En español hay miles de formas de referirse a la bofetada. Van desde el soplamacos hasta el guantazo, pasando por la torta, tortita, o tortazo. Todas aluden al golpeo con la mano contra la cara de algún oponente. No tiene el sopapo la intención de herir al contrincante, sino que responde al noble propósito de advertirle de las fatales consecuencias de no deponer su actitud.
En el sopapo hay un receptor y un emisor. Cuando ambos coinciden en la misma persona, estamos ante un perfecto idiota. No se ha escrito lo suficiente sobre las buenas maneras de las pugnas, pero desde antaño un caballero debe saber recibir un guantazo con estilo, misión casi tan importante como saber propinarlo.
En el acto de recibirlo es importante oponer resistencia en la cara. Un hombre de bien recibe un buen bofetón sin hacer demasiado ostensible el drama. Nadie ha muerto de un guantazo, que haya podido documentarse, así que una cierta rigidez en la cara, el cuello y la mirada, son normas de exquisito gusto. Desde que los futbolistas exageran las faltas, por contagio, muchas personas ruedan por el suelo y aúllan al recibir un sopapo. No hay nada más ridículo que exagerar el golpe.
Conviene aclarar que el sopapo que nos ocupa no forma parte de ninguna pelea, si no, que es aislado y carece de consecuencias médicas. El mayor dolor de la bofetada es el orgullo, salvo que el guantazo esté mal dado. Colocar mal la mano o atizar por ahí a tontas y a locas tiene dramáticas consecuencias para la convivencia, y sitúa al sujeto emisor ante el grave riesgo de lastimar en exceso al receptor y desencadenar una reyerta, nunca deseable y siempre reñida con la buena educación.
Propinar una bofetada es una sensación muy placentera. Es importante tener delimitado el objetivo y, si es posible, las razones. Casi siempre hay alguna razón para sacudirle un guantazo a alguien. Y en todo caso, si eres de mente ágil, siempre puedes dar el tortazo primero y después con calma pensar las razones.
Para que el bofetón sea reglamentario hay que darlo con la mano bien abierta. De lo contrario puede producirse el golpe de nudillos, mucho más doloroso para ambos. La mano debe situarse a la altura de la cara del golpeado, y el movimiento ha de ser veloz pero armónico. Una oscilación con la palma abierta y a gran velocidad suele ser suficiente. Si en el golpe se escucha un sonido diferente a "plas" puedes estar seguro de que algo ha salido mal y, tal vez, alguien esté a punto de romperte la cara.
Al seleccionar la víctima de una torta siempre hay que evitar el factor de improvisación. A menudo recibe la bofetada una tercera persona que cometió la imprudencia de asomarse al sitio menos adecuado y en el momento menos oportuno. Esto suele desencadenar grandes peleas y, aunque puede parecer divertido, es sinónimo de problemático. Si usted es receptor de una bofetada ajena que llevaba otro destinatario, el protocolo firmado en el Manual del Buen Golpear establece que hay que devolverla de inmediato.
La bofetada es un bien cultural universal, un ejercicio de estilo y una forma de evitar conflictos más serios. Muchas de las disputas enconadas en el fango político podrían resolverse de forma más eficaz si todo el mundo hiciera un esfuerzo sincero por dar y recibir bofetadas.
La bofetada que más ha exprimido el cine es la que ella le propina a él, por cualquier inconveniencia del varón; y sin embargo hay muchas más. Hay un mundo aún por descubrir detrás de todo guantazo, y quizá haya llegado el momento de citarnos para atizarnos unos a otros, y rendir tributo a ese acto de liberación y libertad que es ir por ahí dando bofetones al prójimo.