MIAMI.- Todo artista anhela en lo más profundo de su ser alcanzar la inmortalidad a través de su obra. Un proceso que, independientemente del talento, muchas veces exige sangre, sudor, lágrimas y mucho sacrificio —un precio que no todo el mundo está dispuesto a pagar. Algunos proyectan en su obra la posibilidad de resignificar sus vidas, dándole una dimensión casi sagrada a su oficio como si fuese un Dios al que se debe servir cueste lo que cueste. ¿Qué sucede cuando la tragedia aparece en nuestras vidas y tenemos que comenzar de nuevo?, ¿cómo renunciar a eso que te da identidad y sentido?, ¿hasta dónde somos capaces de llegar y qué tanto podemos soportar por tener la posibilidad de alcanzar nuestros sueños?, ¿cómo no perdernos a nosotros mismos en el camino? Estas son algunas de las preguntas que pone sobre la mesa el filme The Brutalist, una de las películas más aclamadas en esta temporada de premios.
Ambientada en 1947, The Brutalist cuenta la historia de Lázló Tóth (Adrien Brody), un talentoso arquitecto judío que es separado de su familia durante el Holocausto. Huyendo de los horrores de la Segunda Guerra Mundial, nuestro protagonista llega a Estados Unidos con la esperanza de comenzar desde cero en una tierra llena de oportunidades. Lidiando con las dificultades típicas de cualquier inmigrante (poco dinero, la barrera del idioma, la ausencia de contactos, los prejuicios, etc), Lázló vive el lado oscuro del sueño americano mientras se esfuerza por tener algo de estabilidad económica para recuperar a su familia y traerla a su nuevo hogar. Una travesía que cambiará por completo cuando conozca a Harrison Lee Van Buren (Guy Pearce), un excéntrico millonario que le encarga una obra monumental.
Escrita por Brady Corbet y Mona Fastvold (Vox Lux, The Mustang, The Childhood of a Leader), The Brutalist está estructurada como si fuese un díptico. La primera parte (The Enigma of Arrival) se enfoca en la llegada de Lázló a Norteamérica, las complicaciones a las que se enfrenta y las decisiones desafortunadas que toma. A pesar de ser un artista educado y brillante, nuestro protagonista es un tipo parco e introvertido que fácilmente pasa bajo la mesa y que se mueve en este nuevo mundo sin malicia. Actitud que lo lleva a confiar en personas equivocadas sin entender que toda ayuda que recibe viene con un precio que debe pagar (ganándose conflictos que sirven como foreshadowing de lo que ocurrirá más adelante con dimensiones colosales). Dichos reveses, sumado a la incapacidad de Lázló para expresar lo siente, hacen que se sumerja en los vicios, el escapismo y la resignación (olvidando como Odiseo con los lotófagos cuál es la razón de su viaje). Un descenso al inframundo del que es “rescatado” por la súbita aparición de Harrison Lee Van Buren.
Disfrazado de filántropo y ángel guardián, el personaje que interpreta Guy Pearce es un megalómano que le ofrece al protagonista un pacto mefistofélico: Lázló obtiene la oportunidad de ejercer su profesión y construir una obra que cimentará las bases de su legado en Estados Unidos, Harrison gana un instrumento más para cumplir sus caprichos y demostrar su poder. Esta dinámica hace que el mecenas vea a su protegido como si fuese una posesión más —algo por lo que él está pagando y le pertenece— y que, progresivamente, a través de actitudes pasivo agresivas o confrontación directa, Harrison demuestre el profundo desdén que siente por Lázló (por poseer un talento que él no tiene). En la otra antípoda, Lázló ve a Harrison como un grillete que lo oprime temporalmente con la promesa de liberación y éxito luego de que el proyecto sea terminado. Como el protagonista de El manantial (novela de Ayn Rand que inspiró vagamente a sus guionistas), Lázló está obsesionado por crear su obra maestra, dispuesto a pagar el precio que sea mientras Harrison saca provecho de esto para obtener la trascendencia que el dinero no le permite comprar.
