martes 14  de  enero 2025
OPINIÓN

¿Traidores o informantes en las filas de Trump?

El artículo publicado en The New York Times, cuyo autor se identifica como un alto funcionario de la Casa Blanca, describe cómo miembros del Gabinete trabajan para contrarrestar los frenéticos cambios de humor del mandatario, lo que en realidad no dice nada nuevo
Diario las Américas | SONIA SCHOTT
Por SONIA SCHOTT

A estas alturas de su gestión gubernamental, el presidente Donald Trump debe estar al tanto de que hay colaboradores en los que no se puede confiar. El problema para él radica en no saber quiénes son.

El artículo publicado en The New York Times, cuyo autor se identifica como un alto funcionario de la Casa Blanca, describe cómo miembros del Gabinete trabajan para contrarrestar los frenéticos cambios de humor del mandatario, lo que en realidad no dice nada nuevo.

Anteriormente, el escritor y columnista Michael Wolff, con su libro Fuego y Furia, y más recientemente el periodista Bob Woodward, con Miedo: Trump en La Casa Blanca, relataron cómo miembros del círculo cercano a Trump tratan constantemente de descarriar las decisiones emanadas por Trump, cuando son consideradas demasiado radicales o inconvenientes para el país, en particular cuando se trata de asuntos de política exterior.

Sin embargo, lo nuevo aquí es que alguien de alto rango en la Casa Blanca sintió la necesidad de salir en público, de forma anónima, para exponer sus preocupaciones sobre lo que está sucediendo dentro de la administración.

Mientras tanto, el mandatario, quien está convencido de la popularidad y el éxito de sus logros, ha descartado los contenidos del artículo de opinión, calificándolos de noticias falsas y llamando al autor un traidor.

No hay duda de que el Presidente ahora sospecha de todos los que le rodean, aún a pesar de las negativas sin precedentes de más de 20 miembros de su equipo que aseguraron no tener nada que ver con el artículo.

Pero alguien está mintiendo o el autor no era un funcionario de alto rango.

La Casa Blanca ya ha anunciado, una investigación oficial para determinar quién es el autor.

Las filtraciones de información han ocurrido en todos los gobiernos. Es parte del modus operandi de Washington. Solo basta recordar cómo el escándalo por los Papeles del Pentágono sobre la Guerra de Vietnam o Watergate en 1971, la relación del presidente Bill Clinton con Monica Lewinsky en 1998 o las denuncias de tortura en la prisión de Abu Ghraib en Irak en 2004, que que cambiaron la historia oficial y se conocieron gracias a las denuncias.

¿Quién puede olvidar a Bradley Manning o Edward Snowden, durante la presidencia de Barack Obama? Estos fueron casos públicos pero es igualmente cierto que en muchos de los casos nunca se conocen quienes son los responsables de la filtración de información, a menos que ellos decidan identificarse.

De la misma manera, resulta muy difícil determinar si alguien está pasando información de buena fe, para denunciar un acto ilegal, o está motivado por un deseo de venganza personal. La denuncia es una figura institucionalizada incluso desde antes de la ratificación de la Constitución en 1779, cuando existían leyes para ayudar a proteger al personal militar en contra de represalias si decidían reportar conductas indebidas.

El whistleblowing o denuncia se refiere a un empleado o contratista que alerta a las autoridades, de que su empleador está involucrado en algún tipo de actividad ilegal o prohibida como corrupción, malversación de fondos, abuso de autoridad o decisiones que representan un peligro sustancial para la seguridad pública.

Los denunciantes de empleados federales están protegidos por la Ley de protección de denunciantes de 1989 (WPA) y la Ley de mejora de la protección de denunciantes de 2012.

En todo caso, que Trump descubra o no el nombre de quién escribió el artículo que fue publicado en The New York Times, estará siempre bajo la convicción de que las filtraciones continuarán.

Durante un evento en la Casa Blanca la semana pasada, Trump recibió el aplauso entusiasta de un grupo de alguaciles, luego de asegurar de que nada impediría su segundo mandato en 2020.

Bien puede estar en lo cierto, pues si la economía sigue creciendo y sus recortes impositivos impulsan el empleo, ninguno de los artículos o libros que puedan seguir saliendo afectarán el número de seguidores que todavía tiene en todo el país.

Su índice de popularidad está alrededor del 41 por ciento, según la encuestadora Rasmussen, y aunque no es muy alto es suficiente para un presidente que ha sido atacado por todos lados.

Si esa tasa de popularidad se mantiene igual o aumenta en los próximos meses, Trump tendrá la oportunidad de mostrar al país que todas esas revelaciones no tuvieron el peso suficiente para interferir en sus deseos de permanecer en el poder, pero la historia también podría cambiar.

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