Cuesta creer que de las negociaciones entre el régimen de Nicolás Maduro y un sector fragmentado de la oposición venezolana pueda resultar la panacea a los problemas cruciales del país, que solo se podrían resolver con la salida del chavismo del poder.
Bien lo dijo en Miami el alcalde metropolitano de Caracas, Antonio Ledezma, y sus palabras recibieron inmensos halagos entre quienes participaron en una reunión en la Universidad Internacional de la Florida: “Una negociación verdadera debería partir de la exigencia de que Maduro salga de Miraflores”.
Como Ledezma, muchos en el exilio tienen una percepción similar. La creación de un canal humanitario, unas elecciones libres o la liberación de presos políticos, entre otros aspectos, no son lo suficiente como para sentarse a una mesa con negociadores que no contemplarán, ni de forma remota, salir de las esferas de mando.
Hay que tener en cuenta que el chavismo no tiene la más mínima noción de lo que significa la palabra democracia y sus alcances, y mucho menos que los herederos de Chávez estén dispuestos a poner en práctica la alternancia de poder; tampoco aceptar que han obrado de manera errónea.
Una dictadura está destinada a preservarse en el tiempo y un mea culpa resulta casi imposible en boca de una tiranía como la que gobierna a Venezuela, que ha llevado a todo un pueblo a un estado de miseria peor que el de Cuba, que es donde se fraguó el embeleco bautizado “socialismo del siglo XXI”.
El régimen de Maduro es posible que ceda en algunos puntos para mostrar una maquillada impresión de democracia, pero es poco probable que su retiro, por la puerta de atrás, esté entre los temas relevantes de una agenda.
Si se quiere, la intención del presidente dominicano, Danilo Medina, es loable. Un primer intento de acuerdo entre las partes falló el pasado fin de semana, y se estima que el 15 de diciembre próximo pueda haber un resultado favorable para el pueblo venezolano.
Por cuanto así lo dictan los cánones de la democracia, es apenas obvio que personas apegadas a esa filosofía recurran al diálogo. Sin embargo, creer que un grupo cuyo proceder ralla en la tiranía esté dispuesto a dar un paso atrás, parece una utopía. Amanecerá y veremos.