MIAMI.- El 4 de junio de 2012, la vida de la abogada Marcela Martínez se partió en dos. Ese lunes, su hija Zarlet Clavijo, de tan solo 17 años, fue secuestrada a plena luz del día en La Paz, Bolivia, cuando se dirigía a la universidad.
El secuestro de Zarlet, hija de la abogada boliviana Marcela Martínez, se produjo hace 12 años en La Paz, algunas pistas conducen al SEBIN y al ELN
MIAMI.- El 4 de junio de 2012, la vida de la abogada Marcela Martínez se partió en dos. Ese lunes, su hija Zarlet Clavijo, de tan solo 17 años, fue secuestrada a plena luz del día en La Paz, Bolivia, cuando se dirigía a la universidad.
Un vecino del edificio donde Martínez tenía su oficina vio cómo un hombre obligaba a la joven a subir a una camioneta. El vecino, que en un principio pensó que se trataba de una discusión de pareja, no se dio cuenta de la gravedad de la situación.
Cuando comprendió lo que había ocurrido, el vehículo ya había desaparecido. La tierra pareció tragársela. La policía no halló rastros, y el registro de llamadas del celular de Zarlet, inexplicablemente, estaba vacío. Por ello, Marcela no descarta la participación del Gobierno boliviano en el secuestro.
Martínez se negaba a aceptar la desaparición de su hija. Empezó una búsqueda incansable a través del contacto con amigos y familiares, colocando carteles con la foto de Zarlet por toda la ciudad, recorriendo hospitales y morgues. Incluso contrató a investigadores privados, excarabineros chilenos con experiencia en casos de secuestro.
Las pistas resultaban confusas y contradictorias. Se sucedían los avistamientos falsos, las extorsiones y las promesas vacías de información, según narró la madre en una visita a DIARIO LAS AMÉRICAS.
La angustia aumentaba con cada llamada nocturna que recibía. Una voz masculina, fría y amenazante, le exigía que dejara de buscar si quería volver a ver a su hija con vida.
Una experta en trata de personas, a quien consultó, le reveló una cruel verdad: esas llamadas no tenían el propósito de amedrentarla a ella, sino a Zarlet, como una forma de doblegar su voluntad, recordándole que su madre estaba bajo vigilancia y que cualquier intento de escapar sería inútil.
Un rayo de esperanza llegó años después: un cocalero afiliado a la Federación Trópico de Bolivia le ofreció información. Aseguraba que Zarlet sería trasladada a Argentina por orden de un grupo criminal. Martínez, dispuesta a todo por recuperar a su hija —según contó—, le entregó al hombre una suma considerable de dinero.
Sin embargo, la promesa del cocalero resultó ser una mentira. El hombre fue detenido poco después, acusado de corrupción y uso indebido de bienes del Estado, y luego desapareció sin dejar huella. La angustia de Martínez se multiplicó, según sus propias palabras.
Siete años después del secuestro, la investigación privada arrojó un dato clave: Zarlet estaría en poder de una organización trasnacional en España. Martínez viajó de inmediato a Barcelona, llena de una mezcla de esperanza y temor. Había logrado conocer su paradero a través de una red internacional, pero la alegría de lo que sería el ‘reencuentro’ fue efímera, de acuerdo con su relato.
El captor, un hombre que se presentaba como un empresario, le reveló que la “propiedad” de Zarlet no le pertenecía a él, sino al Servicio Bolivariano de Inteligencia Nacional (SEBIN).
Al día siguiente, la contactaron por teléfono, le pidieron fotos de los documentos de Zarlet para verificar su identidad y le confirmaron que la tenían. Estaba bajo la custodia del Ejército de Liberación Nacional (ELN) de Colombia. El SEBIN le había cambiado la identidad cuatro veces. Su apariencia era otra: rubia y de cabello corto.
Martínez regresó a Bolivia siguiendo instrucciones al pie de la letra. El plan consistía en ingresar a Venezuela, pero al intentar hacerlo, le negaron la entrada. Surgió, entonces, una posibilidad de negociación para liberar a su hija en la frontera con Colombia.
En la ciudad colombiana de Cúcuta, la vendaron, la subieron a un vehículo y la llevaron a un campamento en la selva. Después de un viaje angustiante, finalmente le permitieron ver a Zarlet a 20 metros de distancia. Siete años sin verla, siete años de dolor resumidos en una imagen fugaz. La alegría de comprobar que seguía viva se mezclaba con la impotencia de no poder abrazarla. "Sentí un dolor muy grande", rememoró.
