viernes 6  de  diciembre 2024
ENTREVISTA

Boy Kills World: la venganza del niño convertido en hombre

Ambientada en una sociedad totalitaria, Boy Kills World nos cuenta la epopeya de Boy (Bill Skarsgård), un joven que quiere vengarse de los Van Der Koy

Diario las Américas | LUIS BOND
Por LUIS BOND
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Desde los albores de la historia, la venganza es un tema recurrente en la vida y la ficción. No hay una cultura que no posea en su haber algún mito o incidente histórico donde ésta no se haga presente. El cine no es la excepción y su reiteración es tal que ha logrado transformarse en una suerte de subgénero (teniendo especial relevancia en la filmografía de realizadores tan disímiles como Sergio Leone, Quentin Tarantino o Park Chan-Wook). Si bien es cierto que en la actualidad pareciera que ya todo fue dicho por Chad Stahelski y su tetralogía de John Wick (que marcó un hito por su alta factura, secuencias sumamente reales y enrevesadas, efectos prácticos en set y una impronta estilizada y potente), de vez en cuando aparecen largometrajes que beben de esta y otras fuentes para traer una mirada fresca a este argumento tan manido; títulos recientes como Monkey Man, Silent Night, Violent Night nos recuerdan que la venganza todavía tiene mucho que ofrecer. Es en esta línea que nos llega a cartelera Boy Kills World, la nueva película de Lionsgate y Roadside Attractions que viene a explorar con códigos no convencionales esta historia arquetípica.

Ambientada en una sociedad totalitaria, Boy Kills World nos cuenta la epopeya de Boy (Bill Skarsgård), un joven que quiere vengarse de los Van Der Koy: la poderosa y corrupta familia que reina con un puño de hierro en la ciudad donde vive. La matriarca y líder máximo, Hilda Van Der Koy (Famke Janssen), ejecutó a su madre y a su hermana cuando éste apenas era un niño y, por si fuera poco, lo torturó de formas espantosas dejándolo sordo y cortándole la lengua. Huérfano, traumatizado, quebrado y adolorido, Boy terminó escapándose a las afueras de la civilización donde fue rescatado por Shaman (Yayan Ruhian), una suerte de maestro de artes marciales que también fue víctima del régimen y que se encargará de entrenar a nuestro protagonista para que pueda vengarse.

Escrita por Tyler Burton Smith (guionista de videojuegos como Sleeping Dogs, Quantum Break, Alan Wake II) y Arend Remmers (The Island, Ze Network, Dogs of Berlin), Boy Kills World es un mezcla atípica de códigos narrativos y géneros cinematográficos. En términos netamente estructurales, tiene todas las convenciones de una gesta de venganza: un crimen atroz y violento contra un inocente, una figura antagónica que encarna la maldad pura, un mentor excéntrico que saca lo mejor del protagonista con métodos poco ortodoxos, sidekicks que apoyan al héroe en su jornada, decenas de enemigos armados contra los que parece imposible triunfar, mucha violencia, sangre a borbotones, armas de todo tipo y combates que van escalando en complejidad conforme avanza la trama. El twist que trae este largometraje reside en cómo nos cuenta la historia, valiéndose de una voz en off épica (que se expresa como si leyera un guion escrito por un niño), un desarrollo que dista mucho de ser un plan perfecto y bien ejecutado (más cercano a la sobre simplificación infantil que a una meticulosa venganza), personajes que parecen sacados del cine de acción clase B (con trajes estrafalarios y diálogos casi auto paródicos), estados de conciencia alterados (que van desde el horror hasta el humor stoner), alucinaciones (que le dan un toque de drama) y un montón de guiños a otras formas de entretenimiento. Y sí, aunque Boy Kills World parece heredera de la escuela de Robert Rodríguez y Quentin Tarantino, realmente es muy diferente a lo que hemos visto de estos y otros posibles homólogos.

