domingo 17  de  marzo 2024
Miami-Dade

Georgette Madison: "Estuve sin hogar y ahora ayudo a otras mujeres a rehacer sus vidas"

Georgette es ahora gerente de operaciones en Lotus House, el refugio donde logró rehacer su vida y, como la flor de loto, levantarse en medio del pantano
Diario las Américas | GRETHEL DELGADO
Por GRETHEL DELGADO

MIAMI.- Georgette Madison tiene 32 años y desde que tenía 13 vive en Overtown. Allí se mudó su familia desde Little Haiti, y como todos los cambios, parecía que las cosas iban a cambiar para bien. Al menos así lo creyeron sus hermanos y su madre. Era 1999.

Sin embargo, los conflictos familiares hicieron la convivencia insostenible y pronto se vio en la calle con su pequeña hija. Ese sería el comienzo de un camino doloroso y con no pocas lecciones de vida para Georgette, que ahora es gerente de operaciones en Lotus House, el refugio donde logró rehacer su vida y, como la flor de loto, levantarse en medio del pantano.

“Los problemas enseñan”

“Nací el 22 de agosto de 1986. Mi madre nació en Miami y mi padre en Mississippi; de hecho fue adoptado, pero conocía a su madre biológica y a sus hermanas. No conozco mucho sobre la historia de mi familia. Fui separada de mi madre cuando tenía tres meses de edad. Ella nos entregó a un refugio para niños. Éramos cinco hermanos: mi hermano gemelo, una hermana mayor y otros dos hermanos”, contó Georgette.

Supo desde pequeña lo que era vivir en un albergue. Pero aunque no contó con el calor familiar que necesitaba, varias personas estuvieron a su lado.

“Los problemas enseñan, ayudan a crecer. Varias personas me enseñaron muchas cosas, y recibí muchas lecciones de mi medio hermana, la hija mayor de mi padre con otra esposa, que vino desde California para ocuparse de nosotros. Ella tenía veintitantos, era muy joven. Hizo un gran sacrificio para venir a cuidarnos. Mi hermana Sarah también me ayudó mucho, y aunque a veces no la escuchaba, no atendía a sus consejos, ahora me doy cuenta de que eran buenos”, rememoró.

No fue hasta los 13 años que “mi madre se acordó de que lo era y nos llevó a vivir con ella”, contó Madison. “Me fui a vivir con mi madre permanentemente en 1999. Ella tuvo que ir a un programa de desintoxicación porque tenía una larga adicción a las drogas, y luego pudo sacarnos del refugio para niños y llevarnos a vivir con ella. No fue bueno, tampoco fue malo, simplemente no fue lo más productivo, no era un apoyo real, sólido, ella estaba ahí pero yo sentía que estaba en un refugio más. No sé por qué mi madre se mudó a Overtown. Al principio no me gustaba, no me sentía bien en la escuela. Pero a pesar de todo, aprendí de ella, aunque intentaba que yo conectara con la iglesia, pero a mí no me interesaba mucho”, admitió.

“Mi madre solía decirme que no me podía dar amor o educación, porque ella no había recibido eso, no lo tenía”, explicó Madison, quien guarda con especial cariño algunos recuerdos de su infancia, de los juegos en el barrio con sus hermanos. “De niños solíamos construir casas en los árboles. Nos subíamos ahí mis hermanos y yo, hacíamos la escalera, las sillas. También jugaba al fútbol”, dijo.

En esos años de adolescencia, Georgette añadió que “sentía que vivía por inercia, solo existía. Intentaba encontrarme a mí misma, no tenía una estructura de vida, no tenía un propósito. Aunque ya tenía a mi hija, me faltaba un propósito”.

“Tuve a Alana con 21 años. No lo planeé, pero fue una bendición, si no hubiera tenido a mi hija quizás todavía estuviera preguntándome cómo salir de todo eso. El padre fue arrestado poco después de que Alana naciera, estuvo en prisión cerca de 8 años. Pero nunca existió una relación con nuestra hija. Quizás la ha visto unas dos veces. Eso es todo. Lo que me preocupa es trabajar para ser una mejor madre. No guardo resentimiento ni odio, no vale la pena”, enfatizó.

Con los años, Georgette se vio en medio de conflictos familiares.

