sábado 19  de  julio 2025
SÉPTIMO ARTE

"Daniela Forever": el espacio liminal entre el amor y la muerte

Daniela Forever, la nueva película del guionista y director Nacho Vigalondo, explora el luto y el amor a través de un mundo onírico donde nada es lo que parece

Diario las Américas | LUIS BOND
Por LUIS BOND
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MIAMI.- En la mitología griega se nos cuenta que Nix (la noche) pare a dos gemelos: Thanatos (la muerte) e Hipnos (el sueño). Los mortales solemos entrelazar dichas fuerzas —llamando a la muerte “el sueño eterno”— y reverenciarlas por el halo de misterio que las cubre (no sabemos qué sucede después de la muerte ni tenemos idea de lo que pasa en el mundo de los sueños). Se dice que Hipnos (que porta una antorcha vuelta hacia abajo, resaltando su carácter ctónico) nos toca con una amapola para sumergirnos en un profundo letargo. Esto hace que nuestra alma descienda al Hades y, en el proceso, tome agua del río Leteo (el olvido) para que nuestra conciencia se desvanezca en el Eidolon (la tierra de la imagen fantasma). Allí una serie de fuerzas o deidades menores se encargan de movilizar nuestra psique. Pasitea nos da sueños plácidos, Fobétor nos da pesadillas, Fantaso crea elementos que desafían la realidad, Morfeo se metamorfosea como humano y Oneiros crea las imágenes donde el sueño aparece.

De pronto, un rayo de luz de Helios nos da en la cara y nos sacude del hechizo de Hipnos, sacando nuestra alma del Hades y obligándonos a tomar de nuevo agua del río Leteo: por eso olvidamos lo que soñamos y nos despertamos aletargados. Sin embargo, una que otra vez, Hermes (el mensajero de los dioses, Psicopompo) se roba alguna imagen de Oneiros y nos la devuelve en el mundo solar. Un retazo de una vida no vivida que le habla a nuestra alma de otra realidad y que la invita a cuestionarnos lo que sucede en el polo de la conciencia. Por eso los mitos nos cuentan cómo un héroe debe descender al inframundo para cumplir con una tarea puntual teniendo muchas veces como motivación la fuerza del amor. Desde Psique yendo a buscar la belleza de Perséfone para poder estar con Eros, Dionisos intentando salvar a su madre Semele, hasta Orfeo valiéndose de la música para traer de vuelta a la vida a su amada Eurídice.

Partiendo del sustrato mitológico, algunas corrientes del psicoanálisis hacen hincapié en cómo, muchas veces, estamos atrapados en una suerte de enantiodromia entre Eros y Thanatos (asociando al primero como una pulsión de vida). Ambos, por una razón u otra, terminan operando como fuerzas que nos empujan hacia la búsqueda de lo trascendente y, dirán los poetas, el amor y la muerte son los dos grandes misterios a los que se enfrenta el alma humana antes de estar frente a la presencia divina. Es este tema arquetípico la piedra fundacional del nuevo largometraje de Nacho Vigalondo, Daniela Forever, donde un joven desciende al mundo de los sueños para intentar recuperar el alma de su difunta amada.

La película nos cuenta la historia de Nicolás (Henry Golding), un joven que vive en Barcelona y que conoce en una fiesta, de manera fortuita, a Daniela (Beatrice Grannò), una chica con la que vivirá un romance de ensueño hasta que un día, por vueltas del destino, ella muere en un accidente de tránsito. Una experiencia traumática que sumerge a Nicolás en una depresión profunda que hace que su amiga Victoria (Nathalie Poza) le recomiende una droga experimental que la ayudó a superar su divorcio reciente. El tratamiento consiste en una pastilla que hace tener sueños lúcidos y que permitiría, con su uso correcto, que nuestro protagonista se enfrente al duelo que intenta evadir y así “despedirse” de su amada. Como es de esperarse, Nicolás ignora por completo el uso de la pastilla para avanzar con su vida y decide utilizarla para poder reunirse con Daniela en un mundo de fantasías del que, tarde o temprano, tendrá que salir.

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Escrita y dirigida por Nacho Vigalondo, Daniela Forever es la película más íntima del autor hasta la fecha. Basada en una experiencia personal, explora el tema de la pérdida con todos los matices que suelen acompañar un evento tan traumático para cualquiera como lo es el duelo (la depresión, la culpa, el aislamiento, el aletargamiento, el escapismo: en fin, el quedarse atrapado en el Tártaro, ese espacio donde el alma no puede moverse y sufre hasta perder el sentido). Por supuesto —y siendo consecuente con su filmografía— Vigalondo no lo explora de forma convencional y se vale de un crisol de referencias visuales que recuerdan a títulos tan heterogéneos como Abre los ojos, Inception, Paprika, The Eternal Sunshine of a Spotless Mind, Dreams con una pizca del tono surrealista de David Lynch, Quentin Dupieux y Leos Carax. Todo esto arropado con el tono de un dramedy que se pasea entre el humor naive, el romcom y el drama existencialista. Una empresa tan variopinta que solo puede ser llevada a buen puerto por un director como Vigalondo que se mueve como pez en el agua haciéndonos reír y sufrir.

