El triunfo del presidente Trump en EEUU podría resumirse en factores políticos determinantes: voto castigo, voto a ganador [economía del voto], correlación favorable costo/beneficio, descontento de gestión Biden y correlación inversa de lo políticamente correcto. Pero también existen factores que podríamos denominar seminales, originarios, culturales que tocando la fibra tradicional del norteamericano, abrieron un boquete a la alternativa demócrata de Kamala Harris. Un boquete ético-costumbrista que ni Taylor Swift, Beyoncé, Selena Gómez, JLo, Oprah Winfrey no pudieron cerrar. Por el contrario lo que hizo fue impulsar un sentimiento de “resistencia” oculto, silencioso, que no respondía a las encuestas por quién votaría.
Populismo y descontento con las élites
Analizar la victoria de Donald Trump en la reciente elección, obliga hacerlo desde la perspectiva de la cultura política y social de los EEUU. Existen elementos claves que ayudaron a que su discurso resonara con una parte considerable de la población.
Trump construyó su campaña en torno a un discurso populista que canalizó el descontento generalizado hacia el “establishment” político y las élites en Washington y otras zonas urbanas. Muchos estadounidenses, especialmente aquellos en regiones afectadas por la desindustrialización y la falta de oportunidades, sienten que las políticas de las últimas décadas no los han beneficiado. Su promesa “drenar el pantano” dio con con votantes que veían a la clase política como distante y desconectadas.
El discurso “woke” asociado con el Partido Demócrata en EEUU aboga por una conciencia social que busca reconocer y combatir las injusticias históricas y estructurales, especialmente en temas de raza, género, sexualidad y desigualdad económica. Este enfoque incluye políticas progresistas que promueven la inclusión y la igualdad, como los derechos LGBTQ+, la equidad racial y la justicia ambiental. Sus argumentos críticos e irreverentes pueden llevar a un activismo excesivo y polarizante, aunque sus defensores consideran que impulsa un cambio positivo.
El discurso de lo ‘políticamente correcto’ que se identifica con woke, fue contrastado por una narrativa conservadora, que apeló al rescate de los valores fundacionales de los EEUU. La libertad económica, la igualdad de oportunidades, el respeto a valores religiosos [cualquier tendencia] y la exaltación de la América próspera y segura [que corre peligro], impactó.
La desmitificación se fue a las raíces de la confederación. Por ejemplo se cree comúnmente que la abolición de la esclavitud vino de los demócratas o que el Ku Klux klan era un movimiento republicano. Pero no es así. El movimiento abolicionista en EEUU fue apoyado por líderes principalmente republicanos. El Partido Demócrata del siglo XIX defendía en gran parte los intereses del sur esclavista, mientras que el recién formado Partido Republicano (fundado en 1854) incluía en sus filas a varios abolicionistas y se posicionaba contra la expansión de la esclavitud en nuevos territorios. La elección de Abraham Lincoln, republicano y opositor de la expansión de la esclavitud en 1860, impulsó la guerra civil y finalmente, la abolición de la esclavitud en 1865 con la Decimotercera Enmienda. Este sentimiento originario, fundacional, conservador, histórico, se cotejó con el discurso del despertar inclusivo, colocándolo como un salto oscuro, caótico, económica y socialmente inesperado e inconveniente.
Trump, roturando una crisis de identidad nacional, lanza el nostálgico slogan “Make America Great Again”. La promesa de “Hacer a Estados Unidos Grande Otra Vez” evoca una época más próspera, segura y homogénea. En un contexto de cambios demográficos y globalización acelerada, Trump supo capitalizar el miedo al cambio cultural y a la pérdida de identidad. Muchos votantes, especialmente blancos de clase trabajadora, vieron en Trump, un defensor de los valores tradicionales que prometía el regreso de un país más unido.
La polarización y la cultura del “nosotros contra ellos”
EEUU ha experimentado un aumento en la polarización social y política en las últimas décadas. Polarización que se exacerba con una suerte de victimización, exclusión latente y excesos migratorios. Por una parte los procesos judiciales contra Trump crearon una inestabilidad institucional que trasciende en el miedo colectivo. Una suerte de juicio público donde los medios hicieron de Trump, un producto mediático más de lo que era. Trump aprovechó esa “ola”, recurriendo a un lenguaje que enmarcó sus propuestas como la defensa contra “los otros” (migrantes, países extranjeros, los “liberales”). Construyó un enemigo común, alineando su figura como el único capaz de defender sus intereses en una nación dividida y percibida como profanada.
La exclusión de Trump de la red social Twitter y su rescate por Elon Musk en “X” viene a favorecer ese sentimiento de redención y reivindicación del “acusado” que aun siendo culpable, merece una segunda oportunidad. Gran parte de la sociedad norteamericana creyó en la cultura de "nosotros contra ellos”. Una sociedad fatigada de manipulación mediática, de los desniveles de atención hacia los juicios contra Trump vs. los juicios contra Hunter Biden.
En otras palabras, una sociedad conservadora, adulta, 45 y 65 +/, un 67% de la población mayoritariamente blanca [ver atlas político USA] decidió salir ‘al rescate’ del redentor que además sienten como un salvador. Siguiendo ese mismo ‘safe heaven’ se montaron hispanos y minorías étnicas El resultado: Trump ganó en todos los segmentos de la sociedad: mujeres, hombres, blancos asiáticos, latinos, negros, jóvenes, educados y menos educados.
