El hermano mayor, Connor Roy (Alan Ruck), es un sibarita cincuentón con complejo de Peter Pan, gustos excéntricos y cero experiencia laboral. El hermano del medio, Kendall Roy (Jeremy Strong), es un cuarentón que ha vivido opacado por la sombra de su padre y con tendencias a sumergirse en adicciones para lidiar con sus problemas (como su matrimonio fallido o sus fracasos profesionales). El hermano menor, Roman Roy (Kieran Culkin), es un treintón, con humor negro, verbo mordaz —y políticamente incorrecto—, inestable a nivel laboral, obsesionado con parafilias y con graves problemas de vinculación. Por último tenemos a Shioban Roy (Sarah Snook), la única hija de Logan, una mujer decidida, ambiciosa y con una carrera sólida como asesora política, pero que es desestimada por su padre por el simple hecho de ser mujer. En la periferia, pero no por eso menos importantes, tenemos a Tom Wambsgans (Matthew Macfadyen), el esposo de Shiv (un arribista que, enamorado de su mujer y del poder, soporta una dinámica tóxica donde recibe constantes vejaciones de su pareja), y a Greg Hirsch (Nicholas Braun), un primo lejano y pusilánime que, en su ambición por tener dinero y status, termina transformándose en una especie de minion de Tom.
Cualquiera que lea la sinopsis de Succession pensará —con toda la razón— que estamos frente a “problemas del primer mundo” que poco —o nada— nos pueden interesar. Nada más alejado de la realidad pues, paradójicamente, tenemos con los Roy más cosas en común de lo que podríamos pensar. Jesse Armstrong, su creador y showrunner, se encarga de orquestar un mosaico variopinto de personajes Shakespearianos plagados de contradicciones, diálogos ponzoñosos (envenenados con un subtexto corrosivo) y un destino trágico que parece sacado del teatro griego. Desde el intro de la serie (una joya a nivel de montaje y ejecución acompañada por el tema espectacular que compuso Nicholas Britell), ya la vida de cada uno de los protagonistas está signada. Rodado con una perenne cámara en mano (jugando con paneos toscos, zoom in y zoom out, reencuadrando y buscando el foco), el comienzo de cada capítulo nos muestra en clave cinema verité la inestabilidad de los hijos de Logan —no en vano, esta será la impronta de la serie a nivel de dirección—, en contraposición con los planos estáticos e imponentes del imperio construido por el padre. Entre un cuadro y otro, vemos la infancia y adolescencia de Connor, Kendall, Shiv y Roman haciendo cosas atípicas para su edad (como manejar autos, fumar, montar elefantes, esquiar, etc), sin ninguna figura paterna acompañándolos. En paralelo, la cámara —y ellos— siempre están divisando a los lejos a su padre: una figura esquiva, misteriosa, omnipresente e imponente a la que nunca podemos verle el rostro, pero casi siempre se nos muestra su espalda (marcando la desconexión del patriarca con su prole y la de ellos con él). La madre aparece solo en un par de momentos, primero viendo a sus hijos de lejos —sin involucrarse en sus vidas— y luego discutiendo, en la distancia, con su esposo. El último cuadro que cierra este montaje es uno de Logan sentado en la cabecera de una mesa, de espaldas al público, siendo el único elemento en foco y “devorando” a todos en la composición final, resaltando su puesto como el único dueño de su imperio.
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La actriz Justine Lupe junto a Alan Douglas Ruck.
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Las consecuencias de esta obertura las vemos en cada capítulo de las 4 temporadas que componen Succession. A pesar de vivir en apartamentos lujosos en New York, viajar por el mundo, tener conversaciones triviales donde están en juegos millones de dólares, los hijos de Logan Roy, psicológicamente hablando, son “niños grandes” (como los vemos vestidos en el primer plano del intro) que han vivido completamente infantilizados bajo la égida de su padre. Ese mismo que no se ocupó de ellos durante su infancia y que confundió proveer con edificar, los malcrió permitiéndoles “jugar a ser adultos”. Ahora, Logan debe lidiar con unos vástagos que entran en crisis al ver cómo el imperio que los sostiene se tambalea y no tienen ni la más remota idea de qué hacer para mantenerse a flote. Aunque Kendall, Roman y Shiv parecen tener planes maravillosos para el futuro de Waystar Roy, ninguno tiene la función de realidad suficiente para ejecutar de manera correcta los castillos en el aire que venden. Es por eso que frente a cualquier propuesta se enfrentan con la pared de la tozudez de su padre que, lastimosamente, se está quedando obsoleto en el mismo mundo que él construyó. Por si fuera poco, los Roy también deben lidiar con una serie de personajes que orbitan alrededor de Logan —como buitres deseosos de llevarse su tajada— y que terminan subestimándolos tanto o más que su padre (no en vano Gerry, Karl, Hugo y Frank, se refieren a ellos de forma condescendiente como “los chicos”).
