José Antonio Évora
Las reacciones de algunas de las personas representadas en la película, junto a Jobs, son también muy interesantes
José Antonio Évora
La vida de Steve Jobs, el genio de Apple, fue lo suficientemente interesante para inspirar unas cuantas películas. En 2013 vimos Jobs, protagonizada por Ashton Kutcher. El año pasado aparecieron el documental Steve Jobs: The Man in the Machine, producido y dirigido por Alex Gibney, y el largometraje de ficción Steve Jobs, que está disponible en DVD con subtítulos en español.
Las reacciones de algunas de las personas representadas en la película, junto a Jobs, son también muy interesantes. Steve Wozniak, por ejemplo, el cofundador de Apple en el garaje de la casa de Jobs en Los Altos, California, dice que por momentos le parecía estar viendo a su amigo en una conversación de oficina, pero que esa forma suya, a veces brusca, de dirigirse a los demás estaba exagerada en los diálogos. Dijo exagerada, no que fuera mentira. John Sculley, el presidente de Apple cuando Jobs presentó su renuncia en 1985 –prácticamente una expulsión de la compañía que había fundado–, elogia la actuación de Jeff Daniels interpretándolo a él, y asegura que el Steve Jobs de la vida real era una persona mucho mejor y más amable que la representada por Michael Fassbender en el filme.
Wozniak no, pero Sculley sí parece estar tratando de salvarse un poco de las legiones de admiradores de Jobs, que siguen viéndolo como el culpable de que Apple perdiera a su fundador entre 1985 y 1997, cuando regresó por la puerta grande. Eso es notable en esta historia, que se mueve alrededor de tres momentos fundamentales en la vida del genio: las presentaciones públicas de las computadoras personales Apple Macintosh, NeXT y la iMac G3.
Lo peor que puede pasarle a una película biográfica es que brote de una mirada compasiva, pues alguien que haya sido capaz de suscitar a tal punto el interés general no necesita conmiseración. El problema no es tanto que se tergiverse la biografía de un individuo, como que se desperdicie la oportunidad de aprovechar su vida para entender mejor la naturaleza humana. No hay grandeza sin conflicto, como tampoco hay legado impecable. Las herramientas de la ficción, en este caso, deben servir para alcanzar una síntesis de lo esencial, no para hacer lucir bien al protagonista.
Deliberada o inconscientemente, algo así le pasó con su guión a Aaron Sorkin, quien ha escrito películas como A Few Good Men y Moneyball, y en televisión las series The Newsroom y The West Wing. Los hechos y las estadísticas sobran para subrayar la grandeza de Steve Jobs. Además del genio de las computadoras personales, Jobs fue el espíritu que hizo posible el iPhone, los estudios de animación Pixar –a los cuales debemos desde Toy Story hasta The Incredibles— y esa parte de la industria musical que puso iPods y iTunes del lado del consumidor. Fue un visionario, pero ¿a qué costo personal?
Creo que, de un lado, Sorkin cargó la mano en la inclemencia profesional de Jobs, algo que en última instancia refuerza su carácter de visionario perfeccionista, y de la otra no escarbó lo suficiente en el conflicto de Jobs con Lisa, la hija nacida de su relación con la novia hippie de los años estudiantiles. Pese a que es una parte importante de la película, ese vínculo –o su falta-- no está explotado en su intensidad más descarnada. Es lo que le habría dado al filme biográfico un ángulo de veras diferente y agudo. Y no necesariamente menos respetuoso.