domingo 7  de  diciembre 2025
Opinión

Una voz premiada, una vida arrebatada: la hora moral de Venezuela

Mientras el mundo honra a una líder democrática, Venezuela llora otra vida arrebatada en custodia
Por Antonio Ledezma

Una tribuna para la paz en un país que sigue de luto

El próximo 10 de diciembre, en Oslo, el nombre de María Corina Machado resonará en una de las tribunas morales más altas del mundo. La entrega del Premio Nobel de la Paz no es solo un reconocimiento a su coraje y a su liderazgo democrático: es una señal clara de que la causa venezolana ha vuelto a ocupar un lugar en la conciencia internacional.

Mientras muchos han intentado sepultarla bajo maniobras, censuras y amenazas, ese galardón la proyecta —nos proyecta— hacia un horizonte de legitimidad que ningún aparato propagandístico puede empañar. En ese escenario, Venezuela no aparece como un país condenado, sino como una nación que aún lucha, persistente y digna, por una salida democrática.

Pero esta esperanza global convive con una herida abierta. Alfredo Díaz, exgobernador de Nueva Esparta, murió esta semana bajo custodia del poder que lo había secuestrado. Era un hombre íntegro, trabajador incansable por su pueblo, un servidor público de convicciones firmes. Sabían de sus problemas cardíacos. Sabían que necesitaba atención urgente. Y aun así, le negaron asistencia. Esa omisión deliberada es una sentencia.

En estas horas de dolor, me pregunto —como tantos venezolanos— qué más debe ocurrir para que los mecanismos internacionales reaccionen con la contundencia que este drama exige. ¿Cuántos más deben caer para que la justicia internacional reconozca lo que vivimos desde hace años: un sistema donde la tortura, la negligencia y la persecución forman parte de una política de Estado?

Mientras el mundo celebra la fuerza pacífica de una mujer que encarna la vía democrática, Venezuela entierra a uno de sus hijos más nobles. Este contraste no me derrota: me obliga. Me recuerda que nuestro deber, desde el exilio, es mantener viva la verdad, documentar cada omisión y exigir justicia para los que ya no pueden alzar su voz. Alfredo no murió en vano: su nombre, su vida y su lucha serán memoria y mandato.

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