Por su parte, el ensayista y narrador Carlos A. Aguilera escribe en la contraportada del volumen: “Pocas veces en el mundo cubano acoplan tan bien lo literario y lo político, y no precisamente porque se levante la historia de uno y otro, sino, más bien, por lo opuesto, por el desvío que construyen, ese modo apátrida donde —por suerte— se hunde la maquinita Cuba”.
“Si Cuba es el grito, el exilio es siempre asordinado”
La sinópsis que aparece en el libro denota que estos artículos, reflexiones y reseñas se encadenen de manera fluida. Loable empeño si se tiene en cuenta que los trabajos aquí recogidos abarcan una amplia etapa en la vida del autor, desde aquellos que publicaba en Cuba —con un seudónimo para evitar las represalias del régimen— hasta los más recientes, pandemia mediante.
Michael H. Miranda juega a estar y no estar en un país, a definir algo que parece no existir, ensayar, probar, acercarse, jugar, como si danzara sobre fragmentos de libros que rescata de olvidos, sobre todo los intencionados. Desempolva momentos puntuales de una historia colectiva en la que el lector puede encontrarse, en contrastes que definen una cubanidad difusa a veces, sacudida, apaleada.
El escritor destaca también “la Cuba perdida de cubanos tristes sin otro consuelo o cosa que hacer que mirar las mismas noticias desde la mañana hasta la noche o esperar una llamada o un dinero”. Cita a Masha Gessen para explicar que “hay generaciones enteras que ni siquiera saben de qué fuimos despojados” y subraya, tajante, que “si Cuba es el grito, el exilio es siempre asordinado”.
“¿No ha sido el exilio para muchos ilegibilidad, desaparición, muerte en vida, suicidio espiritual (si bien también físico para algunos, caso de Arenas, Rosales, Victoria…) para aspirar a un «progreso absoluto» a lo Novalis, un vivir de tal manera que el centro ya no es el mismo y no nos reconocemos en él?”, se pregunta en el texto “Manuel Sosa escribe en sánscrito”.
Pero este no es el libro de la añoranza de Cuba per se, sino el análisis, entre múltiples ángulos, de cómo esa Cuba se desdibuja, se diluye de algún modo en otras realidades, se reescribe y toma diversos caminos, sobre todo el de la ampliación de horizontes: “Si no aprendes a respetar al otro, cargas con tu propia deformación de isla”.
En uno de los textos nos regala una contrastante visión de Miami, que es la Bird Road de la velocidad, donde hay “imperativos” que parecen ocuparlo todo, como gigantescas pancartas que hacen sombra; pero Miranda también encuentra la librería Revistas y Periódicos, un trocito de tienda dentro de un mall y dentro de una ciudad, que sobrevive con sus libros en español. Mira además al Coral Gables de Juan Ramón Jiménez, Lydia Cabrera, Carlos Victoria; de este último cita una precisa sentencia: “el exilio es también una especie de muerte, ya que interrumpe abruptamente la continuidad de la vida”.
El ensayo “Explicarse una sombra” es un conmovedor paisaje sobre Cuba, sobre su padre, la educación de la mentira desde la niñez, las fracturas familiares e ideológicas. Y cómo olvidar aquel cierre que deja el pecho apretado: “Mi padre tenía 16 años en 1959. Fue todo lo que le dejaron ser”.
El autor se permite, porque puede, un decir coloquial que se cruza con el rigor del ensayo más académico. Su análisis es en sí mismo un cuerpo literario que contiene belleza y deleita con la descripción de un poema o una novela. Con salpicaduras de humor, sarcasmo y momentos de directa alusión al lector, logra un tono que hace aún más agradable la lectura, sin ostentar ni lucir conceptos rebuscados.
Asimismo, Cuba diluida contiene un sinnúmero de núcleos temáticos que invitan a profundizar en ellos y a la vez dejan ver, entre anaqueles, el bagaje literario de Miranda, su perspicacia de docente que lanza un anzuelo de intriga entre sus estudiantes.
Tiene muchos momentos conmovedores este libro, sobre todo cuando uno se ve ante el vacío de la historia, la casa del escritor que ya no existe o está despedazada, la anécdota que sobrevive entre comentarios de boca a boca y que ahora se imprime en estas páginas. De ahí que este libro tenga muchas joyas como desperdigadas entre líneas. Es un libro lleno de libros.
Michael Miranda, un hombre en su biblioteca
Cuba diluida es un mapa libresco, palabra que me suena a libertad y a fresco. Miranda respira libros, es las lecturas que ha elegido, el orden de su biblioteca, las librerías que ha visitado y también las que no encuentra en las ciudades de la velocidad.
Ya lo ha dicho varias veces, él es libre o se acerca a la libertad cuando tiene silencio y espacio para leer. Y entre los referentes de la biblioteca que habita en su cabeza describe el mundo y las historias que le rodean. Es consciente de que “al leer un libro ignoramos un millón, se nos caen cientos de las manos”, y recalca que “el último fin del exilio es la construcción de la biblioteca”.
