La semana pasada ocupé el espacio de esta columna para quejarme amargamente por algunos defectos que –en mi opinión- se están enquistando en el sistema de educación pública infantil de Miami-Dade. Hacía referencia a la dura exigencia de los maestros combinada por una falta evidente de humanidad, el exceso de deberes y las obsesiones por las estadísticas de excelencia y las altas calificaciones. Denunciaba lo importante que es para los niños y su posterior desarrollo disfrutar de los amigos, de los juegos, del deporte, de los sueños, de la cultura y de la realidad que nos rodea, alrededor de los libros de texto.
Alguna tecla sensible debí tocar porque me han escrito varias madres felicitándome al mismo tiempo que me aseguraban que están totalmente de acuerdo con lo que planteaba. Me alegra haber sido la voz de muchos padres y madres que han sufrido en algún momento y han tenido dudas sobre la educación de sus hijos.
Yo sigo en mis trece de que los pequeños sean felices contra viento y marea buscando maneras de compartir tiempo para disfrutar con ellos. Este mes de diciembre tenemos una oportunidad única de reconectar infancias gracias al estreno de una nueva película de la saga de Star Wars o La guerra de las Galaxias, como la conocí de niño en un cine madrileño de la calle Fuencarral.
Debido a mi insistencia, mi padre me llevó a ver la primera película de la serie en 1977. Tras sobornar a la taquillera que al principio aseguraba que no quedaban entradas y tras recibir cien de las pesetas de entonces recordó que tenías dos en un cajón, nos acomodamos en las duras butacas de madera del Roxy B. Disfruté como un niño (como no podía ser menos) de la fantástica aventura con el único inconveniente de la contaminación acústica de los ronquidos de mi progenitor que no estaba para luchas intergalácticas aquel sábado de primavera.
Dentro de unos cuantos sábados, la historia se repetirá pero el niño se convertirá en padre afectado por los años que también han plateado las sienes de Mark Hamill (Luke Skywalker) y Harrison Ford (Han Solo). Lo grandioso del asunto es que yo en vez de roncar como mi padre me sentaré frente a la pantalla con la misma ilusión que mis hijos. Así que no me queda otra que darle las gracias a George Lukas por haber creado estas maravillosas películas que aguantan tan perfectamente el paso del tiempo y permiten a los padres compartir ilusiones, aventuras y conversaciones con sus hijos.
Seguro que los efectos especiales del filme que se estrena en diciembre Star Wars: The Force Awakens serán mucho más realistas que los de 1977 y que el sonido atronará más fuerte en la sala que en la del viejo cine madrileño pero ahí estaremos espada láser en mano reivindicando este inmenso espectáculo familiar que no debería desaparecer jamás.
Peleemos por el buen cine de aventuras, el que engancha a grandes y pequeños. Muchas gracias George Lukas. Sin ti este milagro no habría sido posible. Sólo nos queda pedirte que continúes con la saga y quizás consigamos juntar al abuelo, al hijo y el nieto en la sala de cine. Prometo no roncar.