Ésta ha sido sin duda una semana triste para la histórica relación de hermandad entre los pueblos de España y Venezuela. El odio y el sectarismo que han marcado la actividad política de los líderes chavistas Nicolás Maduro y Diosdado Cabello se han enfocado ahora hacia Madrid.
El argumento de que un Parlamento no puede manifestarse sobre lo que ocurre en otro país es algo tan infantil como contradictorio, ya que la Asamblea Nacional y los diputados chavistas han declarado cuando les ha parecido sobre asuntos que han tenido lugar más allá de sus fronteras. En el Congreso de los Diputados español, los dos grupos mayoritarios aprobaron un texto en el que entre otras cosas se pedía la liberación de los presos políticos, Leopoldo López y Antonio Ledezma, pero también hubo partidos que se manifestaron en contra, como es lógico en una democracia que funciona. Cuando Maduro y Diosdado insultan la declaración del Parlamento español, no están arremetiendo contra el Gobierno de Rajoy, están insultando a todos los españoles pues es en esta cámara donde reside la soberanía nacional. Los diputados no son otra cosa que representantes de los ciudadanos.
Otra contradicción es denigrar al expresidente español Felipe González por el mero hecho de querer colaborar con las defensas de López y Ledezma, de manera gratuita sin ninguna remuneración, algo que está contemplado en la ley venezolana. En este caso, tampoco es muy creíble que se quiera situar a González en una conspiración derechista, siendo como es un ícono de la socialdemocracia europea.
Lástima que los intereses económicos de las empresas españolas en Venezuela provoquen respuestas tibias de Mariano Rajoy y su ministro de Exteriores. España debería ejercer sin complejos un liderazgo moral contra los políticos chavistas que han secuestrado la democracia.