MIAMI— Estrés. Una palabra que utilizamos a menudo sin detenernos a reflexionar lo que significa, o qué puede implicar para nuestros cuerpos. Definido como cualquier cambio que cause ansiedad física, emocional o psicológica, es la respuesta del organismo a cualquier asunto que requiera atención o una respuesta. De todos es conocida la relación entre la caída de pelo y el exceso de tensión, dolores de cabeza, fatiga, problemas para conciliar el sueño o nervios intestinales. Sin embargo, entre las secuelas que más deben preocuparnos se encuentran las que deja en el corazón.
Las enfermedades cardiovasculares se encuentran entre la causa desencadenante que más muertes causa anualmente, según la Organización Mundial de la Salud(OMS).
Pero, ¿qué entendemos por enfermedad cardiovascular? Como reporta la propia OMS, consiste en un grupo de desórdenes de los vasos sanguíneos y del corazón. 17.9 millones de personas mueren cada día de enfermedades cardiovasculares, lo que representa un 32% de las muertes anuales en todo el mundo. Algunas de las principales patologías identificadas por la OMS son la enfermedad cerebrovascular, la enfermedad de la arteria coronaria o la enfermedad del corazón reumático.
Los efectos del estrés en el cuerpo se equiparan con los que dejan hábitos nocivos como fumar, una mala alimentación, o falta de actividad física. Estos son generalmente la elevación de la presión sanguínea, ataques al corazón o el infarto.
En 2017, se vinculó por primera vez de forma científica el estrés con el riesgo de padecer enfermedades cardiovasculares en humanos. Los resultados reportados habían sido comprobados previamente en ratones de laboratorio, pero nunca en humanos.
El citado estudio relacionó el estrés con la actividad en el cerebro y en la amígdala, quien es la responsable de lidiar con las emociones y desarrollar respuestas. Al parecer, cuando la amígdala percibe señales de estrés, envía señales a la médula ósea para incrementar la producción de células blancas, un grupo de células del sistema inmune.
Es decir, el cuerpo se prepara para luchar frente al estrés. Una respuesta adecuada en ciertas situaciones, pero que en la mayor de ellas causa que las arterias por las que circulan las células defensoras se inflamen, incrementando ya en este paso el riesgo de problemas cardiovasculares. El estudio también fue capaz de vincular una mayor actividad de la amígdala en individuos que se identificaron como crónicamente estresados.
Y es que el corazón es un músculo que debe trabajar continuamente, por lo que tomar las precauciones adecuadas para hacer posible que funcione tantos años como le sean posibles sin impedimentos es lo más sensato.
Como entre los factores desencadenantes de las enfermedades se encuentra una combinación de predisposición genética y malos hábitos, es primordial identificar a aquellas personas expuestas a un mayor riesgo y proporcionarles las medicaciones y la atención primaria que pueda salvarles la vida.
Y entre estos grupos de riesgo, la tercera edad ostenta un lugar destacado. Los síntomas de desgaste cardíaco no siempre se aprecian a corto plazo. Sino que dan la cara cuando el cuerpo está más deteriorado y tiene menor capacidad para responder de forma adecuada al desgaste. Es en la llamada “tercera juventud” cuando resulta imprescindible seguir las recomendaciones de salud, si es que antes no fue posible, para prevenir problemas del corazón.
Entre algunos de los consejos de la Clínica Mayo para ayudarnos a combatir el estrés de forma cotidiana, se encuentran diversas actividades y cambios en el estilo de vida.
- Practicar ejercicio de forma frecuente
- Aprender a relajarse -esto es algo que se dice demasiado, pero que se aplica con poca frecuencia-
- Tomarse la vida con humor
- Pasar más rato con aquellos que nos hacen valorar el tiempo
- Practicar hobbies que nos mantengan alejados de situaciones que puedan alterar nuestro cerebro
- Llevar una dieta equilibrada y moderada
- Tener hábitos de sueño saludables
- Evitar el exceso de grasas saturadas
- Eliminar el consumo de alcohol y tabaco
Podemos ver que no es necesario recurrir a ningún arte oculto para controlar nuestro estrés, sino que está en nuestras manos y nuestra capacidad detectar nuestro estado emocional. Algo tan simple como, en una situación estresante, ser capaz de detenerse, apartarse de ella, darnos tiempo a recuperar la respiración y a nuestro cerebro a disminuir el estrés de la amígdala, y volver a lidiar con el problema con una nueva actitud.
Saber identificar las actividades dañinas para el equilibrio emocional es otra de las prácticas a aplicar, tales como reducir la dependencia de internet y redes sociales, o evitar los videojuegos.
Por último, es importante, esencial, no olvidar que en nuestras manos se encuentra adquirir prácticas más saludables. Pero la gestión del estrés, a nivel psíquico y fisiológico es una tarea compleja, que requiere de un conocimiento profundo del organismo. Y por esto nunca se debe sustituir la búsqueda de ayuda profesional por estas medidas saludables. Ambas deben ser complementarias para una mayor protección posible y para que el corazón salga ganando.