martes 7  de  enero 2025
LETRAS

Gabriela Caballero: "Escribir me ahorra ir al psiquiatra"

La escritora venezolana publicó recientemente el volumen de cuentos El tren de los invisibles, con el que participó en la Feria del Libro de Miami

Diario las Américas | GRETHEL DELGADO
Por GRETHEL DELGADO

MIAMI.- La última vez que viajé en tren jugué a imaginar las vidas de aquellos que pasaban por mi lado en el vagón cafetería, a quienes miraba de espaldas, en el reflejo del cristal, mientras veía trozos de nieve medio derretida. A ese recuerdo, entre otros, me llevó el libro El tren de los invisibles (La Pereza Ediciones), de Gabriela Caballero.

Gabriela, nacida en Caracas, Venezuela, me dedicó el libro una tarde en casa y, como si se tratara de un milagro, logró lo imposible: que la gata más salvaje del mundo se le acercara a saludarla como si fuera una vieja amiga. Esto era una señal, sin lugar a dudas.

Esa misma noche comencé a leer. Y aunque el cuento se vive como una experiencia contundente, veloz si lo comparamos con una novela, preciso si lo comparamos con un poema, ocurrió que al final de cada relato se impuso una pausa, como si cada historia requiriera una digestión lenta, o como si esa maquinaria de reloj rebotara ecos hasta reposar del todo.

El libro exigió su tempo. Con razón. No son cuentos ligeros: los argumentos que aquí encontramos son punzantes, intensos, electrizantes. También perturbadores, como ese rostro de mujer en torno al cual vemos, suspendidas, las píldoras de una vida rota; píldoras que parecen balas, según se mire. Esta sobrecogedora ilustración, y las demás que aparecen esparcidas por las 190 páginas, son del escritor venezolano Fedosy Santaella, quien dijo sobre el libro, con puntería de arquero: "Invisible es realmente el olvido".

Este es un tren en cuyos vagones hay historias que podrían estar muy cerca de nosotros y pasan inadvertidas, y a las que Gabriela presta atención con una mirada sensible e inmersiva. En efecto, su aproximación a cada tema no es somera. Ella se adentra en esos argumentos, usa las pieles de sus personajes y respira incluso en entornos distantes que no resultan ajenos porque la autora se nutre de lo humano para entregarnos materiales hechos para la empatía.

Ese poderoso sentido de implicación con las historias hace que el lector se deslice sin tropiezos por los raíles narrativos de lo humano, un lenguaje líquido y flexible que todos comprendemos, allende las fronteras.

No se pierde la autora en el derroche de palabras, un acierto que aporta la concisión necesaria al cuento para que sea ese golpe rotundo que tanto le aplaudimos al género. Su construcción gramatical es precisa, y aún así hay sitio para esa descripción sosegada que lleva al lector a los espacios sensoriales de la imaginación de la escritora.

Estamos allí: en esa aldea nigeriana donde la sangre se coagula entre lo cotidiano; en un apartamento con vistas al Hudson de Nueva York en el que se hornean dulces y recuerdos; en una Habana sin sueños que echa a navegar a sus hijos, por el puerto del Mariel o por la muerte; en la casa de las deshoras y las pastillas mortales; en el desgarrador mensaje de una madre en Estados Unidos a su hijo en Venezuela.

Me inquieta sobremanera el relato “El espejo del agua”, basado en un reportaje de Jackelin Díaz titulado “El hambre pudo más que el miedo al pez venenoso en la Guajira”. Aquí la autora se imbrica en la vida de la comunidad añú, en la Guajira, estado Zulia, Venezuela, y en particular en María, la narradora. Veo a muchos cubanos reflejados en “Julita y las manzanas”, con miedo, demasiado miedo a la vida, a ser tildados de escoria por buscar libertad. Con sus últimas horas tatuadas en el rostro, como lo muestra la ilustración de Santaella, la protagonista del cuento “Rizzia y el tiempo” es descrita por un peculiar narrador; el tiempo se deshoja aquí de forma macabra, sin que nada ni nadie pueda impedirlo. Puedo ver, en el viaje en tren de “Los invisibles”, el viaje total que es la vida, ese transmutarse, irse, dejar, llegar.

Con una mirada sensible y atenta, la autora hurga en una masa de historias aparentemente comunes y extrae lo singular, lo doloroso, lo extraño, pero sobre todo lo humano. Nos hace mirar con más detenimiento alrededor, imaginar los argumentos que hay detrás de los seres anónimos con los que nos cruzamos en la calle, en las noticias, en autobuses, en los trenes. Y su aproximación a esas historias nace de la empatía, de un ejercicio cuasi actoral de homogeneización con los personajes y sus ambientes.

Otro acierto ha sido la idea de incluir al final del libro los códigos QR con sitios de ayuda en temas como la violencia en Nigeria o el suicidio, temas que están presentes en los cuentos, como una especie de llamado a la acción, de tabla salvadora, por si alguien lo necesita. "Escribir me ahorra ir al psiquiatra", dijo la autora en una parte del libro.

Más sobre la autora

Gabriela Caballero, originaria de Caracas, estudió teatro, cine documental y se especializó en guion cinematográfico y de televisión. Emigró a Estados Unidos en 2011 al aceptar una oferta laboral. En 2013, obtuvo una visa de talento y comenzó a trabajar como Escritora Multiplataforma para la cadena Telemundo/NBC Hispanic Group, donde continúa desempeñándose en las áreas de Creativa y Marketing. Cuenta con un guion de largometraje premiado por el Ministerio de Cultura de Colombia, y que fue llevado a la pantalla grande en 2010. Ha trabajado como guionista y dialoguista en televisión en Venezuela y Miami, en numerosos shows y formatos.

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