martes 4  de  noviembre 2025
ANÁLISIS

Fidel Castro y el crimen organizado

Cuentan que Ernesto “Che” Guevara y Fidel Castro acordaron en la primavera de 1961 que la mejor manera de destruir a Estados Unidos era convirtiendo a su juventud en adicta a las drogas

Por PEDRO CORZO

No se pueden abordar las acciones criminales acontecidas en Cuba en estos últimos 66 años, muchas de ellas con graves repercusiones en países extranjeros, sin atribuirle la exclusiva responsabilidad a Fidel Castro.

Si no fue el primero, no hay dudas de que el caudillo cubano se encuentra a la vanguardia de los delincuentes que vincularon el crimen con la acción política.

Fidel Castro nunca fue un idealista, un hombre con pensamiento social definido, solo un sujeto que ambicionaba el poder de forma absoluta, sin espacios para el disentimiento, tal y como se produce en los grupos fuera de la ley.

Castro, mucho antes de tomar el poder, había estado vinculado a grupos delincuenciales en la Universidad de La Habana y había participado en más de un asesinato. Sus inclinaciones estaban muy definidas, razón por la cual asumió la ruta de la violencia para lograr sus propósitos más nefastos.

Según personas que le conocieron y compartieron con él, su intelecto sólo se enfocaba en el control y la manipulación de los que le rodeaban, mientras procuraba generar acontecimientos que le favorecieran.

Afirman, además, que siempre padeció de un agudo mesianismo y que se consideraba elegido para realizar misiones trascendentes y únicas.

Apuntan antiguos compañeros que anhelaba el poder a toda costa y que su participación en los pequeños, pero poderosos grupos mafiosos de la Universidad de La Habana, era el medio que le permitía escalar posiciones y adquirir prestigio en un ambiente que se caracterizaba por la violencia y la indiferencia de la gran masa estudiantil, que sólo quería concluir sus estudios.

A través de la historia encontramos numerosos políticos que en sus acciones públicas fueron más letales que los criminales en serie más prolíficos, pero Fidel Castro, contrario a estos, fue un criminal antes de ser político.

Cuando Castro asume el control del gobierno cubano el primero de enero de 1959, es la primera vez que el país es regido por un criminal transformado en político. Habíamos sufrido mandatarios que eran políticos con apetitos criminales, pero nunca un criminal que manejaba la política como herramienta para gobernar el país.

El quiebre de todas las instituciones republicanas, particularmente, Justicia, Seguridad Pública y Fuerzas Armadas y la designación al frente de esas dependencias de funcionarios incondicionales que acataban los mandatos del “jefe”, no las legislaciones previamente establecidas, conduce a considerar a esos sujetos como parte del núcleo fundacional del aparato delictivo que asociado a organizaciones del crimen internacional, ha dirigido los destinos de Cuba y de importantes sectores del hemisferio, en las últimas décadas.

Castro recurrió a la violencia organizada para tomar el poder en Cuba y desarrolló esa exitosa estrategia en todo el hemisferio americano durante décadas desde el mismo año de la victoria insurreccional.

La subversión castrista arropada en propuestas ideológicas para disponer cambios políticos estructurales fue otra falsa del crimen organizado que Fidel impulsaba. Los subversores, más que enfrentamientos militares, practicaron el secuestro en busca de pagos de rescate, terminando involucrados en el narcotráfico internacional en procura de riquezas y poder.

La Cuba de los hermanos Castro presenta un prontuario criminal que abarca actos terroristas, espionaje, asociación con secuestradores y narcotráfico, por referir solo los más relevantes.

El totalitarismo castrista ha espiado a todos y todo sin excepción. Cierto que Estados Unidos ha sido su principal objetivo, pero a través de sus servicios de inteligencia, incluidos el desaparecido Departamento de América, el Ministerio de Relaciones Exteriores y el Instituto Cubano de Amistad con los Pueblos, ICAP, sus espías están en todas partes porque los recursos provenientes del crimen organizado de los que dispone el sistema nunca faltan para estas actividades.

En Cuba se avituallaron y entrenaron miembros del grupo terrorista urbano de los Tupamaros uruguayos, quienes secuestraron y asesinaron a numerosas personas. También se prestó asistencia a facciones terroristas de otros países como Nicaragua y Venezuela, donde, después de secuestrar al médico Julio Iribarren Borges, los terroristas de las FALN lo asesinaron, crimen dado a conocer en La Habana por el propio Fidel Castro.

Los vínculos con el terrorismo se hicieron presentes en todo el continente, incluido Estados Unidos, pero, sin dudas, los más relevantes fueron los sostenidos con los grupos insurgentes colombianos, en particular con el M-19, en el que militó el actual presidente de Colombia, Gustavo Petro. Esta facción recibió apoyo político, entrenamiento militar y armas, en un respaldo tan público que Colombia rompió relaciones diplomáticas con Cuba ante tanta afrenta, además, hay evidencias de que los líderes del M-19 mantenían comunicación con Fidel Castro y que este decidió aceptar en La Habana a los guerrilleros que buscaron asilo tras tomar la embajada de la República Dominicana en la capital colombiana.

Los grupos supuestamente insurgentes, fuertemente asociados con Cuba, derivaron con el tiempo a la práctica de secuestros, fueron muchos los secuestrados por los insurrectos colombianos, tal y como había hecho Raúl Castro en 1958, en la Sierra Maestra, gestión a la que Fidel no era ajeno, como tampoco lo fue cuando el presidente César Gaviria, en un gesto vergonzoso, le pidió ayuda al dictador cubano para lograr la liberación de su hermano Juan Carlos Gaviria, quien había sido secuestrado en 1996, por un grupo irregular en la ciudad de Pereira.

Sin embargo, uno de los actos criminales en los que más exitoso ha sido el totalitarismo es el narcotráfico, tanto que hay dos leyendas urbanas difíciles de rebatir. Cuentan que Ernesto “Che” Guevara y Fidel Castro acordaron en la primavera de 1961 que la mejor manera de destruir a Estados Unidos era convirtiendo a su juventud en adicta a las drogas, y que el nefasto Departamento América que dirigía el inefable Manuel Piñeiro, “Barba Roja”, cuando estaba falto de dinero, organizaba directamente redes para distribuir estupefacientes.

El caso Ochoa fue la punta del iceberg del narcotráfico dentro del totalitarismo castrista, un crimen múltiple que pretendía ocultar la estrecha relación del régimen de Cuba con el tráfico de drogas, como testificó en una entrevista a Radio Martí el convicto Carlos Lehder: “Yo fui invitado por el gobierno comunista de Cuba, por la dictadura castrista a Cuba, a establecer allí un conducto, una línea, una ruta de tráfico de cocaína hacia los Estados Unidos”.

Un embajador de Cuba en Colombia, Fernando Ravelo, alto funcionario del Departamento América, estuvo involucrado en los envíos de lanchas desde Colombia cargadas con droga a Cuba.

El totalitarismo de los hermanos Castro también ha dirigido carteles de la droga como en la actualidad hace con el Cartel de los Soles Nicolás Maduro. Simplemente a los gobiernos de Estados Unidos les faltó voluntad para procesar como criminales a Fidel y Raúl Castro, tal y como está haciendo en el presente el presidente Donald Trump.

Publicado originalmente en el Instituto de Inteligencia Estratégica de Miami, un grupo de expertos conservador y no partidista que se especializa en investigación de políticas, inteligencia estratégica y consultoría. Las opiniones son del autor y no reflejan necesariamente la posición del Instituto.

Más información del Miami Strategic Intelligence Institute en www.miastrategicintel.com

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