MIAMI— “Cada época tiene su propia neurosis colectiva. Y cada época precisa su propia psicoterapia para vencerla”, se lee en El hombre en busca de sentido, uno de los diez libros de mayor influencia en Estados Unidos según la Biblioteca del Congreso de Washington. Este desgarrador relato donde la psicología y el Holocausto se encuentran, vio la luz en 1946 y fue un punto de inflexión en la carrera del psiquiatra y neurólogo austríaco Viktor Frankl, conocido por fundar la primera escuela de psicoterapia orientada al sentido de la vida (logoterapia y análisis existencial), también llamada "Tercera Escuela de Psicoterapia de Viena".
Viktor Frankl (1905-1997), de una familia de origen judío, gozaba de amplio reconocimiento en el mundo de la psiquiatría en Viena. Se casó en diciembre de 1941 con Tilly Grosser y la pareja estaba esperando un bebé cuando llegó la orden de deportación a los campos nazis para toda la familia: los ancianos padres de Frankl, él y su esposa (a la que obligaron a abortar la criatura).
Todo ocurrió de forma abrupta. Su hermano fue enviado al campo de Auschwitz, donde murió. Frankl tenía una visa para EEUU pero dejó que se venciera para quedarse junto a sus padres.
Una vez que llegó el momento de ir al campo de concentración, los oficiales nazis destruyeron un manuscrito que él guardaba como única pertenencia. Tras años de penurias, se enteró de que su madre había sido llevada a la cámara de gas en Birkenau en el primer corte de revisiones, y que su padre y su esposa también habían sido asesinados.
“Durante todos esos años de sufrimiento, sintió en su propio ser lo que significaba una existencia desnuda, absolutamente desprovista de todo, salvo de la existencia misma. Él, que todo lo había perdido, que padeció hambre, frío y brutalidades, que tantas veces estuvo a punto de ser ejecutado, pudo reconocer que, pese a todo, la vida es digna de ser vivida y que la libertad interior y la dignidad humana son indestructibles”, explica la editorial Herder, que lanzó una reimpresión del título este año.
Como añade la nota, “en su condición de psiquiatra y prisionero, Frankl reflexiona con palabras de sorprendente esperanza sobre la capacidad humana de trascender las dificultades y descubrir una verdad profunda que nos orienta y da sentido a nuestras vidas. La logoterapia, método psicoterapéutico creado por el propio Frankl, se centra precisamente en el sentido de la existencia y en la búsqueda de ese sentido por parte del hombre, que asume la responsabilidad ante sí mismo, ante los demás y ante la vida”.
El hombre en busca de sentido es, pues, “mucho más que el testimonio de un psiquiatra sobre los hechos y los acontecimientos vividos en un campo de concentración, es una lección existencial. Traducido a medio centenar de idiomas, se han vendido millones de ejemplares en todo el mundo”. De hecho, en ocasiones este título suele integrar las listas de los libros de pensamiento más vendidos en algunos países, a 76 años de su publicación original.
Como indica la página web dedicada al psiquiatra, la logoterapia parte de la palabra griega "logos" (sentido). El logoterapeuta no intenta persuadir a una persona mediante un razonamiento lógico; más bien, le ayuda a detectar su sentido específico e individual.
Logoterapia y sentido de la vida
Tras pasar por cuatro campamentos nazis, el 27 de abril de 1945 fue liberado. Se dio a la tarea de redactar Psicoanálisis y existencialismo, un libro que había pensado durante los años de encierro. Después llegó, como un dictado imperioso, este libro donde describió los horrores que había vivido, usando la mirada clínica como una forma de dar sentido al calvario que experimentó.
El libro, que salió en 1946 con el título Un psicólogo en un campo de concentración, tuvo un modesto impacto hasta su edición en inglés en 1961 por Beacon Press, como Man's Search for Meaning, que tuvo una enorme acogida por parte de los lectores. A partir de ahí su alcance se dinamitó hasta convertirse en un clásico, no solo de la psicología, sino de la condición humana.
