JOSÉ ANTONIO ÉVORA
Se trata de los gemelos Ronald “Ronnie” Kray y Reginald “Reggie” Kray, verdaderos monarcas del crimen organizado en el Londres de los años 50 y 60. En su adolescencia practicaron boxeo y estaban a punto de convertirse en profesionales cuando empezó la guerra.
JOSÉ ANTONIO ÉVORA
Si a usted no le gustan las películas de gánsteres, sobre todo esas donde los protagonistas se pelean a puñetazos y donde los ladrones se burlan de los policías (hasta un día); si prefiere no ver historias de exhibicionistas del crimen contadas para llamar la atención de todo tipo de voyeurs; si mira con recelo los filmes basados en hechos reales, particularmente cuando les falta un buen happy end (final feliz) entonces no vea el largometraje británico Legend, de Brian Helgeland.
A menos que, a pesar de todo eso, le guste ver una buena actuación por partida doble. O sea, dos magníficas actuaciones en una. Es decir: un actor en los papeles de dos personajes que se hablan todo el tiempo, se abofetean, se quieren y se odian; matan y viven al filo de la muerte. En ese caso, corra a buscar Legend, que lleva poco más de un mes disponible en DVD con subtítulos en español y tiene a Tom Hardy en los dos roles principales.
Se trata de los gemelos Ronald “Ronnie” Kray y Reginald “Reggie” Kray, verdaderos monarcas del crimen organizado en el Londres de los años 50 y 60. En su adolescencia practicaron boxeo y estaban a punto de convertirse en profesionales cuando empezó la guerra. De hecho, en 1942 Ronnie casi muere de un golpe en la cabeza por una pelea con su hermano. Mientras los encarcelaron por no cumplir el servicio militar esposaban a los guardias a las rejas de las celdas, les echaban encima sus depósitos de excrementos, quemaban colchones y armaban motines.
Lo curioso -¿o no?- es que después, al comprar clubes nocturnos y ganar reputación de implacables, empezaron a codearse con figuras de la alta sociedad londinense, como el Barón Robert Boothby, miembro de la Cámara de los Lores, y a posar para fotógrafos de la talla de David Bailey. En su autobiografía My Story, Ronnie cuenta que mientras los Beatles y los Rolling Stones movían el mundo de la música y el bulevar de Carnaby era la meca de la moda, él y su hermano dominaban Londres. “Éramos unos s… intocables”, escribió.
Hacía falta un actor de la talla de Tom Hardy para meterse en el pellejo de cualquiera de esos tipos, y como Hardy no escatima, optó por hacer los dos al mismo tiempo. En esta columna, al comentar Mad Max: Fury Road, protagonizada por él, observé que Hardy actuaba en las dos películas con más nominaciones a los Oscar de este año; la otra era, por supuesto, The Revenant, en la cual él hace de “el malo”, que a mi sigue pareciéndome mejor que “el bueno” de Leonardo DiCaprio.
Las técnicas del cine contemporáneo logran maravillas, ya lo sabemos. Que un actor pueda codearse consigo mismo en casi todas las escenas de un largometraje de ficción se debe mucho a las infinitas posibilidades del trucaje computarizado. Ahora bien: que sea capaz de encarnar con extrema verosimilitud dos personajes, cuyas relaciones pasan fácilmente de la calma a la tormenta o de la suspicacia a la adoración mutua, ya no depende de maniobras digitales. Ahí se necesita a un genio dramático, lo que es Tom Hardy.
No sé a quién se le ocurrió la idea, si fue a él o al director, pero hacer que Ronnie use espejuelos todo el tiempo, como si así pudiera distinguirse mejor un hermano del otro, no hacía falta. La mejor prueba de calidad del trabajo de Hardy es que por momentos uno llega a olvidar que un mismo actor está interpretando los dos personajes.