sábado 26  de  abril 2025
DE PELÍCULA

El caso más difícil de Sherlock Holmes

Holmes está retirado criando abejas en su casa de campo de Essex. Roger (Milo Parker), el hijo de su criada Mrs. Munro (Laura Linney) ve al anciano como el padre que le falta, no como el famoso detective de quien todos quisieran tener un autógrafo. A todas estas, tiene muy en cuenta que ese señor es, ni más ni menos, Sherlock Holmes

Por JOSÉ ANTONIO ÉVORA

Ya se puede ver en DVD con subtítulos en español Mr. Holmes, la coproducción Gran Bretaña-EEUU en la que el detective de Arthur Conan Doyle llega a los 93 años, tratando de recordar con mucha dificultad los detalles de su último caso.

Estamos tan acostumbrados a la satisfacción inmediata que si una película no nos atrapa en los primeros minutos ya empieza a disgustarnos. Aun si usted piensa así, que lo que más falla no es la memoria de Holmes, sino el gancho de la historia, espere un poco y déjese atrapar. Al final, va a agradecerlo.

Holmes está retirado criando abejas en su casa de campo de Essex. Roger (Milo Parker), el hijo de su criada Mrs. Munro (Laura Linney) ve al anciano como el padre que le falta, no como el famoso detective de quien todos quisieran tener un autógrafo. A todas estas, tiene muy en cuenta que ese señor es, ni más ni menos, Sherlock Holmes.

Es 1947 y Holmes acaba de llegar de Hiroshima, adonde fue en busca de una jalea de fresno que regenera la memoria. Quiere escribir el testimonio de su último caso, no como lo contó Watson, sino como fue de verdad, pero ha avanzado poco porque los recuerdos se le escapan. En su ausencia, el niño revisó los manuscritos y le demuestra que tiene madera de investigador. Holmes no quiere admitirlo, pero lo necesita. De ahí en adelante se desarrolla entre ambos una relación que va a cambiar, más vale tarde que nunca, la vida del detective.

No sé si fue por desmedido respeto a la novela original de Mitch Cullin A Slight Trick of the Mind (Una ligera trampa de la memoria, 2005), en la que está basada la película, pero el director, Bill Condon, hizo mal en echar en el saco del cine detalles de las subtramas que cabían cómodamente en el saco de la literatura y hubiese convenido adaptar a un relato contado con imágenes, no con palabras. Lo peor que puede pasar en cine es que uno advierta, sentado ahí en la luneta, que el director conocía demasiado bien la historia y se dio el lujo de contarla sin reparar en la ignorancia del espectador. Aunque parezca un contrasentido, es posible abrumar por defecto.

Sin embargo, no cuesta mucho trabajo advertir también que la presencia del libro en la película deja un saldo positivo. Con el culto a la acción por la acción, se olvida a veces cuánto disfrutamos los buenos diálogos en un filme, y aquí, evidentemente, vienen de la novela. El doctor visita a Holmes a raíz de su viaje a Hiroshima y le pregunta si trajo la jalea en la cual confía para reanimar su memoria. Holmes salta antes de que venga la estocada: no se preocupe, no va a interferir con ningún medicamento prescrito por usted. El médico le previene: pudiera tener efectos secundarios. ¿Cómo cuál?, pregunta el anciano. Como la esperanza, dice el doctor sin inmutarse.

Un hombre cuyo principal rol en la vida dependía de su excelente memoria, no sólo pierde recuerdos cuando olvida, pierde también su identidad.  La representación de ese conflicto está asegurada porque Sir Ian McKellen es un gran actor, y cada gesto suyo evoca no sólo el temor a no poder escribir el relato del caso que le ocupa, sino el miedo visceral a dejar de ser.  Recuerden a McKellen por su gigante Gandalf en la serie de El Señor de los Anillos y Hobbit, como Magneto en X-Men y como Sir Leigh Teabing en El Código Da Vinci. Ahora pareciera que hizo todos esos personajes preparándose para desmitificar al detective que, en contra de “las descripciones de Watson”, no usaba pipa ni sombrero.

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