De todas las armas de destrucción que el hombre fue capaz de inventar, la más terrible, la más poderosa, es la palabra. Paulo Coelho.
Basta ya de “tramparencia” en el ejercicio de la función pública y actuemos con mayor transparencia en su gestión
De todas las armas de destrucción que el hombre fue capaz de inventar, la más terrible, la más poderosa, es la palabra. Paulo Coelho.
La plutocracia en el poder ha transformado semánticamente la palabra transparencia en “tramparencia”, tal es su modo de actuar que practica impúdicamente a la vista de propios y extraños. Cualquier negociación se realiza entre las élites de poder como toda conducta delictiva que ha dado ocasión a las más inimaginables formas de corrupción. La concentración de poderes ha provocado, simultáneamente, que la gestión pública sea una de las empresas más rentables a nivel individual y de los grupos que mueven los hilos fundamentales en la toma de decisiones en la administración pública, arropados con el manto de la impunidad.
A la transparencia se le reconoce como parte del derecho a la información y por tanto se asimila a la exigencia de un derecho humano fundamental y no como una graciosa concesión de la clase gobernante. Esta precisión debería espantar a cualquier gobernante, sobre todo a aquellos involucrados en el manejo de la Hacienda Pública que lo hacen como si fuera una hacienda particular.
De allí que les acomoda mejor el uso del término “tramparencia”, como ya fonéticamente se le oyó decir a uno de sus dirigentes. Es que se han vuelto unos artífices de la trampa, del engaño, del manejo de la argucia, sin importarles la generación de desconfianza que producen ni que se rompa el tejido social que vincula al ciudadano con el gobierno. De la frustración que esa actitud provoca también proviene su decepción con el ejercicio de la política, cuando sobre todo, se realiza con el objetivo de acceder al poder para su enriquecimiento personal o de su grupo.
Es obvio que la transparencia nos beneficia a todos como sociedad civilizada y decente ya que ella es señal de que el funcionario público está en correcta aplicación de los principios éticos en el cumplimiento de sus funciones, y al ciudadano común le genera confianza no sólo la pulcritud con que sean manejados los recursos de la nación, que es muy importante, sino además, porqué tiene la garantía de que los resultados serán oportunos y confiables frente a los requerimientos que tenga que hacer al Estado.
Existe consenso en que la corrupción produce deslegitimación no sólo de la clase gobernante sino de la figura del Estado mismo. Ella florece en las dictaduras de cualquier signo, se aprovecha para enterrar la ética y la moral se adecúa a los fines de la clase en el poder. En ese ambiente de descomposición social se imponen los Yagos, los Tartufos y todo tipo de personajes representativos de la inmoralidad, si no pregúntenle a los Chávez, los Maduro, los Cabello, los Tarek, los Rodríguez, los Flores, y los etc., etc., por su extensa experiencia en el ejercicio del poder en Venezuela.
Por eso hemos venido insistiendo en que el proceso de recomposición social después de este devastador tsunami político va a ser arduo y difícil. Por eso todos debemos ayudar a María Corina Machado, que será nuestra próxima primera mandataria, en esa ardua y loable tarea. Afortunadamente creo que contamos con suficientes reservas morales para promover la ética a través de la educación en valores como una forma de elevar la mística de verdaderos servidores públicos. Siempre se ha dicho que la justicia y la libertad son valores que atraen, pero ellos deben ser degustados como los vinos que al decir de Adela Cortina, “más se aprenden por degustación que por instrucción”.
Debemos estar conscientes que una democracia decente exige y exigirá siempre actuar con transparencia en el ejercicio de la función pública y también de la privada, pero más en aquella, ya que existe el fenómeno que los sociólogos y los politólogos denominan “desafección política” lo cual significa la pérdida de la credibilidad en el ejercicio de la política y consecuencialmente en los partidos políticos como interlocutores válidos entre los ciudadanos y el Estado, situación que no ha sido atendida debidamente por la dirigencia política venezolana.
Es necesario escuchar la voz de los experimentados como la del sacerdote José A. Pagola que nos recomienda: “necesitamos una palabra más liberada de la seducción del poder y más llena de la fuerza del espíritu.” Basta ya de “tramparencia” en el ejercicio de la función pública y actuemos con mayor transparencia en su gestión.
Por Neuro J. Villalobos*
*Director de VenAmérica