Previamente, me he detenido en varios aspectos de este primer año de Donald Trump. En términos económicos, hay que reconocer que ha sido un año excelente en áreas como el empleo y las inversiones.
Previamente, me he detenido en varios aspectos de este primer año de Donald Trump. En términos económicos, hay que reconocer que ha sido un año excelente en áreas como el empleo y las inversiones.
Para los partidarios de la dictadura de la ideología de género, sin duda, habrá constituido un annus horribilis, pero para decenas de millones de estadounidenses hartos de que les digan que es normal que un hombre entre en un baño de niñas sólo porque es transgénero o que financiar a Planned Parenthood es una obra casi de caridad, este primer año ha significado un faro de esperanza frente a las lóbregas tinieblas de todo lo políticamente correcto.
Quedan por analizar aquellos aspectos en los que Donald Trump bien que habría querido cumplir con su programa, pero le ha resultado imposible. Por supuesto, la sustitución del Obamacare por un sistema más racional sigue en el aire aunque la responsabilidad hay que descargarla sobre un partido de republicanos que no ha dejado de echar pestes por su boca, pero que, por lo visto, no ha contado con tiempo para buscarle una alternativa.
Insisto: Trump no habrá quedado bien, pero quien ha quedado muy, pero que muy mal ha sido el Partido Republicano que no tenía nada en el arcón para ofrecer a docenas de millones de estadounidenses que pueden quedarse sin cobertura médica.
Con todo, el mayor fracaso de Trump ha sido hasta la fecha la articulación del nuevo orden mundial en el que soñaba. Trump fue siempre consciente de que el gran rival de Estados Unidos no es Rusia sino China y que, por lo tanto, lo más sensato era conducir una política de distensión hacia el Kremlin que evitara la alianza de los dos colosos.
Igualmente, Trump era más que consciente de que no puede diferenciarse entre un terrorismo islámico y otro porque todos son malos como el infierno. Incluso contaba con llegar a algún acuerdo en el conflicto entre los israelíes y los palestinos. Naturalmente, se puede disentir de la visión de Trump y los que siguen empantanados en la dialéctica de la guerra fría así lo harán.
Sin embargo, debo decir sin el menor ánimo dogmático que la visión de Trump siquiera intuitivamente me parece acertada de pies a cabeza. Lamentablemente, el peso de ciertos lobbies no ha permitido a Trump dar apenas un solo paso en la dirección que soñaba.
De entrada, con un presupuesto empleado en enfrentarse con la supuesta amenaza rusa que supera el PIB español, Trump no tiene la menor posibilidad de impulsar una distensión con Putin. Lo que gasta Estados Unidos tan sólo en Europa oriental multiplica por más de diez el gasto militar ruso en todo el globo con lo que tenemos que llegar a la conclusión o de que los americanos son muy tontos – difícil de creer - o de que los rusos son genios – tampoco es cierto - o sencillamente de que hay quien desea seguir llevándose el dinero del contribuyente.
Es más que dudoso que los fabricantes de armas y los políticos que reciben su respaldo en las campañas electorales vayan a consentir jamás una política de distensión.
Tampoco ha podido Trump ir mucho más allá de las palabras en relación con las dictaduras de izquierdas de Hispanoamérica. Finalmente, se ha olvidado de plantear un frente global contra el terrorismo islámico.
Se ha visto obligado a convertir a Irán en supervillano y a presentar a otras naciones - ¡que sustentan a ISIS y a otros grupos terroristas! - como aliados ilustrados.
El que estas decisiones vayan acompañadas de jugosos contratos comercial-militares seguramente no compensará la amargura de abandonar una geo-estrategia sensata por otra de torpe continuidad.
Lo más posible es que todo siga así y que en los próximos años tengamos un presidente con buena trayectoria económica y no poca impotencia internacional.