Luego, las negociaciones para su liberación se complicaron. El ELN, sus captores en ese momento y posiblemente aún, exigía la presencia de Jeanine Áñez, quien entonces era presidenta interina de Bolivia, y del expresidente colombiano Juan Manuel Santos para dejarla en libertad.
Además, ambos líderes políticos debían solicitar públicamente el reinicio de las negociaciones de paz entre el gobierno colombiano y el ELN. También solicitaban un avión para trasladar dinero desde Caracas hasta Suiza, algo que la madre consideró totalmente fuera de su alcance y en contra de sus principios.
Martínez intentó contactar a Áñez y a Santos; sus esfuerzos fueron inútiles. Mientras tanto, el gobierno transitorio boliviano, con Arturo Murillo al frente del Ministerio de Gobierno, se mostró indiferente, más interesado en lucrar con la situación que en ayudar a rescatar a Zarlet, según declaró la abogada a este rotativo.
La pandemia del COVID-19 terminó de sepultar momentáneamente las esperanzas. Martínez perdió el contacto con el ELN y quedó atrapada en Bolivia, sin poder regresar a Colombia debido al cierre de las fronteras.
Al reabrirse las fronteras, la abogada retornó a Colombia y, tras una ardua búsqueda, logró contactar al intermediario del ELN. Zarlet seguía en el país, conforme a lo que pudo averiguar. El intermediario, que le pidió más dinero, le aseguró que Zarlet estaba bien, que la cuidaban, incluso le dio detalles sobre su estado de salud.
Sin embargo, la prueba de vida que Martínez exigía nunca llegó. Sobrevino lo que ella no duda en llamar un “silencio abrumador”. Los días se convirtieron en semanas, las semanas en meses, y Martínez sigue todavía sin saber nada de su hija.
El calvario de la abogada la transformó. Continuaba enfrentando el horror de la trata de personas en carne propia, pero también era y sigue siendo testigo del sufrimiento de otras familias que buscan desesperadamente a sus seres queridos.
En Bolivia, donde la trata humana es un problema grave y, en algunas ocasiones, silenciado, según la madre, muchas familias no sabían a dónde acudir, cómo denunciar o cómo buscar. Martínez decidió que no podía quedarse de brazos cruzados.
Organizó a 20 familias que, como ella, buscaban a sus hijos desaparecidos, compartiendo información, recursos y estrategias. La unión hizo la fuerza y lograron rescatar a varios jóvenes que habían sido víctimas de redes de trata, principalmente en la zona del Trópico cochabambino boliviano, donde operan grupos dedicados al narcotráfico y la explotación sexual.
Sin embargo, la organización se disolvió rápidamente. La mayoría, aliviados por el regreso de sus familiares, prefirieron olvidar la pesadilla y no continuaron con esa labor humanitaria, según el testimonio.
Aun así, Martínez no pudo dar la espalda a la realidad que había descubierto y decidió convertir su dolor en acción. Inspirada por la Alerta Amber, un sistema de notificación de niños desaparecidos, creó la Red de Alerta Temprana Zar, una plataforma para denunciar desapariciones, coordinar búsquedas y prevenir la trata de personas.
A través de grupos de WhatsApp, redes sociales y alianzas con autoridades y medios de comunicación, la red se convirtió en un faro de esperanza para muchas familias, un ejemplo de la lucha ciudadana contra un flagelo global.
Doce años después del secuestro de Zarlet, Martínez asegura que no se rinde. La lucha por su hija es también el clamor por las 50 millones de víctimas de la trata a nivel mundial, un negocio millonario que se alimenta de la vulnerabilidad, la corrupción y la impunidad.
Su voz se alza en foros internacionales para denunciar la complicidad de estados delincuenciales como Venezuela, que facilitan el tráfico de personas, el lavado de dinero y la explotación sexual.
En semanas recientes, la abogada convertida en activista recibió el reconocimiento ‘Heroes Tip’ por su labor en el combate contra la trata de personas. En esa ocasión, pudo reunirse con representantes del Departamento de Estado de Estados Unidos para solicitar ayuda en la búsqueda de su hija.
Su objetivo es obtener las huellas digitales de Zarlet, tomadas al momento de solicitar su visa americana, para poder rastrear sus movimientos a través de las bases de datos internacionales.
Finalmente, la historia de Marcela Martínez es una tragedia personal, pero también un llamado a la acción. Un recordatorio de que la lucha contra la explotación humana es una responsabilidad de todos.
Su valentía y su tenacidad inspiran a seguir luchando por un mundo donde ninguna madre tenga que vivir el horror de tener a un hijo secuestrado y desaparecido.
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@danielcastrope