Si el presidente electo Donald Trump escucha sus instintos, tal vez estos le indiquen que debe mantenerse al margen del colapso en Siria y dejar que el país resuelva por sí solo que tipo de gobierno quiere tener, sin la intervención de Estados Unidos.
Y es que Trump, previo a la crisis siria, dejó en claro que no quiere que el país que está próximo a dirigir se involucre en ningún conflicto en el Oriente Medio, y mucho menos en algún tipo de programa de reconstrucción.
Seguramente el republicano recuerda como la reconstrucción de Afganistán se convirtió en el lema de la coalición liderada por Estados Unidos, y aunque se invirtieron miles de millones de dólares en mejorar las instalaciones sanitarias, las escuelas, los derechos de las mujeres y en crear un nuevo ejército y una fuerza policial, el proyecto fracasó cuando los talibanes retomaron el poder, después de la evacuación total de las tropas internacionales, en 2021.
Sin embargo, la caída del presidente Bashar al-Assad en Siria, orquestada por una milicia rebelde, abre la posibilidad de que a través de la ayuda externa, se logre influencia para remodelar no solo a la nación siria, sino todo Oriente Medio.
Entonces, ¿puede Estados Unidos permanecer al margen mientras los nuevos gobernantes sirios luchan por llevar estabilidad al país? Gracias a Asad, Siria está en bancarrota y necesitará ayuda.
Cuando asuma el poder en enero, Trump se dará cuenta de que Estados Unidos ya está muy involucrado con el futuro de Siria. El presidente, Joe Biden envió a dos de sus funcionarios de más alto rango a Oriente Medio para consultas con líderes regionales.
El secretario de Estado, Antony Blinken y el asesor de seguridad nacional, Jake Sullivan, volaron la semana pasada para reunirse con actores clave que desempeñaran un papel importante en lo que suceda en Siria y Washington, está enviando mensajes a los nuevos gobernantes en Damasco a través del gobierno turco.
Por lo tanto, en las últimas cinco semanas de la administración Biden, se habrán establecido gran parte de las bases de un programa de influencia estadounidense con Damasco.
La iniciativa está orientada a persuadir a los nuevos gobernantes para que bloqueen cualquier intento de Rusia para mantener las dos bases militares que Moscú utilizó durante su alianza con el régimen de Asad: la base naval de Tartús, en el oeste de Siria, y la base aérea de Khmeimim, en el sur.
Con tanto en juego, tras la dramática caída de Asad, podría ser difícil si no imposible, que Estados Unidos se mantenga al margen de lo que suceda a menos que Trump considere que es lo mejor para sus intereses.
Durante sus cuatro años como presidente, entre 2017 y 2021, Trump mantuvo a Estados Unidos al margen de nuevas guerras y llegó a un acuerdo con los talibanes para poner fin al conflicto en Afganistán y retirar las tropas estadounidenses.
Sin embargo, tratar de influir en el futuro de Siria no es lo mismo que enviar batallones para luchar en una guerra. Todavía hay 900 tropas estadounidenses en Siria, pero se dedican exclusivamente a buscar y eliminar a los combatientes supervivientes del grupo terrorista Estado Islámico.
La fuerza de milicia que derrocó a Assad, solía tener vínculos con la organización terrorista Al Qaeda, por lo que no son aliados políticos naturales de Estados Unidos, aunque tampoco son amigos del Estado Islámico (EI) y la presencia de tropas estadounidenses en un papel anti-EI, podría incluso convenir al nuevo gobierno de Damasco a la vez de proporcionar a Washington una influencia clave.
Un argumento así podría persuadir a Trump de mantener la ofensiva diplomática mientras garantiza que Estados Unidos estará alejado de cualquier intervención militar.
Entre ahora y el 20 de enero, cuando se produzca el cambio de gobierno, los principales funcionarios de seguridad del presidente electo como, el secretario de Estado designado, Marco Rubio, y el asesor de seguridad nacional designado, Mike Waltz, quien no requiere confirmación del Senado, recibirán informes de inteligencia actualizados colocándolos en posición única para asesorar a Trump sobre cómo hacer frente a los críticos acontecimientos en Siria, en caso de que el nuevo mandatario cambie de opinión para “impedir que ISIS vuelva al campo de batalla” y amenace la seguridad nacional estadounidense, como dijo recientemente el senador republicano, Lindsey Graham.