miércoles 20  de  marzo 2024
ANÁLISIS

Solo un ignorante de la realidad cubana puede desmentir el contenido del filme "Plantados"

Les ha molestado tanto el impacto del filme y que, además, ya lo estén viendo en Cuba, que se sintieron obligados a tirarle el fango habitual
Por LUIS ZÚÑIGA

El jueves 18 de marzo, el diario castrista Granma publicó un artículo bajo la firma de Rolando Pérez Betancourt, criticando el filme “Plantados” del director Lilo Vilaplana. La primera indicación del disgusto (y evidentemente, la ira) de la gerontocracia castrista, es ese artículo mismo. Les ha molestado tanto el impacto que ha ocasionado el filme y que, además, ya algunos lo estén viendo en Cuba, que se sintieron obligados a tirarle el fango habitual. La dictadura no acaba de entender que el pueblo cubano los conoce muy bien y sabe que, si el régimen critica o ataca algo, es porque ese algo es efectivo. Esa era la táctica de Fidel Castro: criticaba, pero no permitía que el pueblo viera o leyera el objeto de la crítica. La vieja estupidez del avestruz. Pero, esta vez no han podido esconder la causa de su ira.

A ningún criminal le agrada que le recuerden la escena del crimen y, mucho menos, que se muestre a las víctimas. En las salas de corte los criminales bajan la cabeza y guardan silencio.

La segunda indicación importante es: ¿Por qué han usado a un “Don Nadie” para que escriba sobre el filme y su contenido en lugar de hacerlo uno de los conocedores del tema (y responsables) de una historia sangrienta y criminal de la dictadura? ¿Qué sabe el autor del artículo sobre las prisiones políticas castristas? Les aseguro que nada. A mediados del año 1987 el régimen trajo a la Prisión Combinado del Este a un par de periodistas portugueses que querían entrevistar a varios presos políticos. El propósito de la “entrevista” lo conocimos después cuando publicaron una sarta de mentiras que buscaban lavarle la cara a la dictadura en Ginebra donde el régimen había sido condenado por violación de los derechos humanos.

Acompañando a los periodistas vino una hija del Contralmirante Aldo Santamaría que se identificó como psicóloga. Muy molesta cuando yo les dije a los periodistas que había pasado largos años en celdas tapiadas, se atrevió a desmentirme y le dijo al periodista que “esas eran las calumnias usuales que usábamos para difamar a la Revolución”. Con mucha paciencia llamé a un teniente que estaba cerca y que había servido por muchos años como llavero en las prisiones y le pregunté delante de ella: ¿teniente, nosotros hemos estado internados en celdas tapiadas, o no? La respuesta inevitable, fue: Sí, claro. Le volví a preguntar: ¿Por cuánto tiempo hemos estado en ellas? Bueno, que yo sepa por muchos años. El teniente lo dijo con la cabeza baja, abochornado ante los desconocidos, y la jovencita que había tenido una actitud desafiante, se encogió tanto que pensé iba a caer de la silla. No volvió a decir ni una palabra más.

Una segunda experiencia, valiosa de mencionar en este contexto ocurrió en 1988, previo a la visita que hizo a Cuba la Comisión de Derechos Humanos de Naciones Unidas. En esa ocasión, una delegación de Amnistía Internacional visitó la prisión, pero bajo la condición de que no podían hablar con ningún preso. Poco antes nos habían sacado de las celdas tapiadas de Boniatico en Santiago de Cuba y nos pusieron en un pabellón del Combinado del Este que había sido renovado, pintado y que le habían quitado las celdas tapiadas. Una “vitrina” preparada para esa visita. Desafortunadamente para el régimen, los presos comunes que usaron para desprender con sopletes las planchas de hierro de las puertas, olvidaron quitarlas a una celda junto a la escalera al fondo del edificio y pudimos mostrarle al Secretario General de Amnistía, Ian Martin, y a la presidenta, Marian Murshruns, una celda tapiada. Cuando entró a la celda y notó que no se veía las manos, la Sra. Murshruns comenzó a llorar y a repetir sin cesar: I cannot believe it (No lo puedo creer). Un año más tarde, al salir de prisión, supe que Amnistía nunca mencionó las celdas tapiadas en su informe sobre la visita a Cuba. Así de hipócritas y mentirosos han sido muchos con la causa cubana.

