarse y cocinar, idear modelos de ropa con las pieles ya tratadas de cuanto animal era cazado, sacar piojos, eliminar el olor penetrante a humo aireando la cueva al quitar la pesada piedra de la entrada y vigilar a la vez que no se acercara ningún peligro.

Cuidar y entretener a los niños. Para ello dibujaría en las paredes el cuento que quería contar, con la “tinta” echa a mano con sangre, tierra y plantas. Esperar por la caza para “fajarse” con la fiera muerta y prepararla para asar y comer. Engalanarse esperando al “macho” mediante un peinado con el peine hecho de dientes de alguna bestia… ¡Qué cansancio tengo ya! Segurísima de que fui hombre en esa etapa.

Corista del Molino Rojo de París, o sea, cabaretera –no voy a escoger un cabaretucho de mala muerte–. Adoro el brillo de las lentejuelas que ahora son casi siempre plásticas, aunque en sus inicios eran de plata y de otros materiales valiosos. Ahora se usan a toda hora, pero hasta hace unas décadas eran exclusivas para la noche y para ir a un cabaret.

El baile de estas chicas que apoyan la punta de un pie y extienden esa pierna recta y bien alto repetidas veces, tengo que declarar que lo lograría sólo si me enyesan la pierna hasta el tobillo. Podría levantarla con la ayuda de una cadena que la elevaría, mientras alguien me sujetaría por detrás para no caer y estallar como un cohete en posición horizontal. Nada, que eso de bailarina no se me daba bien, seguro por mediocre en este oficio tuve que aceptar que siempre para moverme necesitara ayuda.

Me quemaron en la hoguera en los tiempos de la inquisición. Era muy fácil llegar a ser achicharrados vivos por cualquier cosa. Y como no existían Hollywood ni el cine, la gente se deleitaba mirando aquellos actos macabros. ¡Tremendo entretenimiento!

Lo que hice para merecerlo, lo desconozco. Pero las secuelas actuales me llevan a creerlo porque para mí el invento más grande de la Humanidad es el aire acondicionado. Que nadie me discuta esta certeza. El calor me pone farruca, histérica. La hoguera es la explicación que encuentro para mi amor obsesivo y desenfrenado por este frío invento.

También fui reina, en la época medieval. Me encanta dar órdenes y no cumplir ninguna. Adoro que todo esté disponible cuando lo desee y muy cercano a la perfección cuando lo hacen otros. Dormir en habitaciones separadas como la mayoría de las parejas de monarcas con el objetivo de no escuchar ronquidos y chatear con mis amigas hasta la hora que quiera sin supervisión celosa-masculina.

Reencarné alguna vez como una golondrina leal, escogí una pareja de por vida. Anunciaba a los marineros que la tierra estaba cerca. ¡Qué hermosa misión! Hoy anuncio que viene la policía. Aunque era seguro mi regreso al nido casi siempre andaba perdida por ahí. Sin dar explicaciones era aceptada al volver. Lo de ratas, víboras y cucarachas se lo dejo a otros.

Lo que si recuerdo es la estancia en el útero de mi madre. Ese medio acuoso durante nueve meses justifica la pasión que tengo por un jacuzzi, donde pudiera estar nueve horas seguidas con una o varias botellas de champán, que no sean compradas en Walmart, rodeada de rosas rojas, una luz baja, una música instrumental y un acompañante… Fue un tiempo de mucha soledad… el del embarazo.

Creer o no creer en vidas pasadas no es la cuestión. Dicen que volveremos una y otra vez reencarnados hasta que no deseemos más cosas y dejemos de cometer errores. De ser así me apunto para la próxima, algo bien loco: Seré Lady Gaga.

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