"Tiempos difíciles forjan hombres fuertes, hombres fuertes crean buenos tiempos, buenos tiempos crean hombres débiles, hombres débiles crean tiempos difíciles”, antiguo proverbio oriental (atribuido al escritor G. Michael Hopf) que resume toda la tragedia de Succession a la perfección. Logan Roy fue un hombre que se construyó a sí mismo e hizo un imperio con sus manos. Producto de una familia disfuncional, carcomido por la culpa de la muerte de su hermana y una relación casi inexistente con su otro hermano, siempre se vinculó desde el poder, reprimiendo toda su emocionalidad y enfocándose exclusivamente en producir y acumular poder (creyendo, tal vez, que al evitar que sus hijos sufrieran las limitaciones que él tuvo les garantizaría un futuro mejor). Lejos de darles estructura, los llenó de inseguridades y castró. De esta forma, aunque pareciera que todos luchaban por ser el “sucesor”, en el fondo se peleaban por el respeto, admiración y cariño de un padre que los desestimó hasta el último momento. Parafraseando a Andrés López, los Roy no heredan el apellido, lo hurtan e intentan sacarle brillo, porque nadie estará jamás a la altura de Logan.
La lucha por la atención de papá, impidió que los Roy se unieran genuinamente para trabajar en equipo. Las pocas veces que lo hicieron “funcionaron” (como una versión devaluada del patriarca), pero más podía el fantasma del orgullo que los terminaba arrastrando a tomar las peores decisiones. Esto no es nada raro, Logan nunca jugó en equipo, siempre mandó desde el temor y el respeto y esta era la fantasía que sus hijos albergaban en su corazón: tener el poder de doblegar a quien sea con su sola presencia y apellido, un gravitas que ninguno heredó. La escena de la “coronación” de Kendall, como imagen especular y epílogo del intro, resume todo el espíritu de la serie: los niños que jugaron a ser grandes, ahora de adultos se comportan como infantes. La travesura de la merengada en la cocina, aprovechando la ausencia de la madre (que fue más mujer que progenitora, viviendo siempre para complacer a su marido y olvidándose de sus hijos), recuerda más a unas vacaciones de verano que estar a la antesala de una crisis. De esta forma, vemos a Kendall, Roman y Shiv divirtiéndose, sin tener la más mínima conciencia de todo lo que está en juego (literalmente, el legado por el que su padre sacrificó su vida), creyendo que por un consenso superficial y por su mera voluntad, las fantasías que albergan se harán realidad y los fantasmas del pasado no volverán por ellos. Así como los vimos metiendo todo tipo de cosas en una licuadora (incluyendo el escupitajo de Shiv, foreshadowing de lo que sucedería más adelante), de la misma forma operaron en toda la historia, haciendo una mezcla sin sentido de palabras, intenciones y acciones, esperando que todo trajera como resultado una coronación. Del final, prefigurado desde el comienzo, poco hay que decir.
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Jeremy Strong , actor estadounidenseconocido por su papel de Kendall Roy en la serie de televisión estadounidense Succession.
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Kendall, como Ícaro, intentó volar demasiado alto y el sol derritió sus alas lanzándolo al fondo del mar de su inconsciente (no en vano, en muchos capítulos, lo vimos ensimismado observando la ciudad desde lo alto de un rascacielos y hundiéndose en el agua). Atrapado en el campo del Puer Aeternus, intentó una y otra vez luchar contra su padre, queriendo obtener algo que no le pertenecía, y fracasando hasta el último momento. Un desenlace trágico que fue ejecutado a cabalidad por la inmadurez y evasión de este personaje. Al final, a pesar de sus desavenencias y reproches contra Logan, repitió el mismo patrón, abandonando a su verdadera familia por seguir una quimera… pero, a diferencia de su padre, su sacrificio fue en vano pues perdió lo único que lo “contenía”: su sueño de estar, por primera vez, a la altura de su ambición y ser el gran heredero que siempre deseó. Kendall nunca logró ni el respeto de su padre ni el de sus hermanos (que era lo que tanto quería), se engañó a sí mismo creyendo que tomaba las decisiones correctas y pensando que estas lo llevarían mágicamente a donde deseaba. Desde omitir un homicidio involuntario, pasando por someter a su padre al escarnio público, hasta maquillar números, Kendall jamás tuvo el valor para poner los pies en la tierra y rectificar. Su plano final viendo el mar con una baranda delante de él, atrapado por siempre en sus límites, observando la potencia del Sol (padre) que lo quemó y con la fantasía de lanzarse a las aguas y disolverse en ellas (vigilado por el guardaespaldas de Logan, como una sombra que lo perseguirá perennemente y evitará que materialice sus fantasías suicidas).
