En nuestro próximo capítulo republicano, son muchas las cosas que los venezolanos tendremos que hacer de una manera distinta. Una de ellas, y muy importante, es aprender a seleccionar bien a nuestros servidores públicos.
En nuestro próximo capítulo republicano, son muchas las cosas que los venezolanos tendremos que hacer de una manera distinta. Una de ellas, y muy importante, es aprender a seleccionar bien a nuestros servidores públicos.
Anteriormente en esta columna abordamos el tema de nuestros servidores públicos en relación con los fines de Estado, que el artículo tercero de nuestra Carta Magna define así: “…la defensa y el desarrollo de la persona y el respeto a su dignidad, el ejercicio democrático de la voluntad popular, la construcción de una sociedad justa y amante de la paz, la promoción de la prosperidad y bienestar del pueblo y la garantía del cumplimiento de los principios, derechos y deberes consagrados en esta Constitución...”.
Y también señalamos que los funcionarios públicos venezolanos, en su inmensa mayoría, lejos de contar con las competencias o de dedicar sus esfuerzos para el logro de tales fines, ha convertido a la función pública en un nido de alacranes y una caterva de criminales, que de nada sirve y que mucho estorba.
En ese mismo sentido, cabe perfectamente citar una frase de Platón, que lapidariamente refleja nuestra realidad: “Las buenas personas no necesitan leyes que les digan cómo deben actuar responsablemente, mientras que las malas personas siempre encontrarán la vía para dar vuelta a las leyes”. De esa cabuya tenemos muchos rollos.
Frente a la cruda realidad, los ciudadanos venezolanos de bien, que somos la inmensa mayoría, debemos organizarnos para redefinir el perfil de nuestros futuros servidores públicos, así como los mecanismos de selección, contratación, entrenamiento, manejo de carrera e incluso, de remuneración.
En la antigüedad, los individuos que aspiraban a la función pública, se preocupaban por emprender acciones nobles desde muy temprana edad, para construir una buena reputación, honor y prestigio a fin de generar credibilidad y confianza en su comunidad. Al momento de promoverse para algún cargo de elección, estos ciudadanos se vestían de blanco, con el objeto simbólico de transmitir una percepción de pureza, palabra que se traduce en candidez o cándido, y es precisamente el que aspiraba a un cargo público que debía ser el más puro, el más limpio, el más cándido. Y es de ahí que nace el concepto de candidato.
De esa misma manera, debemos exigir a todos los candidatos a ejercer la función pública, sean estos de elección popular o por nombramiento administrativo, un perfil que incluya esa honorabilidad, prestigio y candidez, pero adicionalmente que nos garantice a todos los ciudadanos que vamos a ser usuarios de sus servicios, que el incumbente seleccionado conozca exactamente cuál será labor, cuáles sus objetivos, cuáles sus recursos, que cuente con las competencias que su cargo amerita y que, además, sea debidamente supervisado por otro servidor público honorable, prestigioso y cándido.
El perfil de nuestros futuros servidores públicos debe comenzar por exigir que cada candidato ejercite los siguientes valores:
De igual forma, dicho perfil debe contener, entre otras, las siguientes características personales de todo servidor público:
En una próxima entrega trataremos el tema de un justo y conveniente mecanismo de remuneración para nuestros futuros servidores públicos.
@juanriquezes

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