“Algo pasaba con mi hermano, había problemas, le ofrecimos ayuda, pero a veces se molestaba mucho, me lanzaba cosas, y yo no quería arriesgar nada, estaba lista para salir de ahí. Ahí vivíamos mi madre, mi hermano, mi hija y yo”, explicó Madison.

Las peleas con personas de su propia sangre le dieron fuerzas para agarrar a su pequeña hija e irse a la calle.

“Solo sabía que tenía que hacer algo distinto y convertirme en otra persona. Mi madre estaba tratando de sacarnos de la casa y yo no estaba lista. Pero con el paso de los años, cuando me fui, no estaba llorando, no tenía miedo. Estaba lista. Solo traté de ser lo mejor que podía. Lo único que tenía seguro es que no regresaría a mi casa”, afirmó.

Después de verse sola y sin un techo, con la responsabilidad de darle un sustento a su hija, llegó al refugio de mujeres Lotus House en enero de 2013, gracias a recomendaciones que le habían hecho en la iglesia y en Camillus House.

“No tenía las herramientas para salir, para sobrevivir, no tenía un historial de trabajo. Me estuve quedando en casas de amistades, hasta que me hablaron de Lotus House”, dijo.

Entonces comprendió lo frágil que puede ser una persona cuando no tiene las herramientas para recomenzar su vida, y en el refugio para mujeres aprendería que su caso no era aislado.

“Muchas veces las personas tienen una idea errada de lo que es ser una persona sin hogar, y no se dan cuenta de lo cerca que todos estamos de la calle. No todos tienen problemas con drogas, o han sufrido casos de violencia doméstica. Puede ser el resultado de muchas cosas: puedes perder tu casa, quizás tienes 7 hijos y no puedes pagar todo, quizás te quedaste sin trabajo, tal vez alguien va a la cárcel y la familia pierde el apoyo, o alguien se enferma y no hay forma de pagar las cuentas”, comentó Georgette.

Lotus House

Madison llegó al refugio Lotus House en enero de 2013. Esta entidad, creada en 2006 como parte de Sundari Foundation, Inc., brinda alojamiento, comida y educación a mujeres que se han quedado sin hogar. Ubicado en Overtown, el refugio alberga a unas 600 mujeres anualmente, y además cuenta con servicios de peluquería, masajes, clases de danza y yoga, talleres artísticos, entre otras actividades.

Allí encontró un hogar y a Monyia, a quien considera un modelo de madre.

“Mi colega en el trabajo, Monyia, es un ejemplo de madre para mí. Ella tiene similitudes con mi madre, pero es un modelo para mí. Si la relación con mi madre hubiera sido mejor, habría sido como la relación que tengo ahora con Monyia”, explicó.

Una de las ventajas que tuvo Georgette en el refugio fue contar con el apoyo del personal en la educación de su hija Alana, a quien le entrega todo el afecto posible.

Embed

“Respeto la relación que tuve con mi madre, pero no quiero algo así entre mi hija y yo. Mi relación con mi hija es muy estrecha, diferente a lo que tenía con mi madre. Tengo que trabajar para estar presente en cada momento de su vida, apoyarla”, dijo. “Alana es mi mayor inspiración. Ella es un ser humano maravilloso, y tengo que ser mejor para ella. En Lotus House ella es la hermana mayor de los niños. Tiene voluntad de ayudar, le gusta, siempre dice que sí a actividades voluntarias”, agregó Georgette.

Tras un año de estancia en el refugio, tiempo en el que fortaleció su confianza, falleció su madre y limó algunas asperezas del pasado, estaba lista para salir al mundo, otra vez. Pero ahora ya no iría a la calle. Tenía un trabajo y un sitio donde vivir como madre soltera.

“Mi madre murió el 18 de diciembre de 2013, dos días antes de que firmara el contrato de renta del apartamento al que me fui cuando salí de Lotus House. Mi padre murió en 2014, después de luchar con el Alzheimer y problemas pulmonares. Mi relación con mi padre fue muy cercana, aunque no vivimos juntos. Tengo recuerdos, guardo un álbum de fotos que él hizo. Tengo sus cenizas en mi habitación”, recordó Madison.

Georgette vive con Alana en un apartamento subsidiado parcialmente por el Gobierno, y trabaja como gerente de operaciones en el mismo refugio donde vivió hace cinco años. Cuando llegan a la puerta mujeres con niños en brazos, Georgette no puede evitar ver en ellos a sí misma con su hija el día en que entró por primera vez a ese centro.

