martes 19  de  noviembre 2024
POLÍTICA

El destino de Taiwán es nuestro futuro

Comprender la dinámica del conflicto debería disipar la idea de que el pueblo taiwanés es de algún modo culpable de las continuas tensiones y de los riesgos de guerra

Por J Michael Cole

El pueblo de Taiwán elegirá un nuevo gobierno y parlamento el 13 de enero. Esta isla-nación democrática de 23 millones de habitantes se encuentra en el centro de la contienda del siglo, que determinará si el orden internacional establecido y las normas que lo sustentan perdurarán o serán sustituidos por el revisionismo autoritario, una mayor represión y el expansionismo territorial.

A pesar de los esfuerzos del Partido Comunista Chino (PCCh) por presentar el conflicto como un "asunto interno" y el deseo de libertad y democracia del pueblo de Taiwán como "separatismo", este conflicto que dura décadas es, en realidad, una cuestión de dos sistemas políticos incompatibles y de los designios coloniales de un régimen autoritario sobre un territorio sobre el que nunca ha tenido autoridad.

Los taiwaneses no cuestionan la legitimidad de la República Popular China (RPC) y se identifican en mayor o menor medida con muchos elementos culturales y lingüísticos comunes. Sin embargo, Taiwán también es idiosincrásico, resultado de múltiples influencias externas que ha absorbido, entre ellas, cinco décadas de pertenencia a Japón, o la adopción del liberalismo y la democracia en los años ochenta.

Aunque Taiwán comparte rasgos culturales y lingüísticos con China, las encuestas demuestran que sólo el 1,6% de los taiwaneses está de acuerdo con la unificación inmediata con China (el 5,8% cree que se debería avanzar en esa dirección más adelante). La gran mayoría quieren que su país siga siendo libre y democrático abrazando el "statu quo", o independencia de facto.

Debido a esta incompatibilidad, la única forma posible de hacer realidad la unificación sería mediante el uso de la fuerza. Por su rigidez ideológica y por haber apostado su reputación a la llamada "reunificación", el PCCh se ha colocado en una posición de la que no puede echarse atrás. Ningún dirigente chino se atrevería hoy a ir contra las pretensiones de Pekín sobre Taiwán.

El PCCh ve en el Taiwán democrático un peligroso precedente para el pueblo chino, razón por la que se ha esforzado por aislar a Taiwán internacionalmente. Como resultado, un país que figura entre las 25 economías más importantes, que es un impulsor clave de la tecnología que alimenta nuestro mundo y que es un faro del liberalismo en Asia, se ve obligado a vivir una existencia a medias.

Para contrarrestar el aislamiento, Taiwán cuenta con la ayuda de aliados, entre ellos Estados Unidos, que desde 1979 es su principal garante de seguridad y proveedor de material defensivo. Con su "ambigüedad estratégica", Washington ha mantenido a Pekín con la incertidumbre de cómo reaccionaría si China decidiera atacar Taiwán. Esta línea roja ha sido fundamental en la prevención de la guerra durante décadas. Nada podría invitar más a la guerra en el Estrecho de Taiwán que la conclusión de Pekín de que Estados Unidos no ayudaría a su aliado democrático a defenderse.

Incluso antes de que la pandemia del virus Covid-19 y la invasión rusa de Ucrania ayudaran a situar a Taiwán bajo una luz diferente, la asertividad de China, su corrosiva influencia sobre las instituciones y su desprecio por lo internacional ya habían forzado una reconsideración en muchas partes del mundo.

Y justo cuando Pekín reprimía en Hong Kong, a los uigures y a los tibetanos, y desacreditaba para siempre la idea de que una China más integrada se suavizaría de algún modo y tal vez se democratizaría, Taiwán iba en la dirección opuesta consolidando intercambios con países importantes con los que compartía una perspectiva ideológica. Todo ello en virtud de la política de "una sola China".

A su vez, una China mucho más poderosa utiliza su poderío militar para conseguir lo que quiere. Aviones y buques del Ejército Popular de Liberación (EPL) amenazan a Taiwán casi a diario, y la amenaza de una guerra de grandes proporciones, que antes se creía inimaginable, se cierne más grande que nunca después de que Putin demostrara que los tiranos no sopesan necesariamente de forma racional los pros y los contras de sus decisiones catastróficas.

Los compromisos de seguridad de Estados Unidos con Taiwán siguen siendo impedimentos esenciales para el aventurerismo militar chino y, dado el extraordinario trastorno que la guerra en el Estrecho de Taiwán causaría a la economía mundial, cada vez más países reconocen que también ellos tienen interés en asegurar que Pekín se abstiene de dar un paso más hacia la guerra.

Comprender la dinámica del conflicto debería disipar la idea de que el pueblo taiwanés es de algún modo culpable de las continuas tensiones y de los riesgos de guerra. A ningún pueblo se le debería dar la insostenible opción de elegir entre el sometimiento y la aniquilación, y si forzamos tales opciones en pueblos libres, no sólo perdemos nuestra humanidad sino que, lo que es más problemático, aumentamos la probabilidad de que otros regímenes tiránicos lleguen a la conclusión de que es posible coaccionar, aterrorizar y someter a sus vecinos.

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