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La tradición religiosa de venerar la figura de San Lázaro, el anciano con muletas acompañado de perros, que protege a enfermos y desposeídos, se ha volcado este año a la petición de que llegue el fin de la dictadura
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@DesdeLaHabana
La Habana. - Antes de salir de su apartamento al este de La Habana, Erasmo se arrodilló con mucha dificultad -debido a las secuelas del virus de chikungunya- frente a un pequeño caldero de hierro fundido, conocido como Nganga, con trozos de madera carbonizada y huesos de animales en su interior, e inició su ritual religioso. En voz baja dijo de carretilla una oración. Después, su esposa y su hijo ayudaron a levantarlo, y apoyado en un bastón partieron rumbo a la peregrinación de San Lázaro, conocido en también Cuba como el Viejo Lázaro o Babalú Ayé.
El sincretismo
Erasmo es practicante del Palo. Una de las tradiciones religiosas que se difundió en la Isla a finales del siglo XIX tras la llegada de miles de esclavos africanos y se inspira en gran medida de la religión tradicional congo. Como la mayoría de las creencias que se practican en Cuba, el Palo se ha sincretizado también con el catolicismo. Ese sincretismo religioso provoca que un santero o palero vaya a misa o en una iglesia católica bautice a sus hijos.
Erasmo y su mujer piensan ir en taxi colectivo hasta el poblado de Santiago de las Vegas, al sur de La Habana, y luego caminar poco más de un kilómetro por una calzada angosta hasta el Santuario del Rincón, donde cada 17 de diciembre miles de cubanos veneran a San Lázaro.
“Voy a orar para que mi familia tenga salud y prosperidad. También para que las cosas cambien en el país. Por culpa de este gobierno disfuncional dos de mis hijos se han visto obligados a emigrar. Y el único que me queda aquí tiene planes de marcharse. Los cubanos vivimos al límite de lo soportable por un ser humano. Todo va mal en el presente. Y pinta peor en el futuro. Esta gente (la dictadura) no tiene soluciones que saquen a la nación de la crisis. Es un nfumbe (maleficio) muy grande que estamos cargando”, dice Erasmo, vestido con un short de tela de saco y un gorro morado en su cabeza.
El peregrinaje
Reinier tuvo que viajar más de 600 kilómetros en un camión repleto de piñas y racimos de plátano burro desde el municipio Ceballos, en la provincia de Ciego de Ávila, hasta La Habana, para ponerle su ofrenda al Viejo Lázaro y escuchar a medianoche la misa pastoral.
“Estoy molido. Después de un viaje de diez horas tuvimos que descargar las piñas y los plátanos en varios agromercados. Luego, sin bañarme ni nada, me fui andando desde Calabazar hasta El Rincón. Hace siete años que no había podido venir. Mi madre está postrada en una cama y tengo un hermano preso”, señala, mientras se arrastra por la carretera rumbo a la iglesia. Dos amigos que lo acompañan le limpian el camino con ramos de palmas. A cada rato se detiene y se empina un trago de ron de un pomo plástico.
En un bolso de cuero colgado del hombro, Reinier lleva el dinero con el cual pagará una promesa. “San Lázaro no pide nada. Es el protector de los enfermos, los pobres y los que están presos. El Viejo vela por nosotros. La iglesia usará esas donaciones en buenas acciones. Es en la única institución en la que confío. Las demás están podridas. Empezando por el gobierno. Mucha miseria, hambre y dolor. Voy a rezar para que esta gente se largue. Les han hecho mucho daño a los cubanos”.
Ni la lluvia intermitente ni la brisa fría detuvieron a Nuria y sus dos hijos de asistir a la peregrinación de San Lázaro. “Yo nunca le fallo al Viejo. Aunque caigan raíles de punta voy. Primero muerta. Ya perdí la cuenta de los kilómetros que hemos caminado. Diez, doce, no sé. Salí del barrio donde vivo, en La Lisa, porque tengo demasiadas cosas que pedirle a San Lázaro.
La fuerza de la fe
Desde allá arriba -y señala al cielo- está mirando las hijoeputadas y abusos del gobierno con la población. Apagones de 30 horas en las provincias y en La Habana nos están dando con el cinto. Ya quitan la luz 12 y 13 horas diarias. No hay gas licuado para cocinar, la comida cada vez más cara y las personas encorvadas del dolor. A esta partida de singados no les interesa la salud de los cubanos. Tengo fe que el próximo año sucederán cosas buenas”.
La posición del régimen es ambigua. Por un lado, no impide la celebración, pero tampoco la estimula. En la prensa oficial no se informa una línea, ni convocan a los devotos a que asistan. Se movilizan a fuerzas policiales y de la Seguridad del Estado para velar por el orden o sofocar protestas si sucedieran. El trayecto hasta el Santuario es una carretera oscura atestada de gente caminando a paso lento o arrastrándose por la calle.
Para llegar al Rincón se atraviesa un pequeño poblado de casas bajas, algunas de madera con tejas de rojo intenso. En los portales de las viviendas sus moradores colocan grandes efigies de San Lázaro. El templo colinda con un hospital de leprosos construido en 1917, visitado por el Papa Juan Pablo II en 1998. A su alrededor hay un amplio terreno baldío donde miles de personas acampan esperando las doce de la noche, cuando el sacerdote ofrece su homilía. Voluntarios de la iglesia reparten oraciones de San Lázaro.
El padre comienza su misa con varias citas bíblicas y luego ruega por los necesitados, los enfermos y aquellos que sufren prisión. Los presentes aplauden con entusiasmo. Al final de la misa, pide paz, concordia y prosperidad en el nuevo año. Después del sermón, la gente se amontona y empieza a entrar al templo, a rezar, depositar dinero y prender velas. Desde un luminoso altar, la figura de San Lázaro parece observarlos a todos.
Cerca de las dos de la madrugada, los peregrinos inician el regreso a sus casas. Michel conoció a su esposa en una procesión a San Lázaro. Cada año va al Santuario del Rincón a depositar dinero y ramos de flores. En 2025 le pidió al Viejo que “los cubanos podamos dejar atrás esta maldición de gobierno y podamos ser felices”. Michel sabe que San Lázaro siempre escucha.