Roman, a quien estamos acostumbrados a ver incendiando todo con su verbo y actitud despreocupada, nos enseñó que detrás de su máscara de bully realmente se esconde el eslabón más frágil de la cadena. De hecho, fue el único que mantuvo un canal de comunicación abierto con sus padres y que deseaba genuinamente que le brindaran su afecto y cumplieran con sus respectivos roles (aunque lastimosamente, por muchos momentos, en un nivel regresivo: transformándose en un niño obediente frente a su padre o buscando un esconderse bajo las faldas de su madre en las crisis). A pesar de esto, y tal vez por ser una suerte de chivo expiatorio dentro del trío, fue el único que se atrevió a sentir y verbalizar lo que ninguno podía permitirse (esta vez de forma real, dejando a un lado su escudo de humor negro): “somos gotas de pegamento en algo que está roto, somos una mierda, no somos nada”. Como si la herida en su ceja le hubiese abierto los ojos, dejó de ser una pieza mutable que sirve de comodín para todos para, por primera vez, hacer valer su voluntad. Su sonrisa final como gesto de la aceptación de su identidad (rota, infantil, oscura… pero genuina) y la liberación del yugo del padre, nos confirma que, de lejos, fue el personaje que quedó mejor parado al conseguir su centro. Tanto es así que, por fin, lo vemos sentado en una silla de forma correcta y cómodo, como asumiendo su propio “trono”, a diferencia de todos los demás capítulos donde siempre está montado sobre una mesa o “explayado” (además, disfrutando de un bebida “adulta” como un martini, lo que siempre solía beber Gerry y podríamos interpretar como una posible integración de un contenido más maduro).
Shiv, posiblemente de los personajes más complejos de la serie, al principio se mantenía al margen (con su trabajo en la política) del negocio familiar, pero al caer atrapada en el campo de agradar a su padre y pelear con los hermanos termina perdiendo su autonomía. Atraída por el centro de gravedad que fue Logan Roy, Shiv intentó escalar en el juego de poderes utilizando la manipulación, transformándose —sin darse cuenta— en la sombra de personajes masculinos de poder (primero Logan, luego Matsson y, por último, Tom) . Irónicamente, ella que jugó siempre como un doble agente, urdiendo planes y atacando de forma indireccional, fue vencida de la misma manera por su esposo que tanto desestimaba. Su último plano en la limosina, tomando la mano de Tom, es el signo de su derrota, permitiéndonos entender que se resigna a aceptar su condición en la nueva dinámica de poderes donde ya no tendrá la ventaja. Este es el último clavo en el ataúd de la Shiv que conocimos, ahora se ha convertido en eso que tanto odiaba: una copia de su madre, la mujer que se anula detrás del hombre que brilla.
Sin lugar a dudas, el que menos sufrió durante toda esta crisis fue Connor. Gracias a su arco dramático lineal, él siempre tuvo clara cuál era su posición y los límites que tenía (a pesar de sus delirios de grandeza inocuos… pero muy costosos). Desestimado por todos, no se molestó en competir por la empresa ni por el cariño de Logan. Sea por su edad, o por su condición de medio hermano, parece ser el único que desde el principio estaba claro de quién era: un niño grande, caprichoso, hedonista y que no tiene nada por sí mismo porque todo, incluso hasta el “amor”, se lo debe al dinero. Una transparencia que le evita darse golpes de pecho y ponerse las máscaras que utilizaron sus hermanos menores para aparentar algo que no eran.
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Una escena de la serie de HBO, Succession.
