MIAMI.- Se conoce como miomas, leiomiomas o fibromas uterinos a los tumores benignos sólidos que afectan con frecuencia a mujeres en edad reproductiva. Se trata de formaciones que pueden ser tan diminutas que no alcanzan a detectarse a simple vista y son asintomáticas, pero también, pueden llegar a ser tan voluminosas que incluso modifiquen el útero femenino.
Se calcula que más del 30 por ciento de la población femenina a nivel global puede desarrollar miomas a lo largo de su vida, aunque se ha establecido que la máxima incidencia de este trastorno ginecológico está entre pacientes en la quinta década de la vida. Los fibromas pueden aparecer en solitario, aunque también pueden desarrollarse tumores múltiples.
Aquí en Estados Unidos, según datos del National Health Interview Survey, los miomas uterinos ocupan el tercer lugar entre las afecciones ginecológicas más comunes, tras las complicaciones en trompas y ovarios, y las alteraciones menstruales.
Los miomas se forman en la capa del útero llamada miometrio, a partir de una célula progenitora que se divide reiteradamente hasta formar una masa gomosa y firme, diferente al tejido cercano; y su evolución depende de la acción de las hormonas femeninas, es decir de los estrógenos y la progesterona.
El origen de los fibromas uterinos es aun objeto de estudio para la ciencia, aunque este se vincula a dos factores: los cambios genéticos y el desequilibrio hormonal. Y es que su comportamiento es muy particular, estos tumores pueden crecer rápida o lentamente, mantener su tamaño y hasta volverse más pequeños por si solos.
Clasificación y síntomas
Este tipo de tumor no canceroso se clasifica, según su ubicación, en tres grupos. En primer lugar están los fibromas intramurales, los más frecuentes y a los que corresponde alrededor del 55 por ciento de todos los casos diagnosticados. Estos proliferan especialmente en la porción central del miometrio, produciendo en consecuencia un aumento en el tamaño del útero.
Le siguen los fibromas subserosos, aquellos que se proyectan hacia el exterior del útero. Constituyen el cuarenta por ciento de los casos, y son capaces de alcanzar un tamaño considerable sin producir síntomas, por lo que en ocasiones solo llegan a revelarse cuando al comprimir órganos vecinos, provocan algún malestar.
Finalmente están los fibromas submucosos, que sobresalen en la cavidad uterina y que son los menos frecuentes, aunque producen los síntomas más notorios como un aumento en el sangrado menstrual capaz de provocar anemia ferropénica.
Hablando de síntomas, en muchos casos los miomas son asintomáticos, todo depende de la ubicación, el tamaño y la cantidad de los fibromas. Por lo general se experimenta un sangrado menstrual intenso, periodos que duran más de una semana, presión o dolor en la pelvis, la espalda baja o las piernas, micción frecuente y estreñimiento.
Molesta complicación
Si bien los miomas o fibromas son tumores no cancerosos, que rara vez resultan realmente peligrosos, estos pueden provocar una serie de molestias y complicaciones. Entre las más importantes están los cuadros anémicos resultado de la pérdida de sangre.
Otro problema que pueden generar los miomas es la compresión de las vísceras abdominales, lo que degenera en dolor, sensación de presión, y micción frecuente. Por otra parte, la calidad de la pared uterina se distorsiona por la escasa nutrición y vascularización en el area lo que provoca molestias durante la menstruación y una mayor incidencia de abortos.
Por lo general, los fibromas no representan un peligro durante el embarazo ni provocan infertilidad, aunque los miomas de más de 4 centímetros parecen ser responsables de una serie de inconvenientes o complicaciones, como partos prematuros, dolor pélvico desde fases precoces de la gestación, desprendimiento de placenta y mayores tasas de cesáreas.
Una gama de soluciones
No existe un protocolo único para el tratamiento para esta condición, aunque se ofrecen varias opciones para el alivio de los síntomas. A nivel farmacológico, es habitual el uso de hormonas que regulan el ciclo menstrual para controlar el sangrado y la presión pélvica, aunque estos no eliminan ni reducen las dimensiones del tumor.
Otra opción está en los procedimientos no invasivo como la cirugía con ultrasonido focalizado, guiado por resonancia magnética, que no requiere incisiones, se realiza de manera ambulatoria y permite preserva el útero.
Pero también hay procedimientos mínimamente invasivos, que destruyen los fibromas uterinos sin extraerlos mediante cirugía. Entre ellos están: la embolización de las arterias uterinas, en el que se inyectan pequeñas partículas llamadas agentes embólicos en las arterias que suministran sangre al útero para suspender el flujo sanguíneo a los fibromas.
Así como la miólisis, un procedimiento laparoscópico, que usa energía de radiofrecuencia, para destruir los fibromas y reducir los vasos sanguíneos que los alimentan; y la miomectomía laparoscópica o robótica, en la que se extraen los miomas del útero a través de pequeñas incisiones en el abdomen.
Finalmente, están los procedimientos quirúrgicos tradicionales, para los casos que presentan mayores complicaciones o en los que existen múltiples tumores de grandes dimensiones. Se trata de la miomectomía abdominal, que como su nombre lo indica implica una incisión en el abdomen para la extracción de los tumores; y la histerectomía, que conlleva a la extirpación de los miomas pero también del útero.