La segunda parte de la historia, The Hard Core of Beauty (una posible referencia al ensayo homónimo de Peter Zumthor donde explora cómo la belleza en la arquitectura se encuentra en la naturalidad, sobriedad y en la potencialidad de la obra en trascender en el tiempo), se desarrolla luego de un merecido intermedio de 15 minutos —que sirve para reforzar la sensación de “salto” en el tiempo que la historia necesita para respirar. Es acá donde, 6 años después, finalmente Lázló consigue traer a Estados Unidos a su esposa Erzsébet (Felicity Jones), quien está en silla de ruedas —por la osteoporosis que desarrolló durante la hambruna de la guerra—, y su sobrina Zsófia (Raffey Cassidy). Una reunificación que dista mucho de ser el Paraíso recobrado que esperamos: es un proceso lento, doloroso y complicado por el tiempo que estuvieron separados y los cambios que han tenido en sus vidas. Mientras que Erzsébet intenta reconectar con su marido y cuidarlo, Lázló está cada vez más obsesionado con el proyecto en el que está trabajando sin reparar en las constantes vejaciones que sufre por parte de Harrison y su hijo Harry Lee (Joe Alwyn). Como todo personaje pivote, la presencia de Erzsébet funciona como un ticking clock en la dinámica entre Lázló y Harrison, haciendo que eventualmente la olla de presión entre ambos explote.
The Brutalist 2
Adrien Brody y Guy Pierce son los favoritos en la temporada de premios con sus interpretaciones en "The Brutalist".
Cortesía/A24
The Brutalist nos mete en las entrañas de los hijos de la guerra, una generación que calló todos los sacrificios que hizo para crecer en una tierra prometida que, de un momento a otro, puede volverse un infierno. Sin diálogos expositivos ni tintes maniqueos, el largometrajepone sobre la mesa esa pregunta que todo inmigrante alguna vez se ha hecho: ¿valió la pena salir de mi país para continuar mi vida en otro? Utilizando a la Estatua de la Libertad invertida como una alegoría potente, la película nos confronta con nuestra noción del éxito y el precio que estamos dispuestos a pagar en vida por una promesa de trascendencia a través de nuestro oficio. En paralelo, explora la sensación de orfandad que sufre todo inmigrante: Lázló es un hombre que no puede volver al pasado (su país de origen), tampoco puede vivir en el presente (Estados Unidos) ni puede pensar en su futuro (Israel); un artista cuyo único hogar y promesa de seguridad está en la obra que construye.
Por supuesto, el cast de The Brutalist está al nivel de los personajes complejos que habitan en la trama. Adrien Brody por momentos recuerda a El pianista — taciturno y con cara de sufrimiento—, pero mientras avanza la trama descubrimos todos los matices y complejidades de Lázló, celebramos su alegrías y padecemos los sufrimientos que no puede verbalizar. De lejos, el mejor papel de su carrera. Felicity Jones, aunque no es primera vez que interpreta a una esposa abnegada, acá se despoja de esa aura risueña que suele tener para darnos un registro profundamente contenido, doloroso y que da vida a los momentos más duros de toda la historia. Joe Alwyn cumple con su rol de niño mimado, malcriado y prepotente, siendo como una versión en miniatura de su padre. Sin lugar a dudas, el que se roba el show es Guy Pearce al encarnar a un personaje misterioso, prepotente y temperamental que, mientras el guion avanza, se nos va descubriendo en toda su monstruosidad.
The Brutalist 3.
Adrien Brody atraviesa un viaje profundamente doloroso como un arquitecto que intenta reconstruir su vida en Estados Unidos.