“Trato de influenciar a las mujeres del refugio para que tengan una mayor perspectiva de la vida. Tienes que ver algo más grande que tu realidad, encontrar un propósito. Por eso me siento feliz al haber estado en el refugio; a veces pasan cosas negativas que te ayudan a darte cuenta de que tienes que cambiar. Quizás ahora seguiría en casa de mi madre sin hacer algo con mi vida. Cambias la manera de pensar y tu actitud cambia, cambias tu actitud y cambia el resultado”, comentó.

Overtown

Vivir y trabajar en Overtown le ha hecho entender las peculiaridades de una barriada cuyos inicios se enlazan con la incorporación de Miami como ciudad, en 1896, con el apoyo del voto de los afroamericanos. Georgette describe la zona como "complicada, con violencia y drogas y eso. Pero no es todo malo", asegura.

“Overtown era un barrio muy prominente, con celebridades, mucha actividad, era una meca del entretenimiento, había muchos negocios. Creo que en un punto fue infestado con drogas. Ahora quizás lo que muchos ven es lo que ha quedado de todo eso, el problema de las drogas: cocaína, crack, heroína. Y eso le da una sombra de negatividad a la zona. Pero hay muchas personas que se esfuerzan para quitar esa marca de Overtown. Su historia, su base, es el arte y el entretenimiento. Hay mucho por hacer en Overtown, hay que solucionar el tema de la vivienda, pero hay esperanza. Sí, hay drogas, violencia, pero eso no es todo. Hay que mirar la historia, lo que ha pasado, la gentrificación, cómo se fueron cambiando los terrenos, cómo movieron a la comunidad afroamericana a un área menor”, explicó.

“También siento que hay que mejorar los programas educativos. Los niños pasan mucho tiempo en la escuela, pero vienen de muchos sitios, de diferentes historias familiares, y no solo necesitan exámenes tras exámenes, sino un programa realmente educativo, de aprendizaje emocional, para que forjen su carácter, tengan ambiciones. Por eso a muchos niños no les gusta la escuela, necesitan retos, motivaciones”, añadió Georgette.

Un refugio, una esperanza

Ahora su hija Alana, de 11 años, la acompaña en algunas labores del refugio para mujeres. Aprende, casi a la misma la edad en la que Georgette comenzaba a sentir el peso de la violencia familiar, a valorar el trabajo y fortalecer los lazos afectivos con su madre.

“Mi trabajo tiene que ser el servicio, siempre. No me veo haciendo otra cosa. Me gusta ayudar a la comunidad, a mujeres sin casa. Estuve sin hogar y ahora ayudo a otras mujeres a rehacer sus vidas. No podría estar solamente en el teléfono, frente a una computadora. Me gusta hablar con las personas. Cuando te comunicas, conoces mejor a las personas, la verdad sale a flote. Eso lo aprendí en Lotus House”, dijo, al recordar algunas de las herramientas que recibió mientras vivía en el refugio.

“Algunas personas solo necesitan atención, que las escuchen, que las apoyen. A veces las mujeres en el refugio son tímidas y les digo que merecen atención, que merecen un masaje, que son fuertes, bellas, que valen mucho. No sé lo que han hecho, no me interesa su pasado, sino el presente y lo que harán a partir de ahora. Cuando me dan las gracias me siento muy feliz”, añadió.

“Mi proyecto, mi sueño es crear un puesto de jugos naturales para entregarlos a quienes viven en las calles. Quiero ver sus reacciones, darles algo refrescante. Quiero ver a la gente feliz. Porque les entregan comida, refrescos, pero hasta ahora no he visto que les lleven jugos naturales. Tengo que hacerlo antes de que muera. Ese es mi objetivo”, comentó.

Cuando las mujeres del refugio le preguntan cómo logró rehacer su vida, Georgette les transmite lo que aprendió.

“Hay que ser agradecido por todo, por la vida, tener una actitud positiva. Encuentra algo bueno, busca lo positivo en cada cosa. Yo he pasado por muchos problemas, pero elegí no ser negativa, y todos podemos ser negativos; se trata de cambiar esa actitud. Uno elige ser una u otra persona”, concluyó.

¡Recibe las últimas noticias en tus propias manos!

Descarga LA APP

Deja tu comentario

Te puede interesar