BOGOTÁ. - EFE
El escenario de esa reconciliación es la finca Vistahermosa, de 1.200 hectáreas, ubicada en la aldea de Monterrey, en el municipio de Simití, donde mujeres víctimas de la violencia y antiguos paramilitares trabajan hombro a hombro
BOGOTÁ. - EFE
En el departamento colombiano de Bolívar la violencia de los paramilitares y de las guerrillas de las FARC y el ELN se ensañó con sus pobladores que ahora sanan sus heridas y conviven en la misma finca con aquellos que decidieron dejar las armas por el trabajo cooperativo del cultivo de palma.
El escenario de esa reconciliación es la finca Vistahermosa, de 1.200 hectáreas, ubicada en la aldea de Monterrey, en el municipio de Simití, donde mujeres víctimas de la violencia y antiguos paramilitares trabajan hombro a hombro en la que fuera la guarida del desmovilizado jefe Rodrigo Pérez Alzate, alias Julián Bolívar.
Las 74 personas que componen la cooperativa Coproagrosur, administrada por la estatal Unidad para la Atención y Reparación Integral a las Víctimas, reparten responsabilidades para atender 877 hectáreas cultivadas de palma de aceite, así como la cría de búfalos y pequeñas siembras de maíz, tomate, frutas y moringa, a la que llaman la "planta sagrada" por sus propiedades medicinales.
"Hago parte del proyecto de palma desde hace cinco años", dijo a Efe Jacqueline Liévano, madre de dos hijas y quien tuvo que desplazarse cuando trabajaba en una finca como cocinera porque hubo un enfrentamiento entre paramilitares y guerrilleros del ELN que la obligó a ella y a otros campesinos a abandonar esa región caribeña por miedo a caer en el fuego cruzado.
El sur de Bolívar, una rica región del norte de Colombia en la que antes abundaban las maderas finas, los cultivos de arroz, de maíz, yuca, y la ganadería, fue copada primero por las FARC, luego por el Ejército de Liberación Nacional (ELN) y finalmente por los paramilitares.
Con ellos en la zona, el campesino cambió sus cultivos tradicionales y pasó a sembrar y cosechar primero marihuana y luego coca, que eran "más rentables".
Cuando se asentaron los paramilitares, estos trajeron la palma de aceite y con ellos los primeros búfalos que llegaron a la región, pues se dieron cuenta de que estos animales eran más fuertes que los bueyes ya que pueden arrastrar hasta 1.200 kilos y en la temporada de lluvias rinden más al moverse con destreza en tierras pantanosas.
"Todos los que vivimos en la región fuimos atropellados por las AUC (Autodefensas Unidas de Colombia), por la guerrilla, pero especialmente por el ELN", recuerda Jacqueline, quien además de trabajar en la parte de sanidad de la plantación, maneja con destreza el machete con el que corta las grandes hojas de la palma y las apila cerca de la planta "para que no haya desorden" en el predio.
"Hoy en día los que trabajamos acá no tenemos miedo porque ya no se ve tanta cosa como antiguamente", dice la mujer.
Con sus ahorros y un préstamo bancario compró una moto que le sirve para llegar a su trabajo y transportar a una de sus hijas cuando están en el pueblo, pero la cooperativa ha sido no solo una tabla de salvación para conseguir su sustento y el de sus dos niñas, sino para cerrar las heridas que dejó la violencia.
"Aquí estoy ahora gracias a Dios y a la palma", sentencia mientras busca a su compañero de trabajo, John Jairo Torres, quien trabaja en la plantación desde 2006.
Torres no siempre ha sido cosechero, como le dicen al recolector del fruto de la palma de aceite, sino que antes y por algunos años fue miembro de las AUC, cuyos integrantes se desmovilizaron en 2006 tras un proceso de paz.
El campesino, de piel cobriza y brazos musculosos, fue reclutado en el departamento del Cesar en donde sus superiores lo mandaron a cumplir patrullajes con otros 79 hombres.
"Cuando nos desmovilizamos no había dónde trabajar, solamente el proyecto en la parte de la plantación de palma", recuerda el campesino que ahora es padre de dos hijos que viven en el pueblo.
Al preguntarle cómo es la relación con sus compañeros dice seguro, "buena, gracias a Dios" y agrega que probablemente si no hubiese tenido esta oportunidad "estaría delinquiendo".
La decisión de abrazarse a las armas la tomó porque no conoció a su "mamá" y su padre falleció: "No vi otra opción sino de incurrir en los grupos (armados)".
Reconoce, eso sí, que antes a los desmovilizados se les veía como rivales pero "ahora ya no" porque entre otras cosas ha demostrado "que ya no era lo que había sido".
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