domingo 20  de  julio 2025
PERIODISTA SATÍRICO

La mutación de la estupidez

Detecto a un idiota de inmediato. Tan pronto como lo veo venir. Ya sea de frente o por la espalda. Si bien, tengo una habilidad innata para detectar al tonto común cuando se presenta de perfil. La silueta de una persona dice casi todo sobre ella, pero lo dice en un idioma que sólo los investigadores de alto rango somos capaces de descifrar. Si lleva pico, es un pájaro. Si lleva cola, es un perro. Si lleva trompa, es un elefante. Para todas estas situaciones hay excepciones. Como digo, es una ciencia compleja. La estupidez es un universo. Cuando creemos dominarla, se rehace, y vuelve a presentarse con traje nuevo.

Diario las Américas | ITXU DÍAZ
Por ITXU DÍAZ

Detecto a un idiota de inmediato. Tan pronto como lo veo venir. Ya sea de frente o por la espalda. Si bien, tengo una habilidad innata para detectar al tonto común cuando se presenta de perfil. La silueta de una persona dice casi todo sobre ella, pero lo dice en un idioma que sólo los investigadores de alto rango somos capaces de descifrar. Si lleva pico, es un pájaro. Si lleva cola, es un perro. Si lleva trompa, es un elefante. Para todas estas situaciones hay excepciones. Como digo, es una ciencia compleja. La estupidez es un universo. Cuando creemos dominarla, se rehace, y vuelve a presentarse con traje nuevo.

La modernidad es un criadero de idiotas. Antaño había que rebuscarlos. Hoy están por todas partes. Allá donde surge una moda, surge un puñado de ellos, y lo viven, y se exponen, y no pueden evitarlo. Son simpáticos. En la misma medida en que los monos del zoo son simpáticos cuando les arrojas cacahuetes. Les distingue de los animales esa capacidad para reinventarse y hacer de la estupidez una forma de vida. Yo llevo años trabajando en este campo y estoy a punto de abandonarlo por desesperación. La estupidez, sospecho, es infinita.

Dicen que al idiota antaño se le conocía por carecer de lecturas. Hoy se ha sofisticado y lee, y ese el problema. Que es un idiota realmente preparado para serlo. Por eso su estupidez no puede borrarse fácilmente, porque la huella de sus majaderías es profunda y el camino que conduce a ellas está lleno de falsos señuelos. Se oculta en la moda, en la cocina, y en las redes sociales. Se desvive por estar fuera de la moda, como si lo vintage fuera sinónimo de victoria, y como si alguien supiera realmente lo que significan las palabras vintage, naïf, y esa cosa del mainstreim.

Tampoco se cura viajando la nueva estupidez. Como si se tratara de una la mutación de un virus letal, el idiota contemporáneo absorbe lo extranjero como parte de su propia identidad, y ve lejos de casa toda la vanguardia que es incapaz de detectar en su manzana. A propósito, el idiota común de nuestro siglo acostumbra a comer manzana mientras camina por las calles de las grandes ciudades del mundo, con una naturalidad y desparpajo que dejaría en ridículo a Adán y Eva. Es natural. Es sano. No engorda. Y me hace sentir muy independiente. Come manzanas por una lujosa avenida, es un idiota profesional. No come manzanas por una lujosa avenida, es un idiota aún acomplejado. Un capullo a punto de estallar en flor.

En los 90, no sé si fue el nihilismo o el éxtasis o el cannabis, pero el rollo era dudar. La duda se expandió de tal forma, que la única certeza a la que uno podía agarrarse es que los bajos del pantalón debían caer por la pierna como si faltaran diez metros más de extremidad antes de llegar al suelo. Hoy la duda sobra. No sé qué dirían los filósofos clásicos a esto, pero hoy el idiota no duda de nada, no se arrepiente de nada, y está convencido de que su camino es el correcto, aunque el mundo entero gire en otra dirección, que ya se sabe que la masa siempre está equivocada y es ordinaria, y en esto a menudo no les falta razón.

Lo sabe todo, le interesa todo, excepto lo realmente interesante. La gran cualidad del bobo de nuevo cuño es un interés desmesurado por la cultura, cuando su estereotipo se esconde en apariencias, y una pasión de pésimo gusto por la ideología, sea cuál sea. La politización del idiota es una de las grandes incógnitas filosóficas con las que me he enfrentado en mi amplio estudio de campo sobre la especie. No logro adivinar si el idiota se politiza porque lo es, o si se vuelve idiota por politizarse en exceso. De cualquier modo, resulta cargante que su independencia y su buen gusto musical se disuelva al instante cuando surge la confrontación política, y su discurso para cambiar el mundo, de vena hinchada y rostro enrojecido, produce en el resto de los presentes un extrañísimo efecto sedante. En vez de crecerse y animarse a conquistar su causa, los oyentes se duermen, se marchan, o sencillamente se mueren de hastío. Sin ánimo, en fin, de meterme en las aguas que con tanto acierto surcaron ya Mendoza, Montaner y Vargas Llosa en su Manual del perfecto idiota, a nadie se le oculta que el arma más letal del bobo contemporáneo es la locuacidad, la solidez, y el calor de su soflama ideológica. 

¡Recibe las últimas noticias en tus propias manos!

Descarga LA APP

Deja tu comentario

Te puede interesar