En febrero de 1989 tuve la oportunidad de mostrar en Naciones Unidas en Ginebra una fotografía de las celdas tapiadas y de describir los horrores de las prisiones castristas. Por eso, tratar de desvirtuar la historia criminal de la dictadura, es inútil.

La historia de crímenes, golpizas, tratamientos inhumanos, crueles y degradantes en las prisiones cubanas es muy extensa y la conocen también decenas de miles de presos por causas comunes que desde sus pabellones, galeras y celdas vieron esos horrores. Todavía hoy está en pie el Pabellón “Boniatico” en la Prisión de Boniato como tesimonio de que el régimen ni se arrepiente ni renuncia a su odio y criminalidad contra los presos políticos.

Muchas personas no entienden por qué tanta crueldad. La respuesta está en la ideología que profesan. Karl Marx creó la filosofía comunista, pero el que la llevó a la práctica fue Vladimir Ilich Ulianov (Lenin) en la Unión Soviética. Lenin estableció un principio que decía: “Al enemigo, reedúcalo y si no se reeduca, destrúyelo”.

Bajo esa máxima, los regímenes comunistas crearon en las prisiones sistemas de reeducación política con el objetivo de que, primero, los presos políticos se arrepintieran de haberse rebelado contra el Estado Comunista. Segundo, que reconocieran que se equivocaron y que nunca más se iban a enfrentar al “pueblo”, y tercero, que la reeducación incluía el trabajo como compensación por los errores.

Cumpliendo también con el dogma de Lenin, a los que rechazaban la reeducación había que destruirlos. La destrucción se implementaba en dos direcciones: la afectiva y la física. Para la destrucción afectiva, limitaban o prohibían por largos períodos las visitas familiares. Destruían la correspondencia familiar para crear en el preso la idea de que su familia lo había abandonado o lo tenía olvidado. Enviaban agentes a enamorar a las esposas jóvenes de los presos. Trasladaban a los prisioneros hacia los lugares más alejados posibles de los familiares.

Para la destrucción física los sometían a planes de trabajo forzado, a requizas (registros de sus celdas) constantes, registros que venían precedidos por una avalancha de guardias armados de bayonetas y cabillas que entraban propinando golpes a “diestra y siniestra”, creando en los presos un estado de temor permanente en espera de la próxima requiza. Sistema de hambre permanente proveyendo una alimentación pésima y escasa. La dieta usual era espaguetis sin condimento alguno y un cucharón de un agua que llamaban “sopa”. En la Prisión de Boniato, varios presos políticos murieron de escorbuto en la década de 1970 por la falta prolongada de vegetales o frutas.

Otros componentes del esquema de destrucción física era la falta permanente de asistencia médica, el internamiento en celdas tapiadas donde se afectaba la mente y la racionalidad del preso encerrado en un espacio mínimo donde el ancho no le permitía extender los brazos y donde vivía en una penumbra constante de día y una severa oscuridad de noche. Además de los mosquitos y los insectos que lo acompañaban incentivados por la falta de aseo.

Esa realidad, que con ciertas variantes no ha dejado de existir en las prisiones castristas, ha sido una estrategia fundamental para disuadir a muchos cubanos de enfrentarse a la dictadura. Tratar de ocultar o de tergiversar esa criminalidad contra los presos políticos en Cuba es ridícula y solo se atreve a hacerlo una persona que siga ciegamente los dictados de los comisarios políticos y que no se haya interesado nunca en saber la verdad.

*Luis Zuñiga

Exprisionero político

Exdiplomático

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