jueves 27  de  marzo 2025
OPINIÓN

Reguetón y dólares

No critico que ella baile en un Gogo y que se desnude para ganarse la vida, que lo preocupante es que la estén explotando y que sea víctima de una red de trata de personas

Diario las Américas | CAMILO LORET DE MOLA
Por CAMILO LORET DE MOLA

De repente la joven me manda a callar: histriónicamente levanta el brazo cargado de pulseras de oro para poner el dedo índice frente a sus labios, “espérate que esa sí me gusta”. Entonces se agarra del timón del auto y comienza a contonearse, mientras en la radio una mujer, en una evidente alegoría sexual, insiste con un estribillo pegajoso que “donde manda Toto no manda Pipi”.

No me queda de otra que esperar en el interior del auto, a que ella, (conductora y dueña), termine la coreografía que involucra todo su cuerpo, incluso el pelo que sacude de un lado a otro.

En buen cubano se la sacó de la manga, no le gustaba el derrotero de nuestra entrevista y se escapó, al menos por unos minutos, con el truco de la canción del momento.

“Era la Diosa”, me dice agitada, bajando el audio al terminar la canción, “otra cubana de la que también dicen horrores”.

Me obliga a comenzar de cero con el tema que nos reunió. Vuelvo a decirle que no critico que ella baile en un Gogo y que se desnude para ganarse la vida, que lo preocupante es que la estén explotando y que sea víctima de una red de trata de personas.

“Pues no te preocupes porque a mí nadie me chulea” me dice con altanería y hasta revirándome los ojos, “desde que me buscaron en La Habana las cuentas estaban claras: ellos me pagaban el viaje y yo lo devolvía bailando. Y ahora que no le debo nada a nadie sigo bailando porque en otro lugar no voy a ganar lo que gano aquí”, para reafirmar lo que dice pasea las manos sobre las joyas que lleva, también hace como si mostrara a un supuesto público la lujosa cartera que reposa en el asiento y por último abarca con un gesto todo el interior del vehículo donde conversamos.

No llega a los treinta años, pero ya carga capas de maquillaje y bastante perfume. El dorado la domina, todo brilla en ella, los enormes aretes, las cadenas y hasta las inmensas letras de las hebillas de sus zapatos. Me confirma además que muchas jovencitas cubanas están optando por este negocio para salir de la isla, “¡muchacho!, somos tantas que ahorita no hay espacio para bailar allí adentro”.

Le insisto que hay denuncias de jóvenes a las que le quitaron el pasaporte, las obligaron a trabajar y nunca saldaban sus deudas, “esas son unas descaradas que no querían pagar, total se les complicó la cosa porque los negocios no quieren bretes, ¡se quedaron sin bailar!”.

A la pregunta de si se prostituye me responde con una mirada socarrona y un “¿qué tú crees?”, preferí no insistir. De repente cambia de tema, “cuando visitas Cuba, eres como una reina, yo voy a ver a mi madre, porque no tengo ni marido ni hijo que mantener”.

Pretende convencerme de que decide en todo lo que hace. Aunque reconoce que trabajar para pagar el viaje fue un mal momento, que al parecer duró años, pero ella lo define como “el principio”.

“¿Te quedó claro ahora?”, le digo que no, que me sigue pareciendo una víctima con una historia de consuelo. Que en realidad la explotan y la explotaron, y que quienes la trajeron ganaron, a expensa de ella, muchísimo más dinero del que se gastaron.

“Bah”, me dice, “yo pensaba que tu venías para otra cosa”, vuelve a extender su mano llena de pulseras de oro, pero esta vez para que me baje de su auto y desaparezca de su sufrimiento, disimulado entre reguetón y dinero.

“Lo que importa es el baro”, se refiere a esos billetes de los que presume, que casi siempre son de a un dólar y que los clientes le van pegando a su sudoroso cuerpo mientras baila desnuda.

“Y hay que vivirlo hasta que dure”, me alcanza a decir antes de subir nuevamente el radio.

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