La Revolución Cubana suele percibirse como un rayo: Fidel Castro y sus guerrilleros barbudos descendiendo de las montañas, derrocando a Fulgencio Batista en un resplandor de gloria. Pero la verdad es mucho más grotesca y peligrosa. Batista no era del todo Caín, y Castro era sin duda la antítesis de Abel. La revolución no empezó con el socialismo en la manga. Empezó con vagas promesas de reforma, de justicia —como si eso fuera posible— y de "restaurar la democracia"; sea lo que sea que eso signifique. Como siempre denunciamos, la izquierda presiona todos los botones correctos; menciona todas las causas correctas mientras se asegura de que nada cambie. Solo después de llegar al poder, Castro reveló su verdadero rostro: una marcha implacable hacia el marxismo, el aplastamiento de la disidencia y la reconstrucción de la sociedad cubana, así como la reescritura de la historia del país, bajo la bandera de la igualdad. La máscara de moderación siempre fue temporal hasta que llegó su momento. ¿Les suena familiar?
El Partido Demócrata en Estados Unidos ha seguido su propia revolución, más silenciosa. Durante décadas, se disfrazó como el partido del pragmatismo: la gran carpa de las familias trabajadoras, los votantes obreros y los liberales cautelosos. Sin embargo, al igual que Castro, los demócratas descubrieron que el gradualismo es más efectivo que la confrontación abierta hasta que les llegue la hora. ¿Les suena familiar? Sobre todo teniendo en cuenta su llegada, atados por la cadera, al KKK y a los gobernadores racistas del sur. Lo que una vez se presentó como una reforma sensata se ha consolidado como un proyecto ideológico. Desde el New Deal hasta la Gran Sociedad y la retórica actual del Green New Deal, la trayectoria es inconfundible: una radicalización constante y cuidadosamente dirigida, disfrazada con el lenguaje de la compasión y el progreso hasta que les llegue la hora. ¿Les suena familiar?
La analogía no está en las armas ni en la jungla, sino en el patrón: camuflar el radicalismo con moderación, controlar las instituciones una a una y desplazar el centro de gravedad hacia la izquierda hasta que les llegue la hora y la "nueva normalidad" no se parezca en nada al país que una vez fue. Así como los “revolucionarios” de Cuba prometieron libertad sólo para entregar el socialismo, el Partido Demócrata promete moderación incluso mientras acelera a Estados Unidos hacia el abismo de un futuro colectivista.
La máscara de la moderación
Castro no irrumpió en La Habana blandiendo la hoz y el martillo. Habló de democracia, justicia y liberación. Una vez más, tocando las teclas correctas y presionando todos los botones adecuados hasta que llegó su momento. ¿Les suena familiar? El socialismo se mantuvo en la sombra hasta que su poder estuvo asegurado. Esto no era honestidad; era la estrategia fabiana habitual.
El Partido Demócrata ha dominado la misma táctica. Durante décadas, se presentó como pragmático: el partido de las familias trabajadoras y el progreso gradual. Pero la moderación siempre fue una máscara que ocultaba una marcha constante hacia la izquierda. La redistribución económica, la planificación centralizada climática, las cuotas basadas en la identidad e incluso la censura ahora se presentan como posturas demócratas convencionales, aunque cada una de ellas era impensable no hace mucho. Al igual que Castro, los demócratas entienden que la moderación vende, hasta que llega su momento y ya no es necesario. ¿Les suena familiar?
El gradualismo como estrategia revolucionaria
Las revoluciones rara vez se anuncian con bombos y platillos. Castro no irrumpió en La Habana proclamando el marxismo-leninismo como su bandera. En cambio, habló de restaurar la república, una quimera a la que la isla presumiblemente estuvo cerca durante solo 12 años, de limpiar la corrupción y de dar al pueblo un trato más justo. Solo una vez que el poder estuvo en sus manos, las reformas "moderadas" se transformaron en colectivización, censura y un régimen permanente de partido único.
El Partido Demócrata ha perfeccionado la misma táctica. El New Deal se presentó como ayuda de emergencia; una causa justa, pero institucionalizó la dependencia federal. La Gran Sociedad se presentó como compasión, otra causa justa, pero afianzó una burocracia de la asistencia social. El Obamacare se presentó como una reforma modesta y otra causa justa, pero impulsó la lógica de la atención médica administrada por el gobierno. Aunque debemos admitir que proporcionó al menos la ilusión de cobertura a millones de personas. Les dio tranquilidad a muchos hasta que llegó el momento de ir al médico y se dieron cuenta de que su seguro probablemente era solo papel sin valor real. Hoy, el Green New Deal se presenta como política climática, pero sus implicaciones afectan a todos los ámbitos de la economía.
Cada medida se presenta como una solución puntual. Cada una se declara «moderada». Sin embargo, paso a paso, década tras década, el Partido arrastra al centro político hacia la izquierda. Esto no es moderación. No es pragmatismo. Es una revolución a cámara lenta.
