MIAMI.- Al entrar el público a la sala, encuentra una escenografía que avizora una catástrofe. Parece una casa, pero podría ser, como es, mucho más, un logrado marco donde todo converge para acoger los fantasmas del presente y el pasado.
MIAMI.- Al entrar el público a la sala, encuentra una escenografía que avizora una catástrofe. Parece una casa, pero podría ser, como es, mucho más, un logrado marco donde todo converge para acoger los fantasmas del presente y el pasado.
El lugar se encuentra en Cuba, donde dos hermanas guardan en una mochila algunas de sus pertenencias, quizás las más preciadas, mientras se preparan para emprender un viaje, que a medida que avanza la obra se sabe que es a Estados Unidos en una embarcación, de manera clandestina y sin tener la certeza de sobrevivir la peligrosa travesía por mar. El miedo, la incertidumbre, son partes de su impaciencia.
El desarrollo del texto de Díaz Souza parece por momentos hacerle guiños al absurdo y a situaciones extremas, algo inusual en su teatro, que tiende a ser sosegado y transparente. Entre diálogo y diálogo surgen episodios sorprendentes, como que una de las hermanas, Laura, quiere cargar con un voluminoso diccionario de sinónimos y antónimos, que Nina rehúsa llevar; que Laura, está embarazada, y que la madre de las mujeres murió accidentalmente en la propia casa que están a punto de abandonar, dejando a su progenitora insepulta.
El juego escénico tiene varios planos, que discurren en distintos tiempos, creando cierta dificultad en la secuencia narrativa, que en ocasiones resultan confusos, pero que no parecen entorpecer el resultado final, aun así van dejando al espectador inquieto. Eso se percibe en el personaje de la vecina, que interpreta Vivian Morales, que se acerca varias veces a la casa porque pasan los días sin ver a las muchachas, ni a su madre. En otro momento dice que cree ver a las mujeres entrando en el auto de un desconocido.
Más tarde las dos mujeres están intranquilas porque el carro que esperan no acaba de llegar a buscarlas. No queda claro si las recogieron o no. Si la respuesta es positiva, entonces se explica la inquietud de la vecina. Si es negativa, deberían estar en la casa con su madre muerta.
Muy acertados los recuerdos infantiles con el juego del cachumbambé, las escenas de la muerte, vestida de blanco, con velos y flores en la cabeza y el continuo manejo de las linternas alcanzando buenos efectos de luces. Estos detalles embellecen la escena y el espectáculo en general.
El desempeño de las actrices Dairín Valdés y María Paula Cruz como las dos hermanas es dinámico, expresivo y convincente. No así su proyección cuando discuten alteradas, las palabras se atropellan y en ocasiones no se les entiende. Tampoco se explica por qué están descalzas si se aprestan a salir de la casa precipitadamente.
El trabajo de Miriam Bermúdez como directora y de su asistente, Juan Carlos Bermejo, consigue atrapar al público, que de nuevo, queda prendado de la escenografía creada por el propio Eddy Díaz Souza, la música casi angelical en la voz de Vanessa Herrera Álvaro, y el movimiento de los actores por la escena como espectros de si mismo y sus temores.
La historia de Bajamar es otro episodio de la realidad cubana contemporánea, donde la ausencia de esperanzas entorpece la vida y hasta provoca que se pierda. Una producción de Carlos Arteaga para Artefactus, que bien festeja los 15 años de la institución.
Presentaciones de viernes a domingo en la sala Artefactus, 12302 SW 133 CT. Miami. Más información y reservaciones en el (786) 704-5715.