“Todo el que te regala un tabaco en Miami te asegura que les llegó directo de Cuba, igual pasa con los dueños de las matas de mameyes quienes te mienten en la cara diciendo que la semilla la trajo una tía en los 60, escondida en la maleta”, Reinaldo sonríe socarronamente, cree que con semejante argumento justifica el trapicheo que tiene montado desde la Habana, “lo mío sí es legítimo”, me dice, “el pajarito que te vendo en la tarde comió alpiste esa mañana en la isla”.
Gracias a la mediación de un amigo común, Reinaldo accedió a bajarse los pantalones en mi presencia y mostrarme la estructura más absurda que me podía imaginar:
Tiene los muslos y las pantorrillas cubiertos por varias secuencias circulares de tubos plásticos, estrechos, como si fueran los envases de las barras de desodorante que usábamos cuando muchachos, pero vacíos, llenos de perforaciones y entrelazados por unos elásticos que consiguen mantenerlos ajustados contra las piernas. A la altura de los tobillos solo lleva unos cuatro tubos por secuencia, en los muslos pasan de seis.
“Soy una especie de edificio de apartamentos” me dice mientras gira 180 grados para que vea que los tubos cubren cada centímetro de sus extremidades.
“En cada hueco de estos llega a Miami un negrito, o un toti mayito o un pichoncito de paloma mensajera, eso sí, made in Cuba”.
Reinaldo asegura que se mueve a La Habana con toda esta parafernalia puesta para que “los guardias” se adapten a su falso volumen y no sospechen cuando regresa cargado. Además, viaja con el “vacío” porque allá no hay como conseguir semejante materia prima. Le pregunto si no le da miedo, “ya ni sudo en la aduana, si te van a partir de nada sirve que te asustes, pero si te pones nervioso te tiras los ojos arriba”
Según me cuenta tiene tremendo público, la añoranza por las aves autóctonas de la isla hace que la oferta siempre sea menor que la demanda, “trabajo por pedidos, tengo listas para unos seis viajes por adelantado, y estos mameyes si tienen semilla del patio”.
En la isla Reinaldo tiene todo muy bien montado, “yo no tengo que salir a buscar nada, cuando llego ya tengo el encargo completo y los pájaros dormidos, las palomas son más complicadas; hay que cortarles las plumas largas, pero igual vienen rendidas”.
Me deja sin palabras cuando me confiesa que casi la tercera parte muere en “el brinco”. Pero que aun así es superrentable el negocio.
Le pregunto por algunos que aparecen en las noticias tras fallar en pasar sus cargas de animales vivos por las dos aduanas, “chapuceros y pendejos broder”, me dice molesto, “se ponen a inventar con aficionados y revientan, y de paso nos ponen mala la cosa a nosotros, los profesionales, cuando eso pasa tenemos que dejar enfriar la puerta unas semanas”.
No quiere decirme cuánto gana por pájaros, pero me cuenta que los más pequeños, como los que llama negritos, son los más caros, que los coge a precio de liquidación en la isla, “y aquí los vendo como si fueran una edición exclusiva de la Cadillac”.
Le recrimino el daño que hace a la fauna cubana y los peligros de violar las normas de este país, “yo soy un tipo bueno, no toco droga, ni diamantes, ni trafico con fotos de jovencitas desnudas como hacen otros a los que veo viajar a menudo, lo mío es sano, mis pajaritos no le hacen daño a nadie”.
El amigo común me hace señas, como recordándome que accedió a presentármelo bajo la condición de que no lo apretara, “no lo lleves recio porque me jodes y quiero una mariposa”, ante mi cara de asombro se apura en aclararme que no se trata de una frágil crisálida sino de un pajarito conocido por ese nombre.
Respeto mi pacto, pero lo miro serio, “bueno a ti si te puedo descargar”, le digo molesto, “van a dejar pelada la sabana cubana con este tráfico de aves”, el amigo sonríe, también tiene su justificación para autoconvencerse: “de la isla se quiere ir todo el mundo, hasta las jutias y los majases de Santa María, lo que, como los cocodrilos, son demasiado grandes para escaparse enroscados en los muslos de Reinaldo”.
“¿Ya terminamos con los pantalones?, me dice Reinaldo mientras se abotona y ajusta la correa, El tipo no ha distinguido mi curiosidad periodística y me confunde con un cliente potencial que ha venido a chequear la seguridad del transporte. “¿por fin que es lo que quieres?... ¿no será una cotorra?, es lo que más me piden, pero no atiendo ese bisne, pero te presento a una gorda que sí las trae, pichonas y escondidas en las tetas”, me dice con un rostro pícaro.