viernes 11  de  octubre 2024
CUBA

Mendigos, enfermos sin hogar y niños que trabajan, una realidad ignorada en La Habana

Aunque emplear a menores en Cuba constituye un delito, según las leyes vigentes, cada vez es más común que en los hogares pobres los adolescentes se ocupen en personal doméstico a cambio de un salario o en la venta de mercancía para ayudar a sostener la economía familiar
Diario las Américas | IVÁN GARCÍA
Por IVÁN GARCÍA

ESPECIAL
@DesdeLaHabana

LA HABANA. Después de las tres de la tarde, bajo el sol tibio del invierno cubano, por las calles interiores de un barrio pobre y polvoriento del sur de La Habana, dos hermanos, de 11 y 13 años, conducen una carretilla de madera desbordada de piñas maduras. A su paso improvisan un pregón,"se acabó el abuso, tres piñas por un chavito" (un cuc o 25 pesos cubanos). Las amas de casas y transeúntes aprovechan y les compran. Una ganga si se compara con el precio de una piña en un agromercado particular, donde suele costar de doce a quince pesos.

El niño mayor, de 13 años, no terminó el sexto grado. El otro, su hermano, de 11 años, cursa el quinto grado y va por el mismo camino. “Es que tenemos que ayudar a nuestra madre”, aclara el mayor, a quien le gustaría ser programador de videojuegos. Su hermano aspira a manejar un taxi colectivo y ganar mucho dinero.

El trabajo infantil está prohibido por las leyes vigentes en Cuba. Pero en este acápite, son más laxas, distendidas. Cuando una patrulla policial los para, les explican que se dedican a vender después que salen de la escuela. “Una vez, a mi mamá quisieron ponerle una multa, le dijeron que con 11 años no se puede trabajar, pero formé tremendo llantén y terminé regalándole al policía dos jabas de mangos y varios aguacates. Nosotros nos movemos por calles interiores, no por calzadas y vendemos en barriadas tan malas que a veces ni la policía entra”, cuenta el pequeño.

Cada vez es más común ver a niños por las calles con una carretilla, vendiendo pan, viandas, frutas, vegetales. O acarreando materiales de construcción en una carreta tirada por un caballo. Miriam, jubilada, vecina de La Víbora, desconocía que estaba infringiendo la ley al contratar a una menor de edad para limpiar en su casa.

“Realmente no lo sabía. Desde hace tres o cuatro años, dos veces por semana, una señora venía a limpiarme. Pero como limpia en otras casas, me propuso que su hija limpiara por ella. La muchachita tiene once años y no veo nada malo en eso. Así aprenden a valorar el trabajo y ayudan a su familia. Además, yo pago bien”, alega Miriam.

En los barrios periféricos de La Habana, por lavar, planchar y limpiar una casa se pagan entre 5 y 7 cuc (120 a 168 pesos). En zonas como el Vedado, Miramar o Habana Vieja suelen pagar el doble y hasta el triple. Una ayudante de limpieza en un organismo del Estado tiene un salario mensual que ronda los 350 pesos. Para ganar un dinero extra, muchas de ellas limpian también en casas y negocios privados y en ocasiones sus hijas las ayudan.

Daimely, funcionaria de seguridad social, reconoce que el “trabajo infantil está prohibido en Cuba en cualquiera de sus variantes. Pero la prolongada crisis económica y el poco control de ciertas instituciones, han propiciado el aumento de niños y niñas que trabajan para ayudar económicamente a sus familias. Es un fenómeno nuevo, a finales de la década de 1980 no existía. Aunque están vigentes multas que van desde los 150 hasta los 1.500 pesos, los padres y otros parientes a menudo se ven obligados a recurrir a sus hijos para poder mantener a los suyos”.

En La Habana, de manera ilegal, cientos de menores de edad venden alimentos por las calles, se prostituyen o piden dinero y regalos a los turistas extranjeros. Carlos, sociólogo, opina que “el gobierno por vergüenza o por cinismo, se tapa ojos y oídos y no reconoce el fenómeno en toda su magnitud. Pero es un hecho que ha aumentado el trabajo y la prostitución infantil. Según un estudio sociológico, los adolescentes inician su vida sexual en Cuba entre los 12 y 14 años. Existe un segmento de la adolescencia que se prostituye como forma de ganar dinero”.

En la capital igualmente ha crecido el número de mendigos, limosneros y dementes callejeros. Las autoridades hacen malabares semánticos al hablar del tema, sustituyendo la palabra pordioseros y personas sin hogar por ‘deambulantes’. Y ofrecen una cifra, que para Alejandro, especialista en geriatría, no es real.

“Los dementes y mendigos que viven en las calles se han convertido en un fenómeno que se observa en casi todos los municipios habaneros y de casi todo el país. Según el censo de 2012, ya está desactualizado, de los 1.108 que vivían en las calles, 958 eran hombres y 150 mujeres; 651 tenían entre 16 y 59 años y 467 más de 60. Pero un estudio interno del Ministerio de Salud Pública precisa que ese número se ha multiplicado por cuatro o cinco, solo en la capital. Los llamados "deambulantes" rondan los 3.000. Y ese estudio omite a los cientos de 'buzos' que rastrean en la basura y a las cerca de 7.000 personas que residen en zonas insalubres -alrededor de 200 de ellas- existentes en las afueras de La Habana. El 80 por ciento de ellos se alimenta poco y mal, beben alcohol en abundancia, a veces ingieren drogas o sicotrópicos, y habitan en condiciones infrahumanas”, reconoce el especialista.

Joel perdió a su familia debido al exceso de alcohol. Vive de vender libros viejos y objetos encontrados en vertederos y contenedores de basura. Cuando cae la noche, se acuesta a dormir en las ruinas de un inmueble en peligro de derrumbe. “Ojalá que una noche me caiga el techo en la cabeza. Muerto es como único podré descansar en paz. La vida para mí ha sido muy sufrida y muy larga”, afirma y se empina un trago de ron casero.

Fermín tiene 26 años y hace once que vive en la calle. Acababa de cumplir los 15 cuando huyó del albergue donde residía en La Perla, Arroyo Naranjo. “Aquello es peor que una prisión. Violencia, robos y abusos sexuales".

Durante un tiempo, Fermín durmió en el domicilio de las mujeres que ha tenido. Ahora duerme en un edificio inhabitable o en el asiento de un camión, gracias a un amigo que es custodio en un almacén y le deje pasar allí la noche. "Soy bueno tocando tumbadora y por eso toco en fiestas de santo. Aspiro a salir de la miseria y llegar a ser famoso como Chano Pozo”, confiesa. Su mirada se pierde en el horizonte. Soñar no cuesta nada.

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