La narrativa cultural del perdón, la vida, la paz preventiva y la redención en un país donde la moralidad pública favorece a quien representa la “lucha” [fight, fight]. Trump es la expresión más parecida al héroe, al fajador norteamericano, ganador de todas las batallas. La búsqueda del bienestar económico, el rechazo hacia la socialización, hacia una política migratoria errática y una política exterior vulnerable, también favorecieron al aprendiz-sic-. quién agendó la campaña “América Primero”.
El ‘outsider’: medios, RRSS y David contra Goliat
La ética protestante, especialmente en su variante calvinista, ha dado forma a la cultura política estadounidense desde sus inicios. Su énfasis en la autosuficiencia, el trabajo duro y el éxito individual ha cultivado una visión del individuo como el arquitecto de su propio destino. En EEUU el obrero no envidia ni desdice de su patrono. En el caso de Trump, su imagen de empresario exitoso y “outsider” en la política, conectó con esta tradición. La moral protestante estadounidense también tiene un fuerte componente de redención y perdón. En el cristianismo evangélico y protestante, el perdón y la posibilidad de empezar de nuevo, son valores esenciales. Esta ética fue instrumental para Trump, quién pese a escándalos y polémicas personales, logró que muchos votantes lo perdonaran o relativizaran sus errores. Para sus seguidores, Trump era alguien que, a pesar de haber cometido fallos, estaba dispuesto a luchar por ellos lo cual justificaba darle otra oportunidad.
La victoria de Donald Trump también debe analizarse desde la composición geográfica y demográfica, principalmente blanca, de carácter aspiracional y resiliente. Trump logró movilizar a comunidades rurales y suburbanas de mayoría blanca, donde muchos votantes se identifican con valores tradicionales y conservadores. Esta base ve en él una figura que representa el sueño americano: alguien que, a pesar de desafíos y adversidades, persevera. El sentido de resiliencia en estas comunidades, muchas de las cuales enfrentan desafíos económicos y un sentimiento de abandono por las élites urbanas, hizo que Trump simboliza una lucha contra un sistema que perciben como distante y desinteresado en sus problemas. Trump apeló a su aspiración por un futuro mejor para ellos y sus familias, consolidando un apoyo fuerte en estas áreas y logrando una movilización efectiva en estados clave [Belt States] que fueron decisivos para su victoria.
La retórica de Trump lo posicionó como víctima del sistema político, de los medios de comunicación y una clase política elitista. Ese papel resonó como un hombre común perjudicado por las élites, una historia enraizada en la tradición norteamericana de la “batalla de David contra Goliat”.
La teología del éxito hizo su trabajo. La relación entre éxito, moralidad y elección salvadora, parte de la ética evangélica, fue determinante para los votantes religiosos. La cruzada de los hombres de Jacob Ammann [‘amish’] a Pensilvania representó una simbología y una comunidad de votos determinante. Y se reforzó el descontento con la administración demócrata y el sentimiento anti-incumbencia.
Su enfoque en limitar el apoyo estadounidense a Ucrania caló con una base cansada de conflictos internacionales, y su postura sobre inmigración reforzó su imagen de líder fuerte y decidido. Nuevamente, Elon Musk proporcionó un canal en RRSS que le permitió llegar a audiencias amplias y movilizar una base leal, cuando había sido expulsado de twitter. Y pasó de perseguido a cazador.
Trump y Venezuela
Trump es percibido como un sujeto hostil y duro. Frontalidad que sus adeptos la sienten como autenticidad y valentía para hablar “las verdades incómodas”. Entonces aquellos que se ven reprimidos o censurados por expresar sus opiniones en el espacio público, tienen en Trump a su vocero. La estrategia demócrata se centró en temas de justicia social y diversidad, lo que, aunque relevante para sus votantes urbanos y progresistas, generó desconexión en la ‘América adentro’.
Los demócratas han mantenido una política de “negociación” con Venezuela, otorgando importantes concesiones a Maduro que no han sido compensadas ni a EEUU, ni a los venezolanos, ni a la justicia internacional. Maduro ha sacado provecho de esa desconexión demócrata con la verdadera esencia del régimen de Caracas. Trump y los republicanos criticaron duramente la política migratoria de la administración demócrata, describiéndola como poco firme. Esto reforzó una narrativa de inseguridad donde salió a colación los grupos criminales como el tren de Aragua.
Somos de la opinión que Venezuela estará en la agenda de prioridades de Trump. No aisladamente. Su compromiso de “saneamiento migratorio” tocará las relaciones con Rusia, ajustes con China, México y mano dura con Irán, donde también entra la guerra de Israel et al. No creo en políticas de intervención forzosa. Tampoco pienso que Trump reeditará esta narrativa. Tienes otras herramientas para persuadir, presionar y lograr objetivos, carácter que no tuvo la administración Biden.
Se han tejido muchos mitos urbanos. La agresión militar, salidas “de seguridad” o intervención forzosa. El régimen sabe que vienen otros tiempos. Tiempos de quiebre interno, de transición, de sabia y utilitaria redención. Cuba, Nicaragua también están en la mira. Los aliados se “reagrupan” y desmarcan. La primera en desmarcarse de Maduro será México. Brasil y Colombia están en eso. Rusia será requerido por Trump, y vendrán desenlaces.
Ojalá lo sepan interpretar y aprovechar. Después será tarde.
@ovierablanco
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Presidente VenAmérica.