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Aunque sorprenda a muchos, los únicos que podían estar destinados a “ganar” este juego eran Tom y Greg. Por no haber nacido en cuna de oro y estar fuera del campo gravitacional de Logan como padre, ambos se enfocaron en trabajar y lograr cosas por sí mismos (valiéndose apenas de la pequeña “ventaja” de estar vinculados con la familia). A diferencia de los Roy, que creen que por herencia deben tener lo suyo, estos outsider entendieron rápidamente que tenían que abrirse paso en un mundo que les es hostil, que debían hacer el trabajo sucio, tomar riesgos y bajar la cabeza para poder ascender (algo que jamás se permitirían los hijos de Logan). El éxito de Tom recae en no estar infectado por el virus del orgullo, esa enfermedad del ego que marca el fatídico desenlace de los Roy. Gracias a esto, pudo vender su alma e integridad a los grandes diablos de la serie: Logan y Matsson. Este impulso de estar dispuesto a comerse las verdes y de trabajar cuando nadie quería hacerlo (como perderse el entierro de Logan por el asunto de las elecciones o pasar días sin dormir apagando incendios para no perder su posición en ATN), es lo que le permitió salirse con la suya. Al final, Tom termina obteniendo lo que quiere: un puesto importante desde donde puede brillar, cambiando la ecuación de poder con Shiv (a la que no pudo poseer por amor, pero que ahora tendrá gracias al poder). Por supuesto, lo acompaña el primo Greg, su fiel lacayo y una versión en miniatura de sí mismo (un arribista que pone su comodidad y el dinero por encima de su orgullo). Con su cara de tonto, el primo intentó varias veces zafarse de la dinámica de poder Tom (que, constantemente, pagaba con él la impotencia que sentía por los desplantes de Shiv), pero su última traición fallida, tuvo que aceptar su destino y volverse propiedad de su jefe —con sticker incluido. Gracias a esto, Tom lo tiene agarrado por una correa al cuello, garantía de que lo utilizará para no tener que volverse a ensuciar las manos.
Logan Roy triunfó creando su imperio, pero fracasó como patriarca familiar. Al final, su estela fue tal que, hasta después de muerto, terminó imponiendo su voluntad sobre la de sus vástagos: vender la empresa. Como buen estratega, “eligió” a Tom por encima de sus hijos, sabiendo que, a diferencia de sus descendientes, si estaba dispuesto a hacer lo que fuese necesario, jugar sucio, seguir órdenes y trabajar en pro de una recompensa mayor. Tal vez, vio en él una variación de su historia personal: un tipo que viene de abajo, ambicioso y con ganas de comerse al mundo. Al mismo tiempo, Logan tuvo la madurez de finalmente bajar la cabeza y entender que su imperio había llegado a su fin. Tanto por la incompetencia de sus herederos, como por su edad y el cansancio de una lucha titánica contra una modernidad que defenestra todos los paradigmas que él luchó por mantener. Pasamos del periódico a los medios alternativos, de Logan Roy a Matsson, las estructuras de poder cambian pero el juego sigue siendo el mismo: gana el más hábil jugador, no el que tiene las mejores cartas.
Succession terminó, pero sus personajes seguirán por siempre con nosotros: en las estructuras de poder que se derrumban en la modernidad, en nuestros dramas familiares, en nuestras ambiciones ciegas por vivir la fantasía de una vida “costosa” (pero cuyo precio emocional no estemos dispuestos a pagar). A pesar de sus fallos, los Roy nos dejan un gran legado, haciendo que nos preguntemos si no hay niños jugando a ser grandes tomando decisiones de las que dependen millones de personas. Niños huérfanos que detrás de una vida de lujos no tuvieron nada. El ascenso de Tom al poder (acompañado de su sirviente Greg) es solo un síntoma de los tiempos en los que vivimos. En un era donde el éxito y el narcisismo son la moneda de cambio, Succession nos recuerda que el orgullo siempre será la caída de cualquier imperio.
Lo mejor: la construcción de sus personajes y evolución. Sus diálogos llenos de mordacidad y crítica social. Las actuaciones de primera. Su banda sonora. Su personalidad a nivel visual y narrativo. Los dilemas complejos y profundamente humanos que plantea y cómo los resuelve.
Lo malo: aunque su cierre fue perfecto, a todos nos cayó como un balde de agua fría que la cuarta temporada sería la última. Escuchar el podcast de la serie y descubrir que Jeremy Strong, como actor de método que es, se tomó el contenido del batido asqueroso.