viernes 22  de  marzo 2024
Brigada 2506

La vida de un joven cubano transformada por el fusilamiento de su padre

José "Pepe" Hernández recuerda el hogar donde creció, en el que le inculcaron la caridad y la fe religiosa, y rememora un suceso que 61 años después le quiebra el sentimiento
Por DANIEL CASTROPÉ

MIAMI.- José ‘Pepe’ Hernández mantiene viva en su memoria la imagen de una Cuba próspera, con problemas como cualquier otro país, pero sin esa gran pobreza de hoy, sinónimo de maldición, que se ha afincado en cada rincón de “la tierra más hermosa que ojos humanos hayan visto”, parafraseando al almirante Cristóbal Colón.

Sus primeros recuerdos lo conducen al reparto Kholy, en La Habana, cerca al río Almendares. Jugaba pelota con sus amigos de la cuadra en el parque japonés y frecuentaba la casa de Eligio Sardiñas Montalvo, nombre que por sí solo no dice nada sino le agregamos el apodo ‘Kid Chocolate’, uno de los más importantes boxeadores en la historia de ese deporte en la isla caribeña y también del mundo.

Considera que vivía como un cubano de clase media. Asistía al colegio Isolina Díaz, en donde estudió la primaria. Esperaba los viernes con fervor porque tenía lugar la ceremonia de saludo a la bandera y se cantaba el himno nacional. Después se realizaba un acto en el que los estudiantes recitaban poesías, incluyendo al niño José.

Era una época de apogeo económico en Cuba. Había grandes industrias y negocios a lo largo y ancho de la nación insular. Sin embargo, como lo rememora Hernández, existían problemas políticos que se hicieron más agudos en los inicios de la década de 1950.

Sus padres y familia

Su padre era militar. Un hombre “recto y honesto”. No permanecía mucho tiempo en casa porque tenía que trabajar fuera de La Habana, pero regresaba al calor de hogar los fines de semana para ver a su esposa, a su hijo y a sus dos hijas.

Una anécdota que no olvida ‘Pepe’, ocurrió cuando tenía 10 u 11 años. En el patio de casa había un árbol de mamoncillo. El coronel Hernández le dio la “tarea” de cuidarle un “racimo bellísimo” para cuando volviera la semana siguiente. Falló en la misión. Lloró, pataleó. La falta le ocasionó un fuerte regaño y aprendió que no podía fiarse de nadie, incluso de algunos vecinos que aprovecharon la oscuridad de la noche para apropiarse del gajo de mamoncillos que con tanto esmero había cuidado para su padre.

Cuando el coronel volvía a casa, iban juntos a ver pelota o la familia se reunía a almorzar en casa de uno de los abuelos. Jugaba hasta entrada la noche con sus primos. Nada perturbaba su felicidad. Está seguro de que esos fueron los momentos más hermosos de su vida.

Por otro lado, su madre era una persona muy humilde, pero alguien con un sentido “extraordinario de la caridad”. Ayudaba a personas que llegaban al barrio desde otras áreas de la capital cubana; gente que buscaban ropa o zapatos usados. Cubanos que no tenían que hacer largas colas bajo el inclemente sol del Caribe para conseguir un poco de arroz y frijoles. Había entonces una “pobreza moderada”.

Cuando su madre quería que los hijos hicieran algo de inmediato, mencionaba al coronel Hernández y todo se hacía en un santiamén. ‘Pepe’ no recuerda que su madre haya llamado alguna vez por el nombre a su padre. Cuando se dirigía a él, “siempre le decía: ‘Hernández’”.

A punto de ser sacerdote

Comenzó el bachillerato con alrededor de 14 años. “Era bastante religioso”. Se enroló en la Juventud Estudiantil Católica (JEC) y a los 16 años asumió el cargo de secretario nacional de esa organización. Desde entonces, el joven Hernández se interesó por la situación política.

En 1952 tuvo lugar el golpe de Estado de Fulgencio Batista. La juventud en Cuba “estaba extraordinariamente vinculada a la situación social y política”. Muchos de los pasajes más duros en la isla se han solucionado gracias a la participación “muy importante de la juventud”, como lo cree Hernández.

Muy joven comenzó a ver las dificultades de la vida. Su madre influyó mucho en su fe cristiana y por el lado de la familia de su padre un primo suyo se había convertido en cura por esos días.

Estuvo aspirando a ser sacerdote por dos años, entre los 16 y los 18 años, y aunque su padre nunca se lo dijo directamente, el militar se oponía a que diera ese paso. Por el contrario, lo alentaba a que ingresara a la Academia Naval.

Como una forma de hacerlo cambiar de idea, el coronel Hernández se puso de acuerdo con su chofer y algunos amigos del joven para que lo llevaran a una casa de prostitución. Les había dado dinero. Sin embargo, el muchacho de entonces no cayó “en la tentación”, pero finalmente dejó a un lado el deseo de dedicar su vida a los asuntos religiosos.

Un dolor muy fuerte

En enero de 1959 Fidel Castro llega al poder. Ya ‘Pepe’ estudiaba en la Universidad de La Habana. Su padre, aunque era militar, no estaba en la lucha en contra de los que llamaban “rebeldes”. El coronel era director de la Academia Militar de Cuba.

Castro comenzó a fusilar a un montón de militares. En los primeros meses, el coronel Hernández “no tiene ningún problema” porque cuando dejó su posición en Santa Clara, [Ernesto] el Che Guevara le había dado un salvoconducto y se había mantenido dentro de las Fuerzas Armadas, “sin haber sido perseguido”.

Pero en abril de 1959, las cosas cambiarían radicalmente. El coronel, que no tenía nada que ver con un caso judicial, es llamado a declarar en contra de un compañero al que se le estaban siguiendo juicio en Placetas, Las Villas. El militar no accede a las presiones. El joven ‘Pepe’ estaba entre los espectadores. Sorpresivamente, un fiscal pide una sentencia de 10 años contra el coronel Hernández, que a la postre ascendió a 30 años.

Muy temprano, ‘Pepe’ se dirige a La Cabaña, lugar comandado por el Che Guevara, en donde se realizaron centenares de fusilamientos, para hacerle caer en cuenta de que su padre tenía un salvoconducto firmado por él mismo.

Todo fue en vano. Un asistente del Che le comunicó, sin dolor alguno, que el coronel Hernández acababa de ser fusilado.

En este momento del relato, 61 años más tarde, José ‘Pepe’ Hernández narra su vivencia mientras muestra unos ojos vidriosos, las palabras parecen agolparse en su garganta y un torrente de lágrimas cae al suelo de la sede de la Brigada 2506 en Miami, lugar de la entrevista.

Ese mismo día, el joven decidió tomar justicia no solo por su padre, sino también por “todos estos mártires" (señala decenas de fotografías en las paredes de la Brigada) que han muerto por regresarle la libertad a Cuba.

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@danielcastrope

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