El día en que María Corina Machado fue anunciada como Premio Nobel de la Paz 2025 no sólo marcó un hito biográfico en su lucha —reconociendo décadas de resistencia, civismo y reclamo democrático— sino que colocó a Venezuela nuevamente en el centro de la reflexión ética y política del mundo.
Este galardón —otorgado por su “incansable labor en promover los derechos democráticos del pueblo venezolano y su lucha por lograr una transición justa y pacífica de la dictadura a la democracia” — sacude las convenciones clásicas del Nobel y reconfigura, para nuestra generación, lo que entendemos por paz: no es ausencia de conflicto, sino la tenacidad en defender la libertad frente al oscurantismo autoritario.
En Oslo, bajo la mirada del mundo, fue su hija, Ana Corina Sosa Machado, quien leyó un discurso que resonó más allá de las paredes del Salón del Nobel, recordando que “la democracia es esencial para la paz” y que la libertad exige lucha constante. Ese mensaje, pronunciado con emoción y firmeza, subraya una verdad que a menudo olvidamos: la libertad no se recibe como dádiva, ni se proclama como consigna; se gana y se defiende en cada acto de coraje cotidiano, es una de las lecciones de Oslo.
Este premio, además, forja un puente simbólico entre dos tiempos de la misma historia. El abrazo que compartimos hace casi ocho años —cuando deposité mi bandera en sus manos— no fue un gesto privado, sino una metáfora de legado y confianza en quien, aun enfrentando persecución e incomprensión, decidió ser la voz de quienes no podían hablar. Hoy ese abrazo se multiplica de forma inédita: porque el Nobel no es un premio para una sola mujer, sino para la fuerza moral que representa una Venezuela que ha persistido —a pesar de exilios, cárceles, heridas y silencios impuestos— en su deseo de dignidad.
Pero este reconocimiento no es más que un nuevo punto de partida en la lucha democrática venezolana. Al colocar en Oslo la causa venezolana frente a líderes, diplomáticos y ciudadanos de todos los continentes, el premio desnuda ante el mundo la urgencia de enfrentar las fracturas del autoritarismo y recuerda que los derechos políticos y civiles —el derecho a votar, a ser representado y a vivir sin miedo— son pilares indispensables de la paz misma.
Ese día, cuando el mundo volteó la mirada hacia nosotros, Venezuela volvió a respirar con el aliento profundo que parte del reconocimiento internacional para reclamar, de vuelta en casa, la reconstrucción de un Estado que respete la voluntad popular y la dignidad humana que defienden, en esta coyuntura, María Corina y Edmundo González Urrutia. Aquí no hay lugar para triunfalismos; la tarea continúa. Pero la nominación de María Corina Machado al Nobel ha dejado claro algo que siempre supimos en el exilio: la lucha venezolana no está sola, y su significado trasciende fronteras y generaciones.