jueves 23  de  marzo 2023
RESEÑA

"Enredos y traiciones", una inusual puesta en escena

La obra "Enredos y traiciones", dirigida por Eugenia Sancho, se desarrolla con un movimiento escénico recurrente

MIAMI.- Siempre se agradece poder ver una obra del teatro del Siglo de Oro español y más cuando la propuesta es en verso. Es algo tan inusual que se convierte en un atractivo. Así ha ocurrido con Enredos y traiciones, adaptación libre y dirección de Eugenia Sancho, sobre la obra La traición en la amistad de María de Zayas (1590-1647), notable narradora, poeta y dramaturga, que fue censurada por la temida Inquisición. El estreno, en una producción del Centro Cultural Español de Miami, atrajo a un público curioso, inquieto y entusiasta que llenó el escenario del Black Box del Miami-Dade County Auditorium.

A Zayas se le considera una de las precursoras del feminismo y por esos derroteros se mueve la obra, que es una comedia de enredos (en realidad con muy poco humor, quizás la versificación se engulló la jocosidad que podría tener). El resultado general es agradable y la mirada se conduce por senderos sorpresivos y arqueológicos. Así entre interesante y frustrante ha sido la puesta en escena.

Las comedias donde la mujer resultan acosadas por codiciosos y lujuriosos hombres son recurrentes en la dramaturgia de pasados siglos, y de hecho lo sigue siendo con variantes más contemporáneas, pues se trata (tanto antaño como en el presente), de una manera de mostrar la cotidianidad y a cierto público le encanta verse reflejado y mofado.

En Enredos y traiciones, no hay viejos libidinosos, ni padres negociando a sus hijas por una dote. Se trata del encuentro de hombres y mujeres jóvenes que se desean, y hacen sus peripecias para poder tener a la doncella deseada. Las muchachas se enteran de que Don Juan, Liseo y Gerardo andan cortejando a otras mujeres y les salen al paso con argucias para desenmascararlos.

La obra, dirigida por Eugenia Sancho, corre con un movimiento escénico recurrente, muchos apagones para que las actrices hagan los ajustes en su vestuario. Mientras eso ocurre, el personaje de la escritora, que interpreta la actriz argentina Adriana Moure, sentada frente a su escritorio, con una enorme pluma roja, escribe las escenas que acontecen a lo largo de la hora y quince minutos de la puesta, que se escapan rápidamente.

La mayoría de las actrices se desenvuelven con confianza mientras dicen sus difíciles parlamentos sin que suenen recitados, dejando que la cadencia rítmica de los versos se sienta natural. El caso de la actriz española Claudia Montalvo, en su logrado personaje de Marcia, es el mejor ejemplo de esa fluidez lingüística, al tener la habilidad de diferenciar puntualmente las z, s y c, algo que contribuye a la métrica.

En esta puesta los papeles masculinos son interpretados por mujeres. Sin embargo no hay razón para ello, más bien resulta una burla al público. En esta obra los hombres son muy importantes, pues gran parte del peso de las escenas tienen lugar en encuentros entre varones y hembras. No sé cuál habrá sido el propósito de la directora para prescindir de los hombres, pero a la salida del estreno, la comidilla entre los asistentes fue precisamente ese desacierto.

La joven colombiana Claudia Castro, masculinizando su personaje para llegar, sin éxitos, a ser Juan, daba vergüenza ajena. Lo mismo ocurría con Carolina Speroterra como Liseo, ni las hombreras, ni los espejuelos oscuros, hacían brotar nada varonil en ella.

Por suerte la labor de ambas en su roles femenino, Claudia como Lucía, y en especial Carolina como Belisa, con control de su personaje, aportaban las complacencias de su género y agraciaban su trabajo. El papel masculino de Gerardo, que interpreta Sabrina Casallas, al tener menos peso en el texto, pasa casi inadvertido. Sí estuvo la actriz muy bien como Laura. Merece un comentario particular Diana Iris, como Fenisa. La actriz logra armonizar muy bien su lenguaje corporal, mientras dice sus rimas. Esa soltura la diferenciaba de algunas de sus compañeras en escena.

El trabajo de luces, aunque no era mucho, fue efectivo y el vestuario muy ecléctico, sin dejar de ser impactante. Dominaba el blanco en todos los personajes, añadiéndose circunstancialmente algunos toques en rojo y negro, y todas calzando botines blancos de suela negra. Un grato vestuario que suplía la ausencia de una escenografía sobresaliente. En Enredos y traiciones, apenas un banco rojo que movían de acuerdo a la escena fue suficiente, más el lugar de trabajo de la escritora en un nivel superior.

Para concluir, cada vez hay menos programas de mano en los teatros y últimamente, cuando los hay, están en inglés. Según algunos teatristas, la causa son los grants [Subvenciones] (con la intención de facilitar los fondos y contribuciones económicas que reciben). Eso es algo que se puede entender, pero por respeto al público al que está dirigida la puesta, debería al menos ser bilingüe; de hecho, así eran antes.

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