Aunque las últimas seis décadas están marcadas por la antinomia entre los gobiernos de ambos países, no puede entenderse la formación y fragua de la nacionalidad cubana (1850 – 1930) sin la impronta estadounidense; un proceso que, más allá del criterio de muchos historiadores, se aceleró desde el nacimiento de la república en 1902. Pero tampoco es posible escribir la historia de la independencia de EE. UU, soslayando el aporte de aquellos criollos que, en genuino acto de solidaridad, entregaron su sangre en los campos de batalla.
Desde la llegada de los primeros ingleses, en 1607, existen vínculos entre el país norteño y la isla del Caribe; entonces, 105 personas guiadas por el enérgico capitán John Smith supieron imponerse a la desidia y levantar la primera población en territorio de Norteamérica, Jamestown, sobre la rígida norma de “el que no trabaja no come”. El comercio entre los habitantes de Jamestown y los españoles de San Agustín se desarrolló con celeridad, expandiéndose con rapidez a Cuba, el principal socio comercial de la Provincia de la Florida española.
La guerra de las Trece Colonias contra Inglaterra, quizás, no hubiese detonado en 1775, sin la presencia de Cuba. Una aseveración que, parece un dislate mayúsculo, sin embargo, intentaré exponer argumentos que justifiquen mi aseveración.
Desde mediados de los años de 1760, la corona inglesa intentó romper las relaciones comerciales entre Cuba y las Trece Colonias. Durante la reforma (1764) encaminada a lanzar el comercio al mundo, los cubanos usaron barcos de bandera inglesa aportados por Norteamérica; pero poco después Inglaterra saboteó la iniciativa poniendo en vigor la “Sugar Sudes Act” que actualizaba las tesis de la “Molasses Act”, frenando el intercambio comercial que en la década 1760 – 70 abastecía de azúcar y melaza las destilerías de Massachussets y Rhode Island.
El ron era la base del comercio de esclavos con África. Allí eran intercambiados por 1.400 bocoyes (barril de gran tamaño) al año, fabricados con las materias primas cubanas. En ese momento, la oligarquía cubana se opuso a las barreras impuestas, estableciendo una alianza estratégica con los colonos, a quienes apoyaron en su guerra de independencia (1775 – 1783); donde, además, los criollos limpiaron la afrenta infringida por los ingleses en 1762 durante la toma de la Habana, al capitalizar los imperdonables errores cometidos por el entonces Capitán General de la isla Juan de Prado Portocarrero.
Los cubanos estaban influidos por la visión española de la guerra de independencia de EE. UU, diametralmente opuesta al otro aliado de las Trece Colonias: los franceses. La mirada de Francia era plenamente Europea, y sólo perseguía debilitar a Inglaterra como gendarme internacional; pero en España prevalecía una definida “vocación americana”, al percibir la guerra como una oportunidad para despojar a los ingleses de sus colonias caribeñas; aun cuando era evidente que los colonos, a la postre pretendían lanzarse contra los territorios españoles de Luisiana y Florida.
En abril de 1779, los triunfos de las Trece Colonias sobre los ingleses despertaban admiración en la Habana. España rompió relaciones con Londres, conminó a Inglaterra al cese de las hostilidades, a reconocer el dominio de los colonos sobre los territorios ocupados, y expuso la necesidad de sentarse en la mesa de conversaciones a firmar la paz; al ser rechazadas las demandas por Inglaterra, Francia y España firmaron un pacto secreto donde ambas partes se comprometían a no cesar las hostilidades hasta tanto no se reconociera la independencia de las Trece Colonias.
La impronta cubana se hizo sentir en el conflicto bélico desde finales de los años de 1770; convirtiéndose la Habana en el centro de operaciones militares contra los ingleses en el Caribe como rubricaba la Cédula Real de Carlos III, rey de España, del 21 de junio de 1779.
Un año después, la situación económica de los revolucionarios estadounidenses era apremiante. Entonces, el Congreso Continental envió de manera desesperada a John Jay, uno de los “padres fundadores”, a España para solicitar ayuda financiera.
En un momento neurálgico de la revolución, los fondos recaudados por Jay distaban de las necesidades. Fue entonces que, Juan de Mirayes, a quien el historiador cubano Salvador Larrúa Guedes endilga el calificativo moral de “padre fundador” de EE. UU, reunió medio millón de dólares (300 millones en la actualidad) que fueron enviados en barco hacia el territorio ocupado por las tropas de Washington.
El agradecimiento de George Washington hacia Mirayes fue tan grande que, al morir de pulmonía en plena guerra de independencia (1780), lo hizo en su casa, y ni un instante Martha (esposa de Washington) se separó de su cama; aun cuando Mirayes era católico se conminó a la iglesia de Morristown para que las honras fúnebres se realizaran allí: asistiendo el Congreso Continental en pleno como muestra de respeto.
Fue, además, Bernardo Gálvez, quien organizó las tropas que participaron en una de las campañas más brillantes de la guerra de independencia de las Trece Colonias: las Floridas. El 27 de agosto de 1779 se lanzó sobre las Floridas con un ejército de 667 efectivos que incluía a 160 veteranos de las Fuerzas Criollas de la Habana, las mismas que bajo las órdenes de José Antonio Gómez Bullones (Pepe Antonio) intentaron frenar la toma de la Habana por los ingleses.
