En los últimos meses hemos escrito y se ha escrito y hablado una gran cantidad de veces de la fuerte alianza política que se ha establecido entre las administraciones del presidente Milei y del presidente Trump. Tanto por razones políticas e ideológicas como también, y en especial, por factores geopolíticos que van más allá del corto y mediano plazo.
La decisión de Washington, tanto a nivel de las agencias permanentes como de su liderazgo político, de volver a darle una importancia central a su influencia y peso en el hemisferio americano vis-à-vis la penetración china, sin duda sobresale al momento de buscar explicaciones. No fue casual que al poco de asumir Trump pusiera en el foco de su segundo mandato temas como el Canal de Panamá y de Groenlandia, así como dejar en claro que la dictadura venezolana debe llegar a su fin. Sin olvidar los aranceles punitorios del 40 por ciento al Brasil de Lula III por su maridaje con la Corte Suprema en los procesos contra opositores y empresarios de EEUU. Así como el retiro de la visa a la mayoría de los jueces del tribunal y a dos de los ministros del gabinete del líder del PT.
Por ahora, la reunión de la semana pasada y la foto de Lula y Trump no han alterado ese castigo arancelario. El presidente brasileño y su equipo expresaron que no tienen influencia sobre el Tribunal Supremo. Trump y, en especial, Rubio, en su doble rol de secretario de Estado y Consejero Nacional de Seguridad, no parecen creerle.
El hecho de que más de dos tercios de los jueces de ese ámbito hayan sido designados por Lula y el último en sumarse haya sido el abogado personal del mandatario brasileño y hasta hace pocos meses su ministro de Justicia, da amplio espacio al excepticismo. También cabe citar la cancelación de las visas a Petro y parte de su equipo en Colombia.
Desde ya, el mayor despliegue militar en décadas en el Caribe con foco en Venezuela y la autorización a la inteligencia a operar a gran escala en las entrañas del régimen son la muestra más contundente de todo lo mencionado a nivel de “palos”. Si hablamos de “zanahorias”, la Argentina se lleva todas las miradas. El swap por 20 mil millones de dólares, la intervención por 2 mil millones de dólares en el mercado de cambio y el próximo anuncio de beneficios arancelarios son partes de ese contundente menú. Pero volvamos ahora al núcleo del título de la presente nota.
Pocas dudas caben de que cualquier argentino que haya tenido la fortuna de haber contado con una buena formación en historia y economía en sus periodos escolares y/o universitarios recuerda bien los diversos análisis sobre las serias consecuencias que tuvieron sobre Argentina el fin de la hegemonía británica pos-Primera Guerra Mundial y el ascenso de EEUU como principal potencia mundial pos-1918 y más un pos-1945. A diferencia del Reino Unido, el nuevo hegemón no necesitaba nuestra carne y cereales. Los cuales producía a escala infinitamente mayor. Quizás uno de los procesos más importantes y, por ahora, no suficientemente observados y analizados es que ese dato fáctico de los últimos 80 a 90 años parece estar comenzando a mutar.
Paso a paso, la Argentina comienza a ser mirada como una creciente fuente de energías como el gas y el petróleo, de minerales como el litio y, en el futuro mediato, cobre y tierras raras. Sin olvidar espacios fríos y con energía disponible para la radicación de hubs de inteligencia artificial. También como un punto estratégico para una futura explotación de la Antártida y pasos seguros por los estrechos que unen Atlántico y Pacífico.
En otras palabras, la aproximación entre EEUU y la Argentina está llamada a tener raíces más profundas que afinidades personales e ideológicas entre sus líderes y consideraciones de seguridad nacional. Las fuerzas del mercado y la oferta y la demanda están llamadas a tener un rol central. Quizás en un tiempo no muy lejano, los manuales y textos de historia argentina deban agregar un nuevo y relevante capítulo a sus análisis y descripciones.
Desde hace 50 años como mínimo, los argentinos, sin importar su ideología y religión, se refugian en el dólar como moneda de ahorro y para la compra de inmuebles y autos, así como para inversiones. El segundo idioma en los colegios de diversos niveles sociales es el inglés. Nuestros jóvenes y no tan jóvenes pasan parte sustancial de sus vidas en redes sociales y portales originados en los EEUU. Ni qué decir de teléfonos inteligentes y tablets. En otras palabras, argentinos de todo el espectro político tienen una alianza silenciosa e individual con los EEUU. Quizás sea hora de que la política exterior y la dirigencia política asuman esa realidad más allá de los fuegos de artificio discursivos.
Publicado originalmente en el Instituto de Inteligencia Estratégica de Miami, un grupo de expertos conservador y no partidista que se especializa en investigación de políticas, inteligencia estratégica y consultoría. Las opiniones son del autor y no reflejan necesariamente la posición del Instituto.
Más información del Miami Strategic Intelligence Institute en www.miastrategicintel.com