Ópera prima de Moritz Mohr, Boy Kills World toma un montón de referencias visuales de los videojuegos de pelea (donde personajes excéntricos luchan en locaciones tan dispares como selvas, mercados, fábricas, cocinas o mansiones), películas asiáticas (que van desde Drunken Master hasta Oldboy), distopías (como Equilibrium, Dredd y The Hunger Games) y otras alusiones a la cultura pop (como cereales con mascotas kitsch, programas de T.V. basura o Daft Punk), fusionando cada uno de estos elementos en una danza perfecta entre acción, gore, drama y comedia. Por supuesto, las secuencias de pelea son su principal atractivo, regalándonos combates de todo tipo (cuerpo a cuerpo, tiroteos, utilizando armas y objetos variados, etc) donde las coreografías y la puesta en escena brillan por su originalidad —y desparpajo. Renglón particular en el que el montaje de Lucian Barnard (I Am All Girls, Asinamali, Slot) se luce, creando chistes entre cortes, resaltando la crudeza y violencia con el montaje rítmico, jugando con la velocidad de cuadros y las elipsis para construir ese tempo que caracteriza a los videojuegos donde siempre está pasando algo. Ritmo que se mantiene en todo momento y que gracias a la historia permite explorar diferentes técnicas de montaje y registros dramáticos entre flashbacks, humor, peleas e incisos surreales. El sello de Sam Raimi (Evil Dead, Spider-Man, Don’t Breathe, Crawl) en la producción puede dar una idea del tipo de riesgos que asume la historia y el tono que construye.

Siguiendo con la impronta visual, la cinematografía de Peter Matjasko (Dark Satellites, The Magic Flute, A Heavy Heart) y el Diseño de producción de Mike Berg (The Congo Murders, Shepherds and Butchers, Disgrace), se destacan por su versatilidad. A diferencia de otros homólogos en el subgénero de venganza (que construyen un tono y se aferran a él reproduciendo variaciones del mismo), ambos crean diferentes moods con la iluminación y paleta de colores dándole vida a escenarios variopintos y completamente disímiles: una selva iluminada con luz natural o con una incipiente fogata , flashbacks con el típico filtro de ensueño y colores saturados, espacios cálidos y fancys en una mansión, un set de televisión que, por momentos, se convierte en una obra de teatro infantil, fábricas en situaciones paupérrimas o una moderna base de operaciones. Ambos son responsables de construir el feeling de pasar de un stage a otro, como si fuese un videojuego, en cada escena de Boy Kills World. A esto se suma la música de Ludvig Forssell (compositor de las bandas sonoras de las últimas obras maestras del genio Hideo Kojima como Death Stranding, Metal Gear Solid V y P.T.) dándole un toque épico, melodramático y tragicómico a cada momento de la historia.

Bill Skarsgård no solo brilla por su transformación física —típica de estos largometrajes— o las coreografías que realiza: el principal atractivo del personaje que encarna está en comunicarse solo con la mirada y expresiones faciales… pero como si fuese un niño. Este contraste entre la complexión de un guerrero mortífero, pero que actúa como un chico jugando un videojuego hace gran parte del encanto (y los chistes) de Boy Kills World. Por supuesto, la guinda la pone la voz épica que le suma al personaje H. Jon Benjamin. Su interpretación como narrador (que sirve para entender la psique de Boy y hacer algunos guiños que buscan romper la 4ta pared) hace que cualquier diálogo sea hilarante por su gran dramatismo.

