MIAMI.- El arte nos conecta con la vida y nos invita a soñar. Paradójicamente, aunque solemos poner el foco en lo que la belleza de la obra y lo que nos hace sentir, pocas veces nos detenemos a considerar todas las vicisitudes que tuvo que atravesar su autor para que hoy podamos disfrutarla. Detrás de cada canción de amor hay varias rupturas amorosas y un himno a la vida solo tiene fuerza una vez que su creador ha experimentado la pérdida. Un tema que ha sido explorado en múltiples ocasiones en el cine —a través de biopics o vidas imaginarias— y que toca un punto sensible para todos aquellos que hemos visto una función teleológica en el arte. Este es el caso de La sombra del sol, la película seleccionada por Venezuela para representar a su país en los Premios de la Academia y las Artes Cinematográficas en 2024.
Ambientada en Acarigua, una pequeña población rural en el interior de Venezuela, La sombra del sol nos cuenta la historia de Leo (Carlos Manuel González), un obrero que lidia con dificultades económicas y que lucha por criar a su hermano menor Alex (Anyelo Lopez), un adolescente sordo. Aparentemente condenados a una vida austera y anónima, su destino dará un giro cuando deciden inscribirse en un concurso musical en la capital. Una pequeña acción que desencadenará una transformación en ambos hermanos y la comunidad en la que hacen vida, haciendo que personajes variopintos —como un cura y un taxista— tengan que salir de su zona de confort y reconectar con su amor por la música.
Dirigida y escrita por Miguel Ferrer, La sombra del sol es una historia mucho más compleja de lo que parece. Durante el desarrollo del guión, Leo y Alex representan un principio de enantiodromia donde ambos se necesitan para avanzar, pero encarnan polaridades difíciles de conciliar. Leo atraviesa una suerte de crisis de la mediana edad en la que todas las áreas de su vida parecen precarias, como un senex malhumorado que entre rezongos y una mirada taciturna esconde una depresión. Alex, en la otra antípoda, es un adolescente tomado por la energía del Puer Aeternus y, a pesar de sus limitaciones, ve al mundo como un lugar enorme para conquistar sus sueños donde la palabra imposible no existe. Leo ve el pueblo como una cárcel en la que pasará el resto de sus días, Alex como una crisálida de la que quiere salir para volar. Esta danza entre pesimismo e inocencia, hace que todos nos podamos identificar con la dupla protagónica reconociendo ambas fuerzas que operan en nuestra alma, transformándose mutuamente al Leo darle voz a las letras de Alex (que gritan por emerger desde lo más profundo de su alma).
Con un guión díptico y una puesta en escena que se mueve entre el dramedy y el coming of age (con un tercer acto al estilo road movie), La sombra del sol no solo pone el foco en la relación filial, también explora las dificultades de vivir en el interior del país (un lugar donde los servicios básicos como agua y luz escasean) y el ingenio que poseen algunos venezolanos para poder darle la vuelta a las complejidades externas que se interponen en la búsqueda de sus sueños. Elementos que, gracias a la dirección de Miguel Ferrer, se incorporan de forma orgánica dentro de la historia y hacen que nunca dudemos de la verosimilitud del universo narrativo que sostiene la historia (algo que parece lógico, pero que en el cine venezolano falla comúnmente). Parte de esta naturalidad se debe a las maravillosas actuaciones de Carlos Manuel González y Anyelo Lopez cuya química en pantalla es insuperable. Juntos funcionan como un corazón que late fuerte y anima el resto de las interacciones del cast que, más allá de hacernos reír por las situaciones en las que se meten, nos dan una pizca de lo heterogénea que puede llegar a ser la vida en un pueblo. Al mismo tiempo, la cinematografía de José Duque (y la utilización de lentes anamórficos) le dan al largometraje una impronta especial que sirve como metáfora de la grandeza a la que aspiran sus protagonistas.
La sombra del sol se siente como una bocanada de aire fresco dentro de la filmografía venezolana. Lejos de las calles violentas o los páramos de postal, Miguel Ferrer logra moverse con soltura entre las vicisitudes que aquejan al país y el corazón resiliente de sus habitantes sin caer en la trampa del panfleto o el optimismo ciego. El resultado es una historia local que se abre al mundo entero al tocar temas arquetípicos como la redención, los vínculos filiales, el rechazo, los prejuicios, el bullying y la búsqueda de sentido e identidad a través del arte. En un momento donde Venezuela —y el mundo— atraviesa una crisis política sumamente compleja, la canción de Leo y Alex inspirará a más de uno a no darse por vencido y seguir luchando por sus sueños.
Lo mejor: la elección de hablar de un tema universal a través de una historia local. La exploración de ciertos temas álgidos de la crisis que experimenta Venezuela sin caer en la queja. La dupla protagónica.
Lo malo: para ser una película en la que la música es tan importante, la banda sonora peca de melosa y va en detrimento de la sutileza e intimidad que la historia va construyendo solo con el discurso visual.
Sobre el autor
Luis Bond es director, guionista, editor y profesor especializado en cátedras de guión, construcción de personajes, dirección, mitología, arquetipos y lenguaje simbólicos. Desde el 2010 se dedica a la crítica de cine en web, radio y publicaciones impresas. Es Tomatometer-approved critic en Rotten Tomatoes (https://www.rottentomatoes.com/critics/luis-bond/movies ), miembro de LEJA y Florida Film Critics Circle. Su formación en cine se ha complementado con estudios en Psicología Analítica profunda y Simbología.
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