Las victorias de los habaneros se sucedieron. El 7 de septiembre ganan en Manchac; días después en Panmure; el 21 vencen en Baton Rouge; y después toman los fuertes de Thompson y Smith. Sin embargo, la gran operación militar apuntaba a Mobila; pero la victoria exigía fuerzas superiores como las que arribaron desde la Habana, incluyendo, el Regimiento del Príncipe; el Regimiento de Fijos de la Habana, en el cual se integró una parte del Batallón de Pardos y el Batallón de Morenos. Ellos, sumado a 26 norteamericanos, 24 esclavos, 143 hombres del Regimiento de Infantería de Fijos y de la Artillería de Luisiana y 454 milicianos de la zona conformaron la fuerza que logró la rendición de Mobila el 12 de febrero de 1780.
El ataque a Pensacola comenzó en marzo de 1781. En la batalla más importante de los cubanos en territorio de EE. UU fue decisiva la intervención de los batallones del Regimiento de Fijos, quienes, acompañados de su grito de guerra: ¡Adelante La Habana por la Victoria!, y los de pardos y morenos que gritaban: ¡Siempre adelante es gloria! y ¡Vencer o morir!, tomaron posiciones.
Parafraseando al poeta Bonifacio Byrne, aquellos cubanos procedían de una estirpe de colosos y portaban con orgullo una escarapela o adorno con la Virgen de la Caridad del Cobre en el hombro de sus uniformes. A las tropas inglesas les fue imposible frenar las embestidas, y los certeros disparos de la artillería que, con sólo uno de ellos, causó 100 bajas al hacer estallar un polvorín situado en el fuerte George; era tal la masacre avizorada que el general inglés John Campbell y el almirante Chester optaron por rendirse al Mariscal de Campo Bernardo de Gálvez.
Los gastos militares de las tropas cubanas en territorio de Norteamérica, incluyendo la campaña militar desarrollada desde la Habana hacia Nassau, Bahamas, ascendió a 13 millones 300 mil libras tornesas (moneda de plata acuñada en la ciudad francesa de Tours con circulación internacional) que en la actualidad serían 2 mil 500 millones de dólares.
Si hubo dos batallas que definieron la independencia de EE. UU fueron la de Saratoga en 1777 y de Yorktown en 1781; pero la situación económica se agravó entre 1780 – 1781 como refleja una carta escrita por el General Nathanael Greene, el 7 de diciembre de 1780: “Nada puede ser más miserable y penoso que las condiciones de los soldados, famélicos, con frío y hambre, sin tiendas ni equipo de campamento…”.
Washington era consciente de la trascendencia de la Batalla de Yorktown, asegurando en abril de 1781: "Estamos al final de nuestra atadura, y ... ahora o nunca, nuestra liberación debe llegar"; y, una vez más, la Habana extendió su mano a los colonos como corroboran dos documentos fechados el 31 de julio de 1781 y el 24 de septiembre de ese mismo año.
En ellos, se consigna que Cuba entregó a las Trece Colonias 1 millón 200 mil de libras tornesas, 46 embarcaciones y puso a disposición de los revolucionarios norteños 4000 hombres que participarían en la Batalla de Yorktown.
Las arcas para la lucha por la independencia de las Trece Colonias cobraron vida. En ellas descansaba el valor de las joyas y otros objetos de las damas de la Habana y Matanzas que fueron subastados. Aunque no existen evidencias históricas, algunos autores sitúan el centro de recolección en la hacienda de la familia Menocal en Ceiba Mocha, Matanzas. Una suma entregada al joven oficial frances Claudio Enrique de Saint-Simon - celebre escritor y socialista utopico -.
Algunos historiadores aseguran, que George Washington, hombre de temple a toda prueba, al recibir la noticia no pudo contener las lágrimas. El historiador estadounidense Stephen Bonsal en su libro “When the French were here” (1945), sintetiza la dimensión del aporte al asegurar: "El millón que las damas de La Habana dieron a Saint - Simon para pagar a las tropas puede en verdad ser considerado como los cimientos del edificio sobre el cual que se erigió la independencia norteamericana".
EE. UU ha tenido la grandeza histórica de abrir sus puertas a los cubanos. De 1869 a 1898, más de 40.000 llegaron buscando refugio; y desde 1959 hasta la actualidad lo hicimos más de 2 millones huyendo del castrismo. Ahora se suceden los llamados a la Casa Blanca solicitando apoyo a los manifestantes del 11 de julio, cuando la independencia de Cuba comienza a acercarse, pudiendo hacer nuestras las palabras de Washington, previo a la batalla de Yorktown: "Estamos al final de nuestra atadura, y ... ahora o nunca, nuestra liberación debe llegar".
Washington dio muestras de agradecimiento al pueblo cubano, entre quienes tuvo grandes amigos; y admiró la valentía de sus soldados en el campo de batalla. Por eso, una vez más me pregunto: ¿Qué pensaría George Washington de Joe Biden si no brinda un apoyo total a los manifestantes en Cuba?