Más allá de las referencias narrativas que la construyen, Daniela Forever tiene una impronta bastante particular: la película fue grabada en dos formatos diametralmente opuestos. Cuando la historia transcurre en el mundo “real”, la vemos en un aspect ratio de 4:3 (cuadrado) rodado en Betacam (con todas las particularidades que el formato nos da: colores con poca saturación, un rango dinámico limitado, aberraciones cromáticas y luminosas, grano, interlineado, glitches, con una profundidad de campo estática, etc) y cuando pasamos al mundo onírico nos sumergimos en una imagen anamórfica de 2:39:1 (llena de colores vivos, cálidos y saturados, con una profundidad de campo que realza la tridimensionalidad del cuadro, etc). Es así como, gracias a la cinematografía de Jon D. Domínguez (colaborador habitual de Vigalondo en 7:35 de la mañana, Marisa, Domingo, Open Windows), la diferencia entre el mundo real y el onírico no solo salta a la vista, sino que sirve como una metáfora del mundo interior de Nicolás (que vive la realidad de forma limitada, casi monocromática y desdibujada en contraposición al mundo onírico lleno de vida, color y con un espacio infinito por explorar).

Gracias al juego visual entre mundos, Vigalondo tiene carta blanca para dar rienda suelta a su típica irreverencia y humor peculiar con la puesta en escena onírica, dejando que la excentricidad de sus personajes y las situaciones en las que están brillen (como disfrazarlos de un vampiro con una motosierra y un tiburón con pistola o ver un concierto en “vivo” como un stand de YouTube gigante). Una propuesta que, dejando a un lado el apartado técnico, funciona muy bien gracias a las actuaciones de la dupla protagónica. Henry Golding coquetea con su rol habitual de “galán de comedia romántica”, pero progresivamente contrasta con la otra antípoda y se sumerge en el papel de amante depresivo, desesperado, obsesivo y egoísta regalándonos un registro que jamás habíamos visto en él. A su lado, Beatrice Grannò también hace un despliegue interesante, explorando con su personaje una evolución que va desde proyectar la imagen de chica de ensueño, pasando por una niña pequeña —casi monosílaba—, hasta una mujer que lucha con una inconformidad perenne sin saber cómo expresarla. Ambos hacen una danza donde el juego de poder y el amor se confunden, haciéndonos reflexionar hasta dónde somos capaces de llegar en el nombre del amor.

Daniela Forever es, de lejos, la película más rara de Nacho Vigalondo (y eso es decir bastante en una filmografía tan heterogénea como la suya). Al mismo tiempo, es la más madura, personal y donde se atreve a explorar temas sumamente complejos (casi de índole metafísico) más cercanos al drama sin por eso perder su clásico desparpajo y comedia. Su final ambiguo, su puesta en escena onírica, su propuesta visual paradójica y su narrativa fragmentada hará que muchos salgan de la proyección con más preguntas que respuestas y cuestionándose su posición frente al amor, la pérdida y el mundo de los sueños. Reflexiones que deberíamos tener constantemente y que, por estar atrapados en nuestra realidad cuadrada, automática y con poco color, omitimos por completo. Daniela Forever nos invita a soñar y nos recuerda que, aunque Thanatos aceché a la vuelta la esquina, solo el amor que insufla Eros nos permitirá transitar con seguridad el Hades hasta poder reencontrarnos, una vez más, con los seres que amamos.

Lo mejor: la ambigüedad en el desarrollo del guión y su final que se abre a múltiples interpretaciones. Su propuesta visual para diferenciar un mundo de otro. Las actuaciones del dúo protagónico. Su mezcla de referencias.

Lo malo: aunque forma parte de la propuesta visual, a veces los efectos especiales se ven un poco cutres y eso te termina sacando un poco de la historia. Algunos personajes secundarios son casi decorativos.

Sobre el autor

Luis Bond es director, guionista, editor y profesor especializado en cátedras de guion, construcción de personajes, dirección, mitología, arquetipos y lenguaje simbólicos. Desde el 2010 se dedica a la crítica de cine en web, radio y publicaciones impresas. Es Tomatometer-approved critic en Rotten Tomatoes y miembro de LEJA. Su formación en cine se ha complementado con estudios en Psicología Analítica profunda y Simbología.

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Web: www.luisbond.com

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