Al lado de Boy tenemos otro elemento clave en su desarrollo: Quinn Copeland (que interpreta al fantasma de su hermana menor). El contraste que crea moviéndose en escenarios peligrosos, como si fuese una niña en un parque que busca sabotear el juego de su hermano mayor, es sumamente divertido. Además, ella funge como una suerte de conciencia antropomorfizada para entender el arco de transformación de Boy, sus apariciones ayudan a Bill Skarsgård a entrar en esa tónica infantil de “soy un niño, pero debo aparentar que soy un tipo duro”. Además, sus apariciones confrontan al héroe con la realidad y le enseñan que, si bien es cierto que lleva años preparándose para su venganza, también es complicado enfrentarse al resultado de la misma. Acompañando a Boy tenemos a su mentor Yayan Ruhian (Shaman), que es un homenaje a So-Hai (The Drunken Master), pero lleno de enteógenos y con mucha violencia. Una figura enigmática y fascinante por el halo de misterio que lo recubre (y que se mueve entre la comedia y el horror). Por último, tenemos a la gran dupla que hacen los sidekicks del protagonista: Isaiah Mustafa (Bennie) y Andrew Koji (Basho), el primero regalándonos uno de los mejores running gag de la película (el problema de la comunicación) y el segundo en un papel tan histriónico que, por momentos, no sabemos si está tan o más loco que Shaman.

Tan maravillosos como Boy y su séquito tenemos a los antagonistas de la historia: los Van Der Koy. Lejos de ser copias con gradientes de maldad unos de otros, cada miembro de la familia es único y especial. Sharlto Copley (Glen Van Der Koy) se vende como un vanidoso narcisista que, en el fondo, es un cero a la izquierda que solo sigue las ordenes de Michelle Dockery (Melanie Van Der Koy), la mente maestra encargada de perpetuar la imagen aterradora de la familia. Brett Gelman (Gideon Van Der Koy) encarna a la oveja negra, el tipo que quiere ser duro, pero que en el fondo sabe que actúa mal y esto le genera conflictos internos cuando las cosas se salen de control. Como es de esperarse, quien se roba el show y está a la altura del build up de su personaje es Famke Janssen. Ella da vida a una mujer aterradora, pero con una psique tan frágil que lo que nos da miedo es su inestabilidad y la posición de poder tan importante que tiene (es como una dictadora borderline con el futuro de una nación sobre sus hombros). Para terminar, no puedo dejar por fuera a Jessica Rothe (June 27), que hace del típico minion de los antagonistas, pero que en un par de acciones demuestra que tiene todavía un poco de corazón, ganándose nuestra empatía.

Muy a tono con lo que sucede en la actualidad (y desde siempre), Boy Kills World pone la lupa en los desmanes de los regímenes totalitarios, la sumisión de sus víctimas y de cómo la violencia engendra más violencia. Al igual que Boy, son muchos los niños que han tenido que crecer a la fuerza gracias a un trauma y que terminan siendo manipulados hasta ser transformados en armas letales que se alimentan de resentimiento y sed de venganza. Un espiral que solo conduce a la muerte y del que difícilmente se puede salir. Como bien lo demuestra el arco de transformación de Boy, el único antídoto frente al odio que lo destruye todo es no perder nuestro corazón y aferrarnos a eso que nos hace humanos a pesar de todo el dolor y la muerte a nuestro alrededor. Esa fuerza que, aunque suene cursi, es lo que nos mantiene unidos sin importar donde estemos: el amor.

Lo mejor: la mezcla de referencias tan variopintas en su estética y narrativa. Su ritmo trepidante y el juego entre diferentes registros. Sus secuencias de acción sumamente dinámicas, graciosas y violentas. Las vueltas de tuerca de guión. La escena post-crédito.

Lo malo: su propuesta es tan extravagante que para algunos será tomada como una película clase B. El drama del tercer acto —aunque está a favor del desarrollo del personaje— es un bajón en el ritmo que lleva al historia (que vuelve a ganar fuerza con la pelea final).

Sobre el autor:

Luis Bond es director, guionista, editor y profesor. Desde el 2010 se dedica a la crítica de cine en web, radio y publicaciones impresas. Es Tomatometer-approved critic en Rotten Tomatoes (https://www.rottentomatoes.com/critics/luis-bond/movies ). Su formación en cine se ha complementado con estudios en psicología analítica profunda y simbología.

Twitter (X), Instagram, Threads, TikTok: @luisbond009

Web: www.luisbond.com

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