Como cuenta en uno de sus textos, “cuando alguien nos visita, lo único que tengo para mostrar son libros. Pero a nadie le interesa. La sensación de descolocación es total”. Algunos podemos entenderlo.
El autor respondió a algunas preguntas de DIARIO LAS AMÉRICAS en torno a Cuba y su obra.
¿Por qué Cuba diluida?
La idea de una Cuba diluida es la de una Cuba al margen de la página. Ocurre en el texto, por supuesto, pero también fuera de él, donde hay una realidad que apunta a su anulación. Surge a partir de ciertas lecturas de narraciones cubanas de los últimos tiempos donde ya el objeto de lo narrado comienza a ser más difuso, menos atado a un escenario tan fijo como el de una geografía nacional y donde tanto esa geografía como el carácter del ojo y la experiencia de quien viaja comienza a problematizar esa relación, la echa a fajar. Tan cambiante como el estado de un cuerpo enfermo, que puede sanar o empeorar, a propósito del texto que da título al libro.
De este modo, no sólo el exilio sería un paso más en esa opacidad. Y para mí el exilio no es más que la posibilidad de construcción de la biblioteca. La biblioteca es el espacio perfecto para esa disolución. Y lo que es todavía más obvio: me gusta imaginarla así.
Así como Robert Burton decía que escribía sobre la melancolía para ocuparse en evitarla, escribir sobre Cuba podría ser una forma, no sé si la mejor, de evadirla. O de que te evada ella, como esas aguas que se anuncian para el caminante, pero que al aproximarse no existen. Pero si Cuba es apenas una idea, ¿quién va a ignorarla? Si es una verdad, ¿cómo mejorarla? Si un territorio donde descansan nuestros muertos, ¿de qué manera evitarlo?
¿Cuándo saliste de Cuba? ¿Has regresado?
Van a ser ya unos quince años que salí de Cuba. Regresé una vez a reencontrarme con mi padre. Aunque sea por una razón enorme (la falta de libertad que allí reina) o una mínima (mi negativa a pagar permisos a sobreprecio para entrar al país donde nací), no pienso volver por el momento.
Pero también la idea de regresar hay que hacerla más porosa. Adónde se regresa, a qué y a quiénes. Ni Celia Cruz ni Severo Sarduy regresaron nunca y creo que apuntaron a dimensionar de otra manera los retornos. Nos ayudan a configurar una Cuba privada de la que es más difícil salir.
Con las tareas del mundo académico y la investigación, ¿hay aún espacio para la poesía?
Hay espacio. La poesía es mi respiración. Tengo la impresión de que cada vez hay no sólo menos lectores, sino menos gente dispuesta a la inmersión, a entender de qué va ella, sus particulares universos referenciales. La vida nos conduce con agitación al pragmatismo, al consumo de unas ficciones vulgares que exigen bastante poco. La poesía estaría ahí para trocear la realidad, volver la vista atrás e interrogarnos sobre el cómo del lenguaje y sobre nuestra percepción de la experiencia. Todo lo que está fuera de esa ruta me interesa poco.
La segunda parte, Modo avión, tiene textos en tercera persona. ¿Por qué esa distancia?
En el ensayo como en el columnismo es crucial preguntarse quién habla y tal vez no debería importar tanto. La tercera persona es un intento por posicionarme en el lugar del otro, del que lee, aunque también puede ser la del autor que mira las cosas desde una ventana y corre a narrar lo que ve. También tendría que decir que tras tantos años escribiendo, editando, publicando columnas, crónicas y entrevistas, sentía la necesidad de romper ciertos moldes.
¿A quiénes les recomendarías leer este libro?
Tiempo atrás, cuando la lectura de libros no era rara avis, solíamos decir que los libros salen a la busca de sus lectores. Hoy no estoy ya tan seguro. De todos modos confío que encuentre asiento aunque sea entre esos pocos amigos con sensibilidad para quienes fue escrito.
Michael H. Miranda (Cueto, Holguín, Cuba, 1974). Graduado de Periodismo en la Universidad de Oriente, colaboró con Encuentro en la Red y la revista Encuentro de la Cultura Cubana. Fue coordinador en Holguín de la revista Bifronte, censurada y clausurada por las autoridades del régimen. Desde el 2008 reside en Estados Unidos.
Obtuvo un doctorado por la Texas A&M University (College Station, Texas, 2016). Es profesor en la Universidad de Arkansas, Fayetteville.
Miranda tiene publicados los libros En país extraño (2014), Diario de Olympia Heights (Casa Vacía, 2017), y Asilo en Brazos Valley (Bokeh, 2017). Co-dirige la revista electrónica Parva Forma, junto con Pablo de Cuba, Luis Ayarza y Javier Marimón. Ha colaborado más recientemente con Diario de Cuba e Hypermedia Magazine, entre otras publicaciones.
Durante el confinamiento del año 2020, él y su mujer, la periodista y profesora Martha Montejo, realizaron decenas de videos sobre libros para su canal de YouTube.