Como recoge en el prefacio de esta edición el profesor José Benigno Freire, este libro “merece inscribirse entre las obras cumbre del patrimonio intelectual de la humanidad: por la profundidad de sus intuiciones psicológicas, pero también por la belleza de su prosa; y también por ese amable humanismo que retrata con claridad la capacidad de grandeza y de miseria que anida en el interior del hombre, convirtiéndose en un canto esplendoroso a la libertad”.
Y añade: “Por la mesura de sus juicios y la sutileza de su pluma, Frankl consigue infundir ganas de vivir al contar la bestialidad humana de la vida en el Lager [campamento]”.
Los planteamientos en torno a la logoterapia y el análisis existencial, que Frankl ya había comenzado a formular antes del Holocausto, se cuajaron aquí de un modo rotundo, de forma que logró explicar cómo se puede dar con el sentido de la vida incluso cuando media un pesar extremo.
El psiquiatra describe en este libro las etapas psicológicas del prisionero en los campos nazis. Una de ellas es una especie de “muerte emocional”, como un embotamiento de la capacidad de sentir. Así, los presos podían mirar impávidos cómo los guardias golpeaban a otro recluso delante de ellos, o cómo a uno le arrancaban con una pinza los dedos de los pies, gangrenados tras la congelación por los trabajos forzados.
Destaca un episodio relacionado con este tema. Frankl estaba en el campamento ayudando a los enfermos de tifus que morían como moscas. Tras mover a los muertos a una esquina, los judíos recibían la escasa sopa del día. Frankl lo vio así: “Miraba por la ventana mientras cogía con las manos frías el cuenco de sopa caliente, que engullía con avidez. El cadáver parecía observarme con sus ojos vidriosos. Dos horas antes había estado hablando con él. Seguí sorbiendo mi sopa. Si la falta de emoción no hubiese despertado mi interés profesional, ahora no recordaría el incidente”.
El autor logra describir con agudeza la apatía y la sensación de que ya no importa nada, resultado de tanto tiempo de castigo y represión en los campos. Era tan grande el calvario que “los escasos «placeres» de la vida del campo no constituían sino una especie de felicidad negativa —«la ausencia de dolor», en expresión de Schopenhauer—, por tanto, eran una alegría relativa”. Es así que, “influido por un entorno que no reconocía la vida y la dignidad humanas, que despojaba al hombre de voluntad y lo reducía a «carne de exterminio», la persona acababa por perder sus principios morales”.
En un momento del libro, Frankl cita al escritor Fiódor Dostoyevski para ilustrar una idea recurrente durante los años de reclusión. “Solo temo una cosa: no ser digno de mis sufrimientos”. Ver el dolor y la muerte de otros en el campo de concentración le demostraba que “el reducto íntimo de la libertad nunca se pierde” y que, justamente “esa libertad interior, que nadie puede arrebatar, confiere a la vida intención y sentido”.
Frases como las anteriores abundan en este pequeño pero conmovedor libro, con una lección universal que trasciende las épocas: “las circunstancias excepcionalmente adversas otorgan al hombre la oportunidad de crecer espiritualmente más allá de sí mismo”. Frases como las anteriores abundan en este pequeño pero conmovedor libro, con una lección universal que trasciende las épocas: “las circunstancias excepcionalmente adversas otorgan al hombre la oportunidad de crecer espiritualmente más allá de sí mismo”.
Sin lugar a dudas, El hombre en busca de sentido revela cómo la historia dio a conocer, en un capítulo tan terrible, la naturaleza humana. “¿Qué es, en realidad, el hombre?”, pregunta Frankl. “Es el ser que siempre decide lo que es. Es quien ha inventado las cámaras de gas, pero también el que ha entrado en ellas con paso firme, musitando una oración”.