Redefiniendo al enemigo
Toda revolución necesita un enemigo. Para Castro, comenzó con Batista. Pero tras la caída de Batista, se necesitó un nuevo villano: Estados Unidos, y luego el propio capitalismo. Se podría argumentar que las altas esferas del poder estadounidense conspiraron con el Partido Comunista Soviético para catapultar a Castro al liderazgo de la isla, y ese será el tema de otro artículo. Por ahora, digamos simplemente que la llamada Revolución Cubana es la personificación de la Rebelión en la Granja de Orwell en la geopolítica contemporánea. La revolución sobrevivió fabricando una procesión interminable de enemigos, cada vez más grandes y abstractos que el anterior.
El Partido Demócrata ha adoptado la misma táctica. Antaño, los oponentes políticos eran solo rivales en el debate. Hoy, se pinta a los republicanos como amenazas existenciales para "nuestra democracia". Los críticos no son disidentes; son "extremistas". Los enemigos son racistas; sin importar el pasado racista reciente de los demócratas. Incluso la propia libre empresa es tildada de opresiva e injusta.
Un movimiento que busca una transformación radical no puede sobrevivir sin una crisis perpetua. Castro tenía a los "yanquis" al otro lado del estrecho. Los demócratas declaran que el enemigo está en todas partes: en sus rivales, en la economía, en aquellos que dudan dentro de sus propias filas; incluso en los principios fundadores de Estados Unidos.
Capturando las instituciones
El verdadero triunfo de Castro no fue simplemente tomar posesión de La Habana, sino tomar posesión de las instituciones cubanas y mucho más. Las escuelas se convirtieron en campos de adoctrinamiento, los sindicatos en ejecutores, la prensa fue amordazada, el ejército se reformó. Las instituciones aseguraron la permanencia de la revolución.
Los demócratas han perseguido su propia conquista institucional. Las universidades producen en masa conformidad ideológica. Hollywood y los medios de comunicación amplifican las narrativas partidistas. Las juntas directivas corporativas, antes neutrales, ahora se someten a dogmas y cuotas ESG. La burocracia federal, no electa y extensa, promueve objetivos progresistas bajo el pretexto de una regulación "neutral".
Castro capturó las instituciones con fusiles. Los demócratas las capturan con credenciales, regulaciones y dominio cultural. El resultado es el mismo: los órganos de la sociedad laten al ritmo de la revolución.
La juventud como tropas de choque
Ninguna revolución perdura sin fanáticos, y ningún fervor es más potente que el de la juventud. Los primeros partidarios de Castro fueron estudiantes anticomunistas y radicalizados, deseosos de cambiar las aulas por fusiles. Su energía infundió fuego a la revolución. Solo para terminar consolidando los cimientos del mismo sistema que detestaban.
Los demócratas tienen su propia vanguardia en la Generación Z y los activistas millennials. Marchan en protestas, dominan las redes sociales y exigen un socialismo abierto. Ideas que antes se limitaban a los márgenes del campus —desfinanciar a la policía, cancelar la deuda, abrir fronteras, emergencia climática— ahora resuenan en los pasillos del Congreso.
Una revolución no necesita a todos los jóvenes, solo a los suficientes —enojados, inquietos y con una moral firme— para seguir adelante. Cuba tenía sus guerrillas. Los demócratas tienen sus activistas. La selva ha desaparecido, pero el fuego sigue siendo el mismo.
El final radical camuflado en compasión
Castro nunca presentó la tiranía como tiranía. La presentó como compasión. La confiscación de tierras era "justa". El racionamiento era "solidaridad". La censura era "protección".
Los demócratas usan el mismo disfraz. La redistribución es "justicia". El control burocrático es "seguridad". Las cuotas son "equidad". Incluso la censura se justifica como "salud pública". Las políticas que expanden el Estado y contraen la libertad nunca se admiten como ideología, sólo como bondad.
Esta es el arma más peligrosa: la resistencia se presenta como crueldad cuando la coerción se disfraza de compasión. El pueblo cubano aprendió demasiado tarde lo que se esconde tras el guante de terciopelo. Los estadounidenses corren el riesgo de aprender la misma lección.
La advertencia estadounidense
La tragedia de Cuba fue que su revolución no se declaró hasta que fue demasiado tarde para resistir. Para cuando se cayó la máscara, la isla ya estaba encadenada.
La revolución del Partido Demócrata es diferente en forma, pero no en trayectoria. Sus armas son las reformas, las instituciones, la juventud y la retórica. Su bandera es la compasión. Su campo de batalla es la cultura. Su condición para la victoria es la transformación silenciosa del alma estadounidense.
La pregunta es si los estadounidenses reconocerán el patrón a tiempo, porque las revoluciones que comienzan con moderación terminan en radicalismo. Las revoluciones que se disfrazan de compasión terminan en control. Esto nos lleva al papel de nosotros, el pueblo: la derecha, el centro y los millones de demócratas sensatos que sienten un vacío bajo sus pies en un momento en que sus líderes parecen creer que finalmente ha llegado su hora y se han quitado la máscara. ¿Seremos capaces de discernir entre los aciertos que presiona la izquierda y sus verdaderos objetivos? ¿Seremos capaces de unir fuerzas en la lucha por nuestra supervivencia?
El pueblo cubano aprendió demasiado tarde. El pueblo estadounidense aún tiene una opción.
Publicado en el Miami Strategic Intelligence Institute (MSI²).