El humor es una válvula de escape para lidiar con temas que son intolerables para nuestro ego. Nadie quiere verse como un tonto ni tener mala suerte, pero basta que alguien asuma ese rol para que, automáticamente, disfrutemos de todas las desgracias que le suceden. La risa catártica nos sirve al mismo tiempo como un escudo para marcar distancia —de forma inconsciente— con nuestras miserias que somos incapaces de reconocer. Al igual que los personajes de cualquier comedia, nos cuesta muchísimo darnos cuenta de nuestra tozudez, ambiciones sin sentido y lo inadecuados que podemos ser cuando las cosas se salen de control. Es por eso que muchos podremos reírnos y empatizar con el viaje que realizan los protagonistas de The Sticky, la nueva serie de Prime Video donde un grupo de parías intentan realizar un robo absurdo que, lejos de resolver sus problemas, los hace hundir en el caos más y más.
Inspirada —vagamente— en un hecho de la vida real, la serie nos transporta a un pueblito en Quebec donde conocemos a un trío de personajes que atraviesan una mala racha en sus vidas. La primera es Ruth Landry (Margo Martindale) una septuagenaria sumamente hostil que debe lidiar con su esposo en coma mientras defiende a garra su granja del presidente de una asociación corrupta que desea comprarla a precio de gallina flaca. Trabajando para ella está Mike Byrne (Chris Diamantopoulos), un supuesto sicario de tercera clase con ínfulas de grandeza y con una ambición desmedida capaz de hacer cualquier cosa por el dinero. Por último, tenemos a Remy Bouchard (Guillaume Cyr), un guardia de seguridad frustrado y casi cuarentón que vive con sus padres que lo infantilizan. A pesar de sus diferencias en edad y contexto, nuestros protagonistas terminarán uniendo fuerzas para realizar un robo que podría resolver todos los problemas que tienen y cambiarles la vida. Una misión aparentemente sencilla que, en cada episodio, se irá complicando más y más.
Creada por Brian Donovan y Ed Herro (American Housewife, Chuck & Bean) y producida por Jamie Lee Curtis, The Sticky es una comedia ligera que parece un hibrido entre la premisa descabellada de Pain and Gain, personajes excéntricos al mejor estilo de Fargo y un humor negro que recuerda a In Bruges. Sus protagonistas, a pesar de ser moralmente cuestionables, impulsivos, tontos y, por momentos, detestables, son profundamente humanos y un reflejo de los tiempos en los que vivimos (donde algunas personas parecieran estar condenadas al fracaso). Durante el desarrollo de la historia este trío se va ganando nuestra empatía de forma indirecta a través de las vicisitudes que
atraviesan y que nos ayudan a descubrir sus verdaderas motivaciones detrás de su supuesta ambición. Gracias al juego de perspectivas entre protagonistas y antagonistas, los cambios de registro dramático y las complicaciones que van apilándose a cada minuto, The Sticky tiene un ritmo sumamente dinámico y que nos engancha desde el primer momento con su avalancha de conflictos que nos hacen cuestionarnos a cada instante para dónde va la serie. Un tempo narrativo que transcurre con una precisión casi quirúrgica en apenas 6 episodios de un poco más de 20 minutos, haciendo que sea casi imposible no hacer binge watching azuzados siempre por el cliffhanger post-créditos que pone la cereza al pastel del caos al final de cada episodio.
Como toda comedia que se precie, uno de los principales motores de The Sticky es su cast. Margo Martindale nos recuerda al personaje de Frances McDormand en Three Billboards Outside Ebbing, Missouri, el de Chris Diamantopoulos parece sacado de Snatch y Guillaume Cyr es un claro homólogo del policía que encarna Nick Frost en Hot Fuzz. Esta tríada tan heterogénea funciona a la perfección por ser actores con una amplia trayectoria, pero que siempre solemos ver en papeles secundarios (logrando en su rol protagónico inyectarle a la historia un toque de frescura y cercanía). Al mismo tiempo, gracias a las diferencias de edad, temperamento y la forma de acercarse a los conflictos, los tres terminan transformándose en sus peores enemigos mientras tienen que lidiar con todas las adversidades externas que podamos imaginar. Es así como, en el fragor del desarrollo, entendemos cómo a pesar de sus discordancias están trabajando juntos y lo mucho en común que tienen entre ellos aunque no lo puedan reconocer, pasando de ser un grupo de ladrones ineptos a transformarse -a la fuerza- en una familia disfuncional.
Desde la necesidad de salvar a su esposo de Ruth, las ansias de Mike por ser respetado y validado por su familia, pasando por la profunda insatisfacción de un Remy condenado a ser un guardia de poca monta de por vida. Los tres, como un grupo de perdedores, intenta ganar por primera vez en sus vidas sin poder medir las consecuencias reales de su ambición (por considerarse a sí mismos como “invisibles” y darse cuenta en el proceso que no lo son). Progresivamente en cada capítulo vamos descubriendo que ninguno de ellos es “malo”, aunque deben aparentarlo, y entendemos qué los lleva a convertirse en criminales —casi— en contra de su voluntad. Sin ser una apología al delito, los tres están sacrificándose por obtener algo que siempre ha estado más allá de su alcance y que jamás podrán obtener de otra forma por estar “condenados” en el contexto en el que hacen vida. Es así como el golpe de The Sticky se siente como la venganza en contra del “sistema” de un grupo de parias movidos por un profundo resentimiento por no lograr nada en sus vidas. Fantasías que, sin lugar a dudas, todos alguna vez hemos tenido.
Dejando a un lado su humor mordaz y absurdo, The Sticky nos enseña cómo, a veces, la única oportunidad que tienen en la vida los perdedores es apostarlo todo y sacar sus garras en un mundo donde la ley del más fuerte se impone. Al mismo tiempo, entre risas y asombro, nos invita a preguntarnos hasta dónde seríamos capaces de llegar por cuidar a nuestros seres queridos, buscar la redención o intentar salir de un atolladero perenne. Circunstancias en las que todos alguna vez hemos podido o podremos estar y que no siempre nos van a llevar por un buen camino. A pesar de desarrollarse en un pueblito pequeño, vemos cómo la corrupción, la injusticia y cierto determinismo social opera en lo micro y, por ende, en lo macro, validando el famoso refrán de “pueblo pequeño, infierno grande”. Al final, los protagonistas nos dejan una gran pregunta en el aire… ¿podemos estar tranquilos si logramos una salida fácil que resuelve nuestros problemas? La respuesta, aunque no la obtendremos de forma directa salta a la vista: podemos huir del pueblo, nuestros conflictos y pecados, pero jamás de nosotros mismos.
Lo mejor: las actuaciones del trío protagónico y su dinámica como equipo. El desarrollo de los conflictos y las vueltas de tuerca del guion. El humor negro y físico. Las escenas post-créditos de cada episodio y los temas pop en francés.
Lo malo: el último episodio cierra toda la historia a la perfección como si de una mini-serie se tratase, pero el cabo suelto que nos anuncia una segunda temporada se siente poco orgánico.
Sobre el autor
Luis Bond es director, guionista, editor y profesor. Desde el 2010 se dedica a la crítica de cine en web, radio y publicaciones impresas. Es Tomatometer-approved critic en Rotten Tomatoes (https://www.rottentomatoes.com/critics/luis-bond/movies ). Su formación en cine se ha complementado con estudios en Psicología Analítica profunda y Simbología. Es co-host del podcast Axis Mundi donde profundiza en el análisis fílmico, la literatura, la psicología y los lenguaje simbólicos.
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