Cortesía/A24
En el apartado visual, la dirección de Brady Corbet (Vox Lux,The Childhood of a Leader) es imponente y distante como las obras de Lázló. Cada uno de sus cuadros es visualmente poderoso y aumentan la sensación de soledad, silencio e indefensión que vive el protagonista. Sin ningún artificio estético o narrativo el director nos sumerge en la psique de Lázló para que experimentemos la noche oscura del alma y entendamos cómo su obra es el único faro de luz que lo puede sostener —mientras lo va quemando en el proceso. Con su puesta en escena, Corbet homenajea a los grandes maestros del cine (como Bergman, Antonioni, Kubrick, Tarkovski), dándole a The Brutalist ese tempo de cine de autor que cada vez es más escaso conseguir en estos días. A su lado, la cinematografía de Lol Crawley (The Devil All the Time, The Childhood of a Leader, Vox Lux, Shadow Kingdom) dota al largometraje del look and feel de la época en la que se desarrolla. Rodada en 35MM usando VistaVision y transferida a 70MM (creando un aspect ratio ajustado a 1.66:1 completamente diferente al que solemos ver en las salas de cine), The Brutalist es una experiencia sobrecogedora donde cada plano te envuelve y amplifica la magnificencia de la obra de Lázló. Al mismo tiempo, apoya el sistema de imágenes que realza la diferencia entre los personajes marcando la distancia entre la precariedad en la que vive artista y la opulencia de su mecenas: una biblioteca minimalista —donde la luz natural y artificial transforman por completo el espacio—, la blancura onírica de una cantera de mármol, un laberinto de sombras en una cueva, paisajes que casi se pierden en la oscuridad del atardecer o el alba, monumentos arquitectónicos fríos y solemnes (donde la iluminación inyecta vida o genera la sensación de opresión), en contraposición a los espacios oscuros, precarios y claustrofóbicos donde habita el protagonista.
El montaje de Dávid Jancsó (Monkey Man, Pieces of a Woman, The Childhood of a Leader) es la otra piedra angular de The Brutalist. Si bien es cierto que la película tiene un ritmolento —típico del drama—, siempre nos mantiene en tensión, haciéndonos sentir que aunque las cosas salgan “bien”, debemos seguir alertas esperando una potencial tragedia en cualquier momento. Un efecto hipnótico que se mantiene durante las 3 horas y media de duración de la obra valiéndose exclusivamente del montaje sintético (con cuadros de larga duración) y evitando secuencias de montaje expresivo (que suelen usarse para dinamizar la historia). El trabajo de Jancsó en de The Brutalist es como un ejercicio de minimalismo narrativo que contrasta con la música hiperestimulante de Daniel Blumberg (The World to Come) que nos arropa, ensordece y a veces incomoda en determinamos momentos de la película (dando un resultado parecido al de la dupla de Hans Zimmer y Christopher en Interstellar).
The Brutalist 4
Guy Pierce encarna a un excéntrico millonario obsesionado con construir una obra monumental.
Cortesía/A24
The Brutalist nos muestra cómo el sueño del inmigrante, de un momento a otro, puede transformarse en una pesadilla. El viaje de Lázló y su familia nos permite padecer los prejuicios, resentimiento, abusos de poder y limitaciones que muchos viven cuando deben abandonar su patria. Al mismo tiempo, interpela nuestra ambición obligándonos a preguntarnos a nosotros mismos hasta dónde estamos dispuestos a sacrificarnos para buscar la quimera de la trascendencia. Como las obras de Lázló, The Brutalist nos deja fríos e impávidos, caminando en un laberinto con paredes enormes donde nos damos cuenta que la esperanza de redención de una Iglesia se confunde con la condena de una cárcel. ¿Cambiamos una prisión por otra más grande con mejor ubicación? O ¿cambiamos a un Dios por otro que nos ofrece mayores de posibilidades de redención? Todo depende de la luz exterior que dejemos entrar y nos ayude a darnos cuenta que somos nuestros propios celadores y redentores.
Lo mejor: las actuaciones de Adrien Brody, Felicity Jones y Guy Pierce. La dirección y la cinematografía imponente con guiños a los maestros del cine. Las múltiples capas de lectura, la ambigüedad y el subtexto que explora.
Lo malo: su larga duración puede ahuyentar a gran parte del público —a pesar del intermedio para descansar— y su primera parte no tiene la misma potencia ni ritmo que la segunda —donde realmente la película brilla.
Sobre el autor
Luis Bond es director, guionista, editor y profesor. Desde el 2010 se dedica a la crítica de cine en web, radio y publicaciones impresas. Es Tomatometer-approved critic en Rotten Tomatoes. Su formación en cine se ha complementado con estudios en Psicología Analítica profunda y Simbología. Es co-host del podcast Axis Mundi donde profundiza en el análisis fílmico, la literatura, la psicología